Consigna 5: Plantear una narración en primera persona que se refiera a cualquier institución educativa (primaria, secundaria o terciaria) en la que el narrador que ocupa el lugar de un docente o de una autoridad docente sienta que en su grupo hay una politización ciega que impide la objetividad necesaria de una mirada que debe por un lado transmitir y por otro generar la crítica y promover la imaginación. La narración debe poder cerrarse ¿en la aceptación¿ ¿en el optimismo? ¿en la angustia? Promover todo esto a través de un conflicto puntual.

Material de referencia:
Martínez, Guillermo.  Acerca de Roderer (capítulo 3)
Bruno, Miguel. Como una rata
Sasturain, Juan. Suspiria la sentimental, maestra de maestros.

Producción de los participantes:
Gustavo - Ana Lía Olego
La furia - Cristina Delea
- Eleonora Larroque
Lombrosiano - Alejandro Arias
En vela - Ana Lía Olego
Gustavo - Ana Lía Olego

Salgo. Esa fue la primera palabra entre Gustavo y su madre, desde el mediodía. 
Adónde vas, retrucó inmediatamente Lucía en un gesto que parecía agazapado.
No hubo respuesta. Tampoco otras palabras, pero sí lágrimas gordas y furiosas que corrieron un largo rato. Lucía sabía que Gustavo iba al terraplén y que regresaría muy tarde, quizás cuando ella ya estuviera dormida.
Y a Gustavo le gustaba el terraplén desde que era chico, desde que entendió adónde iba su primo Marito cuando se escapaba de las reuniones familiares, o cuando descubrió a qué se referían las medias palabras entre las minitas del curso o cuando aprendió que nunca lo mirarían como él quería, si no iba al terraplén 
Y si, el terraplén pasó a ser un lugar importante en su vida, casi casi, su lugar. Ahí se encontraban todos los días y ahí se sentía mejor, lejos por un rato de la zarpada de su vieja. Que tenés que estudiar para ser alguien, o querés tener que deslomarte toda la vida como tu padre o yo quiero un futuro distinto para vos, eran sólo algunas de las quejas que le largaba todos los días, pero no sólo eso, si hasta parecía que las paredes, los muebles e su casa se las repetían incansable, interminablemente. Las quejas se lo tragaban.
Y ahí en el terraplén seguro que estaba Miguel, flaco macanudo. Y aunque había muchos flacos copados Gustavo siempre lo buscaba a él vaya a saber por qué. Pero se nota que pegaron onda desde el principio. Quizás haya sido porque la vieja de Miguel también le rompía soberanamente las pelotas, tanto que una vez el tipo explotó, la mandó a la mierda y se vino para acá. Nunca se supo qué había pasado, pero parece que la cosa fue grosa porque no quiere ni que se le nombren. Doña Felicitas, le dicen en el barrio, siempre dio una buena señora, por ahí un poco careta, pero inofensiva. Y es que uno no sabe muy bien qué hacer con las madres y menos cuando se ponen así, tan cargosas. Parece que nada les alcanza y creen que siempre tienen la razón en todo. Encima, no vaya a ser cosa que alguna vez la peguen con algún bardo, porque ahí te matan con el “te lo dije” Ellas ya vivieron su vida y ahora se meten con las nuestras, finalmente uno termina fantasmeando para que te dejen en paz.
Pobre Gustavo. Se lo ve re baqueteado. Ojalá no se corte solo.



La furia - Cristina Delea


Ella irrumpe, su fuerte paso resuena acá y en el más allá. Aves asoladas huyen al sentir el peligro en la puerta de su reino. Saben y por eso vuelan lejos en lo alto, protegidas ya por el firmamento, que las aleja de la amenaza cortante de esos pasos altivos, perfectos en su andar, casi no humanos. Él percibe el miedo en el aire, ve que todo se paraliza. Él ve cómo su mundo se empieza a destruir.

Ella tiene su cuerpo cubierto con capas y más capas de trapos harapientos y gastados. Uno de allí dice que son del color del lodo, color humo, entre sucio, usado, color cansado. Él no se sorprende, con Ella su par allí y en todo, piensan que la otra viene de un no lugar, de un lugar de sombras, como el que transformó ahora al llegar aquí, y que ahora pisotea con furia. Sólo ellos permanecen, donde la otra está arrasando.
Antes, muy antes, al nacer la luz, como al inicio de un rito, llamaban a los dioses para pedir ayuda en la tarea, en el trabajo de los días. Con cada amanecer esperaban la luz y una fuerza que los comandaba tejía hilos invisibles, de sostén y reparo, creando. Nacía el impulso, para llenar esa vasija vacía del principio, en el inicio del antes. A pesar de los pesares, no oyeron su crepitar. Vieron las aves volar. Algunos creyeron ver un signo. Al rato ella los interceptó, y cortó sus pasos. Ellos dos tampoco dijeron palabra. Ella plantó sus posesiones, alguna bolsa quien sabe de qué, vomitó con un asco como volcánico, de lo más primitivo de su ser. Y gritó ‘’esto es mío’’, ensordeciendo todo lo que quedaba vivo alrededor. Los intimidó a todos, por instinto cortó una soga y los ató a los dos. Ellos quietos, dicen ‘’esto es nuestro’’. Ella los maldijo, se alejó, y los dos lloraron.
Al fin ellos secaron sus lágrimas, casi en el olvido de sus penas. Pasaron los días, soplaron nuevos vientos, sin piedad volvió la hija. Para devastar lo encontrado, los enfrentó ordenando que dejaran el lugar. Uno de los de ahí apenas musitó ‘’esto no debió pasar’’. Otro condenó, y allí donde apareció la condena, ésta creció, y se sumaron al rescate, ya no eran ellos dos, sino eran con todos los otros.
Castigada ella quedó a un costado de la vida que allí continuaba. Pasó al peor de los lugares, y calló no por destruida sino por resignada.


-Eleonora Larroque

A un pueblo agrícola de la provincia de Buenos Aires concurríamos los fines de semana mis padres, mi hermano, yo y mi querida prima Ninina. Éramos chicos de entre 10 y 14 años. A la hora de la siesta, se armaban unos juegos hermosos: la princesa y su séquito (yo), el rey con su corona de papel de diario (el Hugo), Ninina, muy dócil, podía ser la servidumbre o también la pretendida novia del rey, Carmencita muy vergonzosa, jugaba en cualquier lugar del tablero, pero... si hacía o decía algo que no gustaba a los varones, el Hugo sacaba de la cartuchera un gran revólver verde de plástico con percusión a sebita, le apuntaba a la cabeza y le descerrajaba cuatro certeros tiros; Carmencita corría hacia su casa bañada en lágrimas, la pobre dejaba jirones del vestido en el alambrado y recibía una reprimenda de su madre que le confeccionaba la ropa con toda prolijidad. La penalidad consistía en tres días sin poder jugar.
En tanto, cuando la princesa se aburría de las peleas, con la chica de la esquina preparábamos bolsas llenas de bolitas de paraísos y además bolas de barro con el "sano" interés de estorbar a los sapos del gran charco de la calle de tierra.
Eso no bastaba, también Chola conocía la forma de hacer explotar escuerzos, para lo cual se proveía de un cigarrillo robado a su padre, lo encendía y yo por retaguardia, los azuzaba con gritos y en el momento en que abrían su gran bocota, ella aprovechaba a colocarles el  cigarro, los escuerzos asustados se inflaban como globos, aspirando el humo. Era una herejía muy entretenida hasta que intervino mi padre y se acabó todo el operativo de tortura.
Nuestros juegos con no eran con muñecos de juguetería sino que los INVENTÁBAMOS nosotras del mismo modo que la preparación de los atuendos de los gatos y gatas mansitas, con retazos de género y sábanas viejas preparábamos pañales y chiripás acostándolos luego en cunas hechas con cajones de madera.
Al cabo de dos años, donde participábamos con auténtica alegría de nuestros juegos, aparece el Hugo con un "trastor verde". Era un tractor al que no le faltaba ningún detalle para ser casi verdadero, por lo menos para su edad. Se pavoneaba por toda la cuadra y el resto de los varones le manifestaba su egoísmo, arrojándole bolas de barro. Mi hermano se lo pidió un día y se lo prestó de mala gana. De todos modos el asunto terminó mal, los padres del Hugo redujeron el ámbito de circulación del vehículo con la consiguiente  lluvia de lágrimas.
Yo, ni corta ni perezosa le pedí a papá un regalo navideño que se trataba de una bicicleta para cada uno y a compartir con mi gran amigota "la Chola".
El trastor pasó a ser exclusividad del Hugo y las bicis, con faroles, timbre, canastitas, patente y cintitas de colores en el manubrio, de nosotros.
Como cada ser humano lleva un niño escondido en su alma, mi padre se compró una bici "pipi cucú". Nos propuso hacer el trayecto hasta la ruta tres en el horario a partir de las 17hs. y todos conformes cargábamos agua en botellas, jugos y galletitas para ingerir en el descanso, luego de recorridos 8 kilómetros.
Antes de llegar a la ruta parábamos a ingerir las vituallas y nos acostábamos una hora sobre la verde hierba, donde mi padre hacia una exposición indicándonos los nombres y características de los árboles del monte, aprovechando su frescura.
Con el correr de los días el dueño del trastor negoció con el resto de los varones una vuelta en trastor contra una en la bici de mi hermano, lo cual fue aceptado por las partes litigantes.
Las niñas dejaron de torturar escuerzos, fajar gatos y robar huevos del gallinero del papá de Chola. 
Siento una gran emoción, contando los sucesos de esta parte importante de mi vida, pero más me alegro recibir a Chola con 78 años y desde la calle decirme a los gritos "me prestás la bici"? y yo responderle "está a tu disposición". Nos estrechamos en un abrazo inmenso y sin haberlo organizado, compartió la mesa dominguera, con asado a la parrilla y vino tinto.  


Lombrosiano - Alejandro Arias

-En el Colegio tuve un día hoy….
-Qué paso? Me pregunta Laura, mientras se sienta; y nos disponemos a cenar.
-Los de siempre, Miguel y su grupo: esta vez llevaron al colegio las máscaras de Larreta.
-¿Máscaras? Pregunta Laura, que no podía creerlo.
-Mácaras. Están circulando máscaras de Larreta. Las entregan en los puestitos que tiene de difusión, en la calle. Junto a las remeras, ahora. Souvenires, merchandising. Sería cómico, si no fuese patético.  
Laura sonríe. Sabe que a mí me pone muy nervioso la politización incontrolable; y a la vez, inevitable que está habiendo en el Colegio.
-¿Y?
-Y, se las saqué por supuesto. Fue en la hora de Literatura, la profe no sabía qué hacer, y me llamó. 
Tomé la copa de vino que Laura me sirvió, y continué: Entré muy serio, y me dije: o los reto, o les doy una lección. Entonces, agarré una de las máscaras, y, como si fuese Hamlet con la calavera, les dije: he aquí una cara lombrosiana.
Se quedaron en silencio. Les hablé de Cesare Lombrosiano, el criminalista italiano, y su famosa teoría de la finosomía de los delincuentes. Miguel y los demás estaban felices: por fin algo más que decir en sus discursos contra el gobierno. Un argumento cientificista.
Pero luego, (Laura me miraba, porque sabe que no pertenezco a ningún bando, que quiero que piensen, que no acepten lo que está circulando, tan burdo, tan básico, tan funcional a seguir siendo ignorante) hablé de Historia, y de los antepasados de Larreta, su alcurnia. De su tío abuelo, que avaló el golpe de Uriburu, de cuando fue Interventor en el PAMI, y Favaloro… en fin, los apabullé. Pero no paré ahí.
Laura me observaba como quien sabe que ahora viene el plato fuerte. 
Hablé de Alberto Fernández, de su pasado compartido con Duhalde, con Domingo Cavallo, y por supuesto, con Cristina. Como fue y vino, una veleta aceitada no gira tanto. Me estaba enfureciendo, así que tomé aire, y decidí continuar, sin saber dónde iría, se quedaron esperando, realmente atónitos ¿Cuál era mi mensaje? ¿De qué lado estaba?
Te juro, que hasta el momento no sé si lo que les dije estuvo bien. Les dije que no se dejen embaucar por nadie, que estudiaran Historia, que las caras, las mascaritas que nos muestran son tan engañosas como los discursos. Y que solo los hechos hablan. Pero que a los hechos, hay que verlos a través de una mirada objetiva, porque también depende de quién los cuente. Qué vean los intereses de quien habla. A quien representa. 
Sentí, en el final de mi discurso, que yo también había caído infinidad de veces en la parcialidad negadora. Que no los podía ayudar, porque lo que proponía no llevaba a ninguna parte, y que los chicos necesitan embarcarse, participar, pertenecer a algo que les de esperanza. No solamente analizar, sino hacer, hacer algo: ellos necesitan, es necesario que hagan algo. Hoy, no supe decirles donde. Donde direccionarlos.  
Así que finalmente, llegué al nihilismo político, me parece. Quizás se me notó mi repulsión por todos los embaucadores que hemos sufrido, y me fui diciendo que estos tiempos son la repetición de otros, en donde la dicotomía: populismo-liberalismo no era verdadera, ni el Estado frente al Mercado sin control, sino que es muy otra: la honestidad frente a la corrupción. Y que ahora, y desde que tengo memoria, desde siempre, solo hubo ejemplares de la más aterradora ambición, en todos los ámbitos del Poder. 
Laura me miró. Notó mi cansancio indisimulable. 
Es que están todos tan fanatizados, me dijo, que cualquier cosa que digas la van a negar con toda el alma. Es la realidad. 
-No lo sé. Creo que desde mi posición tengo que decirles algo. Soy el Rector, algo tengo que poder darles. Y la verdad, que lo que les dije me resultó devastador. Por eso, no sé si sirvió para algo. Es como decirles: muchachos, están, estamos, en un callejón sin salida: y de ambos lados, salgamos para donde salgamos, nos van a robar. ¿Qué podemos hacer? 
Laura tomó un poco de su copa, y mirándome a los ojos, me dijo lo que yo necesitaba oír.
-Mi vida, ésa es la historia del país. No es tu responsabilidad darles una solución. Pero me parece bien que no avales a ninguno, porque así es como cada uno se puede hacer cargo. Al menos pudiste decirles algo, pudieron escuchar tu incertidumbre, y eso, para un adolescente, te hace cercano. No les vendiste nada, por una vez, no les vendieron nada, y eso tiene que haberles resultado aliviador.
Quizás, algún día, cuando seamos más confiables nosotros mismos, tendremos gente que también nos represente. 
Brindamos por eso.


En vela - Ana Lía Olego

Hacía varias noches que no podía pegar un ojo. Y cuando veía que las primeras luces de la mañana empezaban a entrar por la ventana del cuarto, la angustia me tomaba de tal forma que creo que deseaba desaparecer. Entonces, cuando me parecía que tener más miedo era imposible, me veía a mí misma dirigirme a la cocina, prepararme el desayuno y salir hacia la escuela. En una operación mental que aún hoy me parece misteriosa, esa que caminaba por la misma vereda desde hacía casi 30 años, era yo, pero también era mi propia espectadora. 
Llegar a la escuela temprano, cuando los olores permanecían aún inalterados, pispear si la Santa Rita ya había empezado a florecer, recorrer el patio silencioso, abrir las puertas de las aulas eran parte de un ritual que cotidiana y gozosamente jalonaron mi vida desde que trabajaba en esa escuela, hace ya tanto tiempo.
No puedo creer que ahora, para poder acercarme al portón de entrada, tenga que atravesar varías líneas de carpas, sortear los carteles que durante el día volverán a enarbolarse para reclamar no sé qué cosas, porque cuando comienzan a cantar y a decir esas cosas que no sé cómo no les da vergüenza, me pongo tan nerviosa que no entiendo nada.
Vamos a tomar la escuela, me dijo Gabriela una mañana como cualquier otra y no sé si porque vio mi cara de incredulidad o porque formaba parte del procedimiento, siguió diciendo:
Es lo que corresponde, es lo que se decidió en el plan de lucha. Y como yo seguía impertérrita agregó: Todas las maestras tendrán que dar clases relacionadas con el tema, para que los alumnos tomen conciencia de la necesidad de cambios estructurales porque no puede ser que el estado no se haga cargo de sus responsabilidades
Pero querida, esta es una escuela primaria. Los niños son pequeños aún, no entienden nada
Qué decís Mecha, me contestó como si estuviéramos en el living de su casa, en alguna de las meriendas que compartíamos con su mamá. – Los chicos entienden todo y me parece que mejor que vos. Jamás imaginé que yo pudiera llegar a tener esta conversación con Gabrielita, y en este tono. Si se entera la madre se muere. Pensar que ella la esperaba con tanta ilusión. Pero la culpa es de ella. Para qué la mandó a estudiar a la capital. En general, los chicos regresan con cada idea.
Pero nena, le dije, no todas las maestras están agremiadas. Y además no todas son de A.A. M.T.
Precisamente. Me contestó con un gesto que me pareció de impaciencia
Además los padres. Que van a decir los padres si se enteran que se toman horas de clase para hacer política. l Concejal Garrido. El Concejal Garrido no me lo va a perdonar. No nena. No se va a poder.
Cómo que no se va a poder. Esta es una escuela pública y vos no podés cercenar derechos. Atenete a las consecuencias.
Bueno desde entonces hay carpas en la vereda de la escuela. No sé muy bien qué quieren. No sé muy bien quiénes son, porque hay gente que no es del pueblo. Y ya no sé cómo explicarle a la Inspectora que “qué culpa tengo yo si la escuela está cercada por los medios”. A cada rato aparece el mural de la pared de la escuela por el noticiero de Canal 32, que dicho sea de paso está hermoso. Lo hicieron los chicos de todos los grados para el centenario. 
Que desastre. Esta Gabrielita. Espero dormir un poco esta noche.


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