Bloque 1/18 Consigna 1: Narración en la que se alterne la primera y la tercera persona. Debe aparecer el punto de llegada a un pueblo y que quien llega no encuentra a nadie que le pueda dar indicaciones de ningún tipo, busca un hotel, el pueblo parece deshabitado aunque está anocheciendo y se escucha música y se ven luces en las casas. El personaje llega al pueblo con una idea, con expectativas determinadas y siente incertidumbre al no poder encontrar el hotel. -¿Cuál es la actitud del personaje ante la imposibilidad de contacto? -El narrador testigo (tercera persona) ¿interviene de alguna manera? ¿Cómo? -¿Qué pasa con el tiempo? ¿Se va a mantener en un tiempo único? ¿Incorporamos otro personaje? ¿En relación al tiempo o en relación al espacio y al tiempo? ¿Cuál sería el cierre de la narración?
Material de referencia:
"COCO" Es una película animada estadounidense de 2017, dirigida por Lee Unkrich, inspirada en la festividad mexicana del Día de Muertos.
Pedro Páramo. - Rulfo, Juan. https://vivelatinoamerica.files.wordpress.com/2014/05/pedro-pc3a1rramo-de-juan-rulfo.pdf
Producción de los participantes:
Un pueblo inhóspito - Adriana M. Otheguy
LA MASACRE DE NAPALPÍ - Mabel Jokmanovich Derka
"Quizás nunca pasó" - Enrique Cabrera
El viaje - Ana Lía Olego
FANTASMAS- Marcela Ruz
LA VILLA ESCONDIDA - HAYDÉE ORTONE
Ciudad sorprendente - Roberto Rodríguez Gras
primer intento... - Maria Caran
Mi pueblo - Cristina Delea
Cinco horas de avión. Dos horas de autobús. Cuatro horas adicionales de caminata a paso firme llegaron a ser más que suficientes para llegar a aquel pueblo inhóspito donde ni siquiera de tan pequeño figuraba en un plano agigantado. Lo que se dice habitualmente donde el Diablo perdió el poncho. El frío era desgarrador. Sectores de la maleza estaban cubiertas de escarcha helada. Se echaba aliento aún caliente a las manos con los dedos congelados. Traía consigo una maleta llena de ilusiones además de algunas mudas de ropa barata que había comprado de apuro en el barrio chino. Se puso los anteojos de ver de cerca. Ya rondaba los cuarenta, y sin ellos simulaba que veía. Buscó entre sus carpetas la dirección del hotel que lo hospedaría, según lo convenido por teléfono. Cuarenta pesos la noche no era poco para alguien que tanto trabajo le costaba ganarse el dinero. Los anteojos se empañaban con el frío. Su ansiedad lo devoraba vivo. Buscó con la vista una máquina expendedora de café. Se preguntaba la hora. No llevaba reloj. No se veía a nadie alrededor. Allí se dirigió a la máquina con una moneda. Lo inquietaba aquel pueblo limítrofe y fantasma. Se quedó sin café y sin moneda. La máquina estaba vacía. Rezongó malhumorado. De un puñetazo golpeó la maquina con la intención de recuperar la moneda ¿Dónde estaba la gente? ¿Tal vez hubiera sucedido algo especial que él no estaba enterado? No era adicto a los noticieros. Pero se arrepintió de no hacerlo. Vivía descolgado del mundo y su realidad. No en vano se lo conocía como el ermitaño. Estaba allí muy cerca de la frontera con otro país sorteando dificultades. Se olía rancio. Con un aroma en la atmosfera que recordaba tiempos pasados.
Presentí algo serio. Los conflictos entre naciones nunca fueron mi fuerte. Me interesaban los números. Jugaba gran parte de mi día con ellos. Curvas. Parábolas. Ecuaciones. Me lamenté tan solo por un día de no haber leído los titulares al menos de reojo del periódico de mi vecino. Sabía que él se fastidiaba mucho cuando alguien se aprovechaba de él . Los temas bélicos nunca me interesaron demasiado. Y menos temas de política ambiental. Mi hijo si gustaba de estas cosas. Su vida era despertar conciencias ecologistas. Empleaba en ello toda clase de sistema. Y yo lo observaba ¡tan fanático!. Ahora mi obsesión era una sola. Encontrar el hotel. No tenía la menor idea como llegar hasta ahí. Estaba muy cansado. Muerto de frío y de hambre. Sólo deseaba darme un buen baño para luego desplomarme en la cama del hotel. La barriga se me retorcía de hambre y de miedo. No entendía nada. Busque con la mirada a mi alrededor. Estaba más que ansioso… ¡desesperado! Miré todo, como buscando auxilio. Divisé a lo lejos una ventana con luces y se escuchaba alternadamente música y noticias. Abrumado por mis necesidades corrí entumecido hasta ahí. La ventana estaba abierta. Llamé golpeando la puerta con los nudillos. Nadie respondió. Las cortinas de tela casi transparente, bailaban. Gran chiflete las movía. Comencé a inquietarme cuando nadie respondía.
A pesar que el viento blanco de la cordillera abatía, comenzó a transpirar profusamente . Estaba enojado más que malhumorado. Comenzó a percatarse sobre una tragedia general y ahora estaba angustiado en empatía con el pueblo. Se corrió hasta la casa de al lado. Un televisor encendido y una taza de café a medio tomar sobre la mesa de rústica madera. Batió las manos en forma de aplauso antes de intentar pasar. La puerta no ofreció resistencia. Se abalanzó sobre lo que quedaba de la taza. Sabía horrible. Recorrió la casa con diminutos pasos, expectante. No sabía con que se encontraría. Hasta pensó en un homicidio. En un asesino serial que asustaba a la gente. Ingresó tomando coraje. Temía ver algún cuerpo sangrante tirado en el piso. Y vió otra cosa. La puerta de los placares abiertas y mucha ropa tirada por el cuarto.. . También había una maleta con el cierre roto descartada a un lado. No reparé demasiado en lo que veía. Mi preocupación estaba en otro interés.
. Había entrado en pánico, al tiempo que me preguntaba que había sucedido Mi mente comenzó a dispararse. Mi único objetivo ahora era salir de ese aprieto, olvidando el motivo que me había llevado a ese lugar. Mi rol de profesor de matemáticas fue prontamente reemplazado por el de sobreviviente en apuros, De soslayo vi sobre la mesa una esquela sin detenerme a leerla. Junto a esta un folleto que serviría para orientarme hasta el hotel Prendí un cigarro de chala. Con gusto a dulzón. Lo mejor que me había pasado ese día. Sequé mi rostro bañado en nerviosa transpiración con la manga del suéter. También lágrimas apenas húmedas. Lo agarré fuertemente como mi tabla de salvación. Luego, reparé en el manuscrito que decía: “Mi amada. He sido llamado a servir a la patria. No se si volveremos a vernos Ruego a Dios seas feliz de cualquier modo. No sé si esta llegará hasta vos. De todos modos te digo que ocuparás mi último pensamiento. Te abrazo con todas mis fuerzas: Luis.” Un nudo se me hizo en la garganta. Tanto que comenzó a faltarme el aire. Nadie había allí. Ningún hombro sobre el cual poderme apoyar. Comprendí que el pueblo había sido evacuado Sentí por un momento la desolación de una guerra sin demasiado sentido. Dos naciones batiéndose a duelo por un insignificante trozo de tierra tan inhóspito como ese pueblo caído del mapa. Era de suponer que se trataba de un conflicto de más de un siglo que era de previsible desenlace. Un conflicto entre gobiernos intransigentes y obcecados, que lo que menos les importan, es la gente.
Salió como huyendo de que lo alcance alguna bala perdida. Casi corriendo llegó hasta el hotel. Lo recibió un hombre corpulento vestido de fajina. Parecía ser real a no ser que estaría soñando. Era el primer ser humano que veía en el pueblo. Tendida en el piso desconsolada lloraba una joven mujer de escasos 20 años. Lo único que lograba decir entre sollozos era un nombre: Luis, Luis, Luis…Se dio perfecta cuenta que la esquela había hallado dueño. Se la entregó a la bella joven avejentada por el inmenso dolor. Puso la mano sobre su hombro. Sintió satisfacción al aliviarla. De pronto se escucharon gritos que provenían de la calle. Un tanque del ejército circulaba por la acera arrasando todo a su paso. Gente armada ingresó al hotel. Palparon de armas al profesor y se lo llevaron como rehén poniéndole una capucha negra y una pistola apuntando su cabeza.
Es la última vez que se lo vio en ese pueblo. No se conoce el lugar de su paradero. Ni tampoco si está vivo. Dicen que Ana lo estuvo buscando mucho tiempo, con su embarazo ya de ocho meses. Se había juntado con un marino, al que solo pasaba con ella una vez al año.
Tal vez Luis, haya encontrado un lugar mejor donde vivir. El destino a veces hace jugadas raras. Yo pienso que de estar vivo, ya no querría seguir siendo ermitaño. Después de todo hay buenas personas diseminadas por todas partes. Y hasta podría volver a enamorarse. Ya no querría estar tan solo luego de tan forzada soledad. Seguramente habrá elegido un sitio al resguardo de tantos sobresaltos. Como en la punta de un iceberg, jugando a los números. La soledad no es buena consejera. Un halo de esperanza se hacía sentir presente en aquel pueblo. Todo había vuelto a la normalidad.
Me acuerdo con lujo de detalles la tarde en que Celia me despidió en la estación de tren de nuestro pueblo chaqueño: el chorro de vapor gris que expulsaba la locomotora, el bramido potente de su silbato al partir, el abrazo de mi hermana, seguramente sentido, aunque breve y un tanto laxo, (mi familia no es de expresar en demasía emociones y sentimientos).
Muchos años pasaron desde entonces. Me radiqué en una ciudad del Sur, a más de mil kilómetros del pueblo natal, y aunque nunca regresé, de tanto en tanto nos escribíamos con Celia, o intercambiábamos noticias, a través de alguna persona que ocasionalmente viajaba a un lado o al otro.
Pero un día la nostalgia, y la vejez que se aproximaba lenta pero inexorable, me hicieron pensar en un regreso y un reencuentro, no sólo con mi única hermana, sino con el nido, con el lugar donde habíamos nacido y pasamos nuestra infancia. Cómo estarían la casa natal, los árboles que plantó el abuelo, la escuela de techo de tejas y a dos aguas (de las construidas por Perón, como solía decirse)... ¿Quedaría algún amigo de la niñez?, ¿y qué sería del muchachito aquel que amé una vez, cuando amé por primera vez?...
Fue un impulso de vida que me nació en el corazón y rápidamente ocupó todo mi cuerpo. Le escribí a Celia de inmediato avisándole que el próximo domingo 19 de julio estaría en el pueblo, que me esperara en la estación. A los pocos días llegó la anhelada respuesta: ese día estaría allí, aguardándome.
Aprovechando uno de los últimos recorridos que realizaba el ferrocarril General Belgrano antes del cierre definitivo del ramal, disfruté el viaje de regreso. Recordaba el camino de memoria, cada curva, cada puente sobre el río, cada bosquecito de casuarinas, eucaliptos o timbó me eran familiares. En el tren reinaba la misma fiesta que en el viaje de partida: el “tucúm tucúm” de su marcha perezosa, el olor a sopa del salón comedor, las guitarras y acordeones de los paisanos musiqueros impregnando el vagón con sus ritmos del Norte. ¡Un empacho de Alegría y Humanidad! ¡Qué placer!, pronto estaría en casa nuevamente.
Sentí el chirriar del freno y, entre una nube de polvo, distinguí el cartel que anunciaba la estación y el pueblo: Napalpí. Descendí apresurada achicando los ojos para enfocar mejor, buscando a mi hermana. Pero no la vi. Crucé el andén y comencé a caminar, pero nada conocido me aguardaba… ni Celia, ni la casa, ni la escuela, ni los amigos.
Sólo se divisaba un pequeño territorio casi vacío, con algunas chozas semiquemadas y un cartel despintado que decía: Reducción Napa’lpí (en qom o toba “lugar de los muertos”). Atrás, el monte espeso y las matas negras del vinal convertían al lugar en una barrera oscura, erizada de espinas.
Vi que, de tanto en tanto, entraban y salían de la foresta ciertas personas muy singulares y de mirar temeroso y desconfiado, algunas con el rostro tatuado con líneas de colores, el cabello desordenado y ropa que apenas cubrían su cuerpo. Intenté saludarlos, preguntarles si sabían qué había pasado con mi pueblo, pero hablaban otra lengua y resultaba imposible comunicarse. Aturdida comencé a caminar con rumbo incierto por un sendero paralelo al monte, cuando en sentido contrario apareció un paisano a caballo vistiendo sombrero “retobado”, guardamonte, espuelas y poncho. Lo saludé ansiosa y le comenté que estaba perdida, y que buscaba un lugar llamado Napalpí. Es aquí, respondió el lugareño, y comenzó a darme detalles del territorio y del porqué sus pobladores eran tan ariscos y mostraban tanto dolor en su mirada.
Me relató que después de la ocupación del Chaco por el Ejército Argentino, y el sometimiento de su población originaria, desde 1911 funcionó en el lugar una institución denominada “reducción”, cuyo objetivo era conservar en un espacio de encierro a los “indios” del lugar. Dentro del marco de esta institución, unos setecientos indígenas de la etnia qom, y también moqoit, trabajaban como hacheros en el monte o cosechadores de algodón en las chacras vecinas, o en la propia reducción. Pero que después de algunos años comenzaron a tener problemas con la administración, porque no les pagaba lo que correspondía, por excesivas horas de trabajo sin descanso, mala alimentación y, lo más indignante para los aborígenes, por falta de libertad para desplazarse, como fuera lo habitual para ellos por miles de años.
A raíz del conflicto se habían declarado en huelga negándose a trabajar en la próxima cosecha algodonera y, un día como hoy, 19 de julio, pero de 1924, fueron atacados con una feroz represión policial en la que murieron alrededor de doscientos indígenas, Fueron, además, degollados los heridos, incendiadas sus chozas desde un avión con sustancias químicas e incinerados los cadáveres. Sólo quedaron algunos pocos sobrevivientes que lograron escapar escondiéndose en el monte, y son los que hoy usted ve por acá, o sus descendientes.
Quedé muy impactada con el relato del amable criollo. A pesar de haber vivido toda mi infancia y juventud en el lugar, jamás tuve noticias de esa masacre de aborígenes. Es que la historia oficial nunca la había registrado.
Saludé al paisano agradeciéndole los detalles de su tremendo relato y me eché a descansar a la sombra del monte, intentando reponerme. Estaba agotada… algo muy extraordinario me había estado sucediendo. Lentamente me adormecí, y cuando desperté, las sorpresas continuaban: apenas iluminada por la luz dorada de la tarde y entre una nube de polvo, pude por fin ver la estación, y en el andén, a Celia esperándome.
Tiempo después este suceso, que durante años permaneció borrado de la historia oficial, volvió a la luz gracias a la memoria de algunos sobrevivientes de la matanza, como Melitona Enrique, fallecida en 2008 a los 107 años. Actualmente, y por Ley, en Chaco todos los 19 de julio se conmemora con dolor la “Masacre de Napalí”.
Anochecía rápidamente, el día era frío y brumoso; no faltaba mucho para llegar al pequeño pueblo pampeano que permitía acortar varios kilómetros la distancia a Neuquén. Sólo había que resignarse a transitar por tierra.
Hacía varios años que no tomaba esa opción y algunos desvíos lo confundían; sentía que debía hacerlo, la empresa petrolera donde se desempeñaba como ingeniero, lo requería con urgencia.
Después de media hora, divisó una luz; seguramente, era el pueblo. En pocos minutos estaba allí; no reconoció el lugar, estaba confundido, sentía que había cambiado algo, pero no podía decir qué.
Lo mejor sería, pensó, pasar por la comisaría para preguntar cómo encontrar la ruta de salida hacia Gral. Acha, donde pensaba pasar la noche. Después de dar unas vueltas, no vio a nadie...encontró la antigua casona donde funcionaba la comisaría. El lugar había sido muchos años atrás, el casco principal de una importante estancia. El propietario había donado varias hectáreas para que el pueblo se estableciera. Al frente tenía una gran galería con importantes columnas, como era costumbre a finales del siglo diecinueve.
Estaba, a pesar de conservar su señorío, muy deteriorada por el paso de los años y la falta de mantenimiento. La puerta estaba cerrada, por la hora pensó; golpeó insistentemente, sin resultado.
Debía buscar a alguien que le indicara el camino de salida. Después de dar unas vueltas sin encontrar a nadie; parecía un caserío abandonado, la neblina y la oscuridad, casi confirmaban esa
sensación..una vuelta más..las luces de su auto, en ese último intento, iluminan una silueta oscura, borrosa que se movía lentamente por el medio de la calle; sintió un alivio, podría salir al fin. Al acercarse pudo ver a la anciana, que, vestida de negro y con el pelo muy blanco, caminaba con dificultad, haciendo caso omiso del vehículo que la alcanzaba...buenas noches señora, le dijo sin obtener respuesta...estoy buscando la salida que lleva a Acha...intenté preguntar en la comisaría, pero no salió nadie. La anciana giró lentamente su cabeza y lo miró con unos ojos extraños, fríos, difícil definirlos, parecían sin vida... Sólo esa visión, le produjo un escalofrío...después de unos interminables segundos, la respuesta fue: hace más de treinta años que no hay policía ni comisaría en este pueblo...pero, le dijo el ingeniero, acabo de pasar por ahí, conozco el lugar, hace unos cuatro años hice un trámite por la pérdida de mi documento en ese lugar...la mujer, mirándolo fijamente le dijo: la casona que describe, fue demolida hace unos treinta años...pero sí, era tal como usted dice. El hombre, nervioso por demás iba a contestarle, cuando se dió cuenta que la anciana ya no estaba...giró su cabeza en todas direcciones...en vano. Pasó de la sorpresa al miedo, nunca había sentido tanto temor; arrancó violentamente sin detenerse a pensar qué había sucedido. Por fortuna reconoció una calle arbolada que lo llevaría a Gral. Acha...manejaba asustado, haciéndose la firme promesa de nunca volver a tomar ese atajo.
- Cuando el ómnibus se detuvo y comencé a bajar, en cada escalón sentí que estaba atravesando un umbral. Que estaba dejando algo atrás. Dijo Ulises
Él había planeado largamente ese viaje. El primero en muchos años. Aún escéptico, le resultaba una promesa para recuperar algo del equilibrio perdido. Un trabajo rutinario y tedioso, una vida predecible e igual y hasta un gato insensible y aburrido lo habían llevado a pensar en largarse, en desaparecer.
Y fue así que con una mochila austera y el pasaje aún en la mano, fue dejando atrás la terminal; las avenidas iluminadas; las casas bajas de los suburbios y hasta un perro temerario que les ladraba desde quien sabe dónde.
Lo despertó el ruido ronco de un motor desvariado. Secándose presuroso la baba, pudo incorporarse sin problema porque su compañero de asiento ya no estaba. Y tampoco el viejo de enfrente ni su hijo. Rápidamente advirtió que había quedado solo. Está muerto, le dijo el conductor refiriéndose al micro. Le conviene llegarse hasta el pueblo y pasar la noche en el hotel. Mañana será otro día, le aconsejó.
Suspicaz, Ulises se esforzó y pudo ver unas luces lejanas por donde le había indicado el chofer, pero cuando quiso pedirle precisiones el hombre ya no estaba. Así que ligero de equipaje y puteándolo, comenzó a caminar. Aún dormido, sus pasos vacilaban entre un suelo negro que sentía muy lejos y un cielo igualmente negro que parecía tan cerca. Caminó hasta que lo que en principio pensó que era un charco le mojó las rodillas Hasta que chocó con lo que sus manos reconocieron como un bote. Trepó y vociferando puteadas se sacó las zapatillas nuevas, empapadas. Descansó un rato, lo que necesitó para calmarse, y reinició el camino remando.
No sabía cuánto tiempo había pasado porque la noche parecía seguirlo, hasta que unos reflejos entraron al bote. Sus ojos encandilados buscaron el pueblo que destellaba en el agua, escudriñaron por algún indicio para comprender dónde estaba, cómo llegar al hotel. Así que siguió remando, pero sólo encontró reflejos y más reflejos. Aturdido, imaginó una broma. Sin dar demasiado crédito a ese pensamiento se preguntó quién podría haberlo hecho. Finalmente, y aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez, miró al cielo, pero tampoco tuvo respuesta. Y siguió remando y remando hasta ser también un reflejo. Hasta desaparecer.
- Si. La sensación fue esa. Que estaba dejando algo atrás. Después, ya nada fue igual. Remató Ulises
Parecía que se cerraba el negocio. Pero siempre pasa algo, siempre me pasa algo. Antes de escriturar, la empresa que casi había comprado las dos mil hectáreas de los Olmedo, las del norte, las malditas dos mil hectáreas que hacía más de dos años estaba ofreciendo a locales y a extranjeros, exigieron que personalmente constatara que no había nadie viviendo en ellas. Es cierto que últimamente con el tema de las tierras la cosa viene complicada. Pero ahí, en el medio de la selva, nunca había habido problemas. También es cierto que había un puntito en los mapas más viejos, San Hilario. Si bien eran franceses no creo que los potenciales compradores fueran arrianos, pero querían estar a salvo de cualquier problema. Así que tenía que ir, ver el dichoso puntito y, una vez que confirmara que nadie había sobrevivido al dengue, al zika y al chinkungunya, cerrar el trato y cobrar mi comisión.
Lo más sencillo era ir en avión hasta Puerto Iguazú y allí alquilar una camioneta 4x4 para el resto del camino. Así lo hice, y el martes a la mañana ya estaba adentrándome en la espesura. Seguí la huella hasta que las lianas, los árboles descomunales, las plantas de todo tipo que no había visto en mi vida hicieron imposible seguir. Me bajé, según el GPS sólo me separaban unos dos kilómetros del supuesto pueblo. No me había encontrado con nadie antes, no me encontré con nadie después. Sí se escuchaban pájaros, tal vez algunos ruidos serían de monos, me asusté pensando en la posibilidad de que algún animal me atacara, de que alguna serpiente me picara. Pero llegué sin problemas a eso que el puntito en el mapa viejo decía que era San Hilario. Un caserío destartalado, abandonado. Las casas, por llamarlas de alguna manera, carecían de techo; si alguna vez tuvieron puertas y ventanas alguien se las había llevado o el clima las había pulverizado, habían sido reemplazadas por telas de araña descomunales. No había muebles, ropa, basura, nada que indicara que alguien hubiera estado ahí en años. Lo único que se oía era el griterío de la selva, el zumbido de los mosquitos. Volví a ponerme repelente, intenté secarme el sudor inútilmente. ¿Quién podría haber vivido ahí con ese calor, con esa humedad?
Recorrí las ruinas y me senté contra una de las paredes, todo había empezado a darme vueltas, el calor me había afectado. Cuando reaccioné ya estaba anocheciendo. Todavía embotado, empecé a percibir música, a ver luces dentro de las taperas. Me acordé vagamente de las leyendas guaraníes que había leído de chico, del Pombero, de Anahí. Hasta empecé a oler las tortas fritas de mi abuela. Tambaleando me acerqué al hueco que hacía las veces de ventana de una de las casas. Adentro, sentado a la mesa, estaba él; flaco, barbudo, desgreñado. Sin decir una palabra, se aproximó y me dio un libro, “Cuentos de la selva”. No tuve el coraje de agarrarlo ni de hablarle. Él simplemente giró sobre sus pasos y volvió a la mesa, donde siguió escribiendo quién sabe qué en un cuaderno. Tenía fiebre, seguro que tenía fiebre. Arrastré mis pies hasta otra casucha, de la cual salió ella, Isabel, “la Coca”. Me sonrió como sabe hacerlo, se contorneó sensualmente y me hizo gestos para que entrara con ella. El sueño de mi adolescencia hecho realidad. Pero no la seguí, increíblemente no la seguí. Ella me saludó desde la puerta, me tiró un beso y ya no la vi más. Por las otras ventanas, por las otras puertas, empezaron a asomarse todos los demás, toda esa gente que ya no significa nada para mí. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando? ¿Dónde estoy? Tengo que volver a la camioneta, este lugar está maldito, este lugar no existe…Malditos sean los Olmedo, los franceses y San Hilario, malditos, mil veces malditos.
Lo hallaron vagando por el camino vecinal, con evidentes signos de deshidratación y cubierto de picaduras. Se niega a contar qué fue lo que le pasó y a volver a Buenos Aires, dice que no le permiten alejarse de San Hilario.
La villa Escondida era un lugar tan pequeño que no figuraba en los mapas. Emplazado entre los cerros cercanos a la puna, muy pocos sabían de su existencia. Yo, particularmente, siempre supuse que debía tratarse de una de esas tantas leyendas que corren de boca en boca por los pueblitos del interior.
Todas las versiones coincidían en afirmar que muchos años atrás, una compañia inglesa había elegido ese lugar por sus características geográficas para instalar en las viviendas existentes los primeros paneles solares del país y que por un tiempo todo funcionó de maravillas, pero como toda felicidad en este mundo es efímera, pasó algo que terminó sepultando en el olvido a la villa. A partir de este punto, las opiniones estaban divididas: algunos decían que una epidemia diezmó a la población; otros que los habitantes habían huído aterrados por una serie de temblores que asolaron el lugar y un tercer grupo entre los que se encontraba mi madre contaba que el pequeño poblado había sido copado por una secta satánica.
Una pesada tarde del verano norteño, mientras los niños y los viejos dormían a pierna suelta, los muchachos nos reunimos en el almacén de don Joaquín, cuando de repente, Lorenzo, que estaba con unas cervezas de más y bastante sentido común de menos nos sorprendió con la noticia:
-Estoy decidido a ir hasta La Escondida; quiero ver con qué me encuentro. Los que quieran acompañarme pueden hacerlo. Yo me largo el lunes.-
En realidad decir que nos sorprendió es falso porque Lorenzo , "culo inquieto si los hay" -como decía mi abuela-, cada tanto aparecía con nuevos proyectos a cual más disparatados. Por supuesto, nadie se prendió en la aventura pero tampoco tratamos de disuadirlo, sabíamos que sería inútil. Entonces el domingo por la noche volvimos a reunirnos en lo de don Joaquín para despedirlo.
-Todavía están a tiempo, ¿si alguno quiere venir?-... preguntó, pero no obtuvo quórum.
A la mañana siguiente muy temprano, se tomó un micro que según ciertas averiguaciones que había estado haciendo, habría de acercarlo lo más posible. Rápidamente fueron dejando atrás las últimas poblaciones y en ellas a los pocos pasajeros que iban en el bus. El paisaje fue haciéndose cada vez más árido, más hostil, estaba sembrado sólo de espinillos. De tanto en tanto algún cardón emergía como puño amenazador en medio de la nada. Pasado el mediodía el chofer le comunicó que habían llegado al final del recorrido; entonces Lorenzo descendió y ahí comenzó su Odisea.
A lo lejos divisó un rancho y a pesar de que el sol rajaba la tierra, sin perder tiempo se dirigió hacia allí. Al llegar se encontró con un paisano de edad indefinida, de andar cansino y de mirada torva. Presentándose, Lorenzo le explicó lo de la expedición y su deseo de conseguir un remís o algún medio de transporte que lo llevara a su destino. El hombre lo escuchó con atención mientras pensaba "locos hay en todas partes, a este pájaro voy a tratar de desplumarlo". El caso era que el individuo tenía una mula que estaba más para el descanso eterno que para una cabalgata. "A este trastornado me lo mandó Dios, se la vendo y mato dos pájaros de un tiro: me saco a la mula del medio y encima me hago de unos pesos"
En vista de que no le quedaba otra alternativa, Lorenzo agarró viaje. Cargó su mochila, montó al animal y con una brújula y un mapa rudimentario que había logrado hacer con las referencias de algunos que decían saber exáctamente dónde quedaba La Escondida partió, pero, eso sí , no pudo hacerlo ni raudo ni veloz porque la pobre bestia estaba tan agotada que por poco Lorenzo no tuvo que cargarla.
Así fue atravesando quebradas, escalando cerros, pernoctó en lugares inhóspitos, se cruzó con algún puma que al ver esa extraña figura que formaban él y su mula huyó despavorido, hasta que en al atardecer del tercer día divisó enclavado en un valle un reducido grupo de casas cuyas paredes de piedras y sus techos de paja hacían imposible calcular su antigüedad. Lorenzo no tuvo dudas: había llegado.
Con la emoción pintada en su rostro y tomando de la rienda a la mula avanzó lentamente. Un silencio espeso lo fue rodeando. Recorrió una... dos...tres calles... todas estaban vacías. Entonces pensó: "¿Hasta qué hora dormirán la siesta por acá?" y decidió sentarse a esperar a la sombra de un árbol. Más tarde y antes de que empezara a oscurecer, reanudó su recorrida tratando de encontrar un lugar donde alojarse. Mientras deambulaba, los rayos tornasolados comenzaron a opacarse y las primeras sombras descendieron de los cerros. De pronto y como si se rasgaran las tinieblas, las casas y las calles se iluminaron al unísono. Lorenzo no entendía nada y entonces una melodía comenzó a sonar. Frente a él, desde una casa cuya puerta permanecía entornada escapaban las notas de una canción. Pasado el primer instante de estupor, Lorenzo se acercó y comenzó a golpear. Al cabo de un rato y viendo que nadie respondía a su llamado se decidió a entrar. En el medio de la sala, frente a un viejo y destartalado piano se hallaba sentada una mujer.
-Buenas noches - dijo Lorenzo, pero no obtuvo respuesta, entonces se acercó y apoyó con suavidad su mano sobre el hombro de la pianista.
A su contacto el cadáver se desintegró.
En aquellos tiempos juveniles me había propuesto obedecer mis impulsos y seguirlos a ultranza sin importar los riesgos y los resultados de la empresa. Así había vivido experiencias divertidas, aventuras peligrosas y conocido lugares impensados.
Qué me hizo bajar del micro en ese paraje inhóspito en la provincia de Salta es lo que ahora me pregunto. En realidad me había llamado la atención la forma en que la cabra trepaba a la montaña. No lo hacía en línea recta. Lo hacía en zigzag, así el camino era más largo pero menos empinado. Y yo me propuse seguir ese camino que se había convertido en senda a partir de que otras cabras lo practicaban. No tenía exacta noción del lugar en que me encontraba pero estaba apertrechado con buena cantidad de agua, alimentos y abrigo. Comencé a silbar una canción y a seguir las sendas que caprichosamente aparecían delante de mí. Llegué a la cúspide y desde ahí divisé otras sierras y ví algunos animales habitantes de la región, pájaros, cuadrúpedos. No mucho más. Seguramente debía estar la zona plagada de alimañas. Mis borceguíes me defenderían de éstas. La vegetación era escasa y raleada. El sol castigaba. Me fijé una dirección y avancé a un ritmo pausado por la altura. Desconocía lo que el destino me depararía. Creo que caminé tres, cuatro días a campo traviesa. Quizás más. Finalmente, una noche observé la luz difusa y tenue que se proyectó a los cielos más allá de la sierra que tenía delante. Eran las luces de un poblado que estaba en un valle. Supuse que me quedaba un día más de caminata.
El medio día del día siguiente me encontró en la cima de la sierra a cuyos pies estaba el caserío. Quedó desnudo desde esa altura y se veía la actividad propia de un lugar próspero. Casas cuidadas y ordenadas a lo largo de una calle principal que desembocaba en un camino que estaba frente a mí, del lado opuesto a donde yo me encontraba. Me entusiasmé con el descubrimiento y pensé en una cena opípara cena y en una cama mullida. El sol era intenso y el viento se hacía sentir. Comencé a descender y la vegetación se tornó poco a poco más densa, más frondosa, al punto que por un par de horas me sumergí en ella y perdí de vista al poblado. Comenzó a oscurecer. El cuerpo me cobraba el esfuerzo realizado con dolores diseminados por todo mi cuerpo sudoroso y sucio. Llegué a la calle principal.
Empecé a recorrerla. Para mi sorpresa no encontré a nadie caminando por ella, a medida que avanzaba noté que ese poblado no era como los otros de la zona, hechos de paredes de adobe o piedras y techos de paja. Parecían casas prefabricadas, simples, con ventanas, parecidas unas a otras, como si fueran gemelas pero de distintos colores. Había luces adentro y se escuchaban los programas radiales, con noticias y música y también el movimiento y la charla de los habitantes. Seguí caminando. Pasé frente a la escuela con la bandera argentina ondeando, la sala de primeros auxilios, la modesta capilla del lugar. Nadie con quien hablar, a quien preguntar. Me detuve frente a una construcción de madera de planta baja y tres plantas. Supuse que era un hotel. La puerta estaba cerrada. Golpeé. Después de unos minutos de espera la puerta se abrió. Apareció una mujer mayor con escote pronunciado y ropa de seda barata color rojo, con su rostro maquillado sumamente cargado. Por sobre su hombro pude ver otras mujeres más jóvenes con ropa provocativa y escasa que dejaba ver parte de sus encantos charlando entre ellas relajadamente. Cerró la puerta tras de sí. Me miró de arriba abajo lentamente evaluándome.
-No veo ningún auto. ¿Cómo llegaste?. ¿Te mandó la empresa?.
-No. Vine caminando a través de las sierras.
-¿Qué querés?.
-Comer y una cama para pasar la noche.
-Llegaste en mal momento. Estamos esperando a los montadores de la obra. Están por llegar. Los traen como animales en camiones. Las chicas ya están preparadas. La empresa reservó en exclusiva el hotel para dar satisfacción a esos laburantes que hace quince días que están en medio del desierto. Corre por cuenta de la empresa la bebida. El sexo se lo pagan ellos comprando velas.
-¿Comprando velas? .
-Sí el precio del sexo depende del tamaño de las velas que compren.
-No entiendo.
-SÏ, tienen sexo hasta que las velas no ardan.
Llegó sonriente,con una valija verde, de lona, de esas que usaban los cobradores.Miró hacia todos lados y saludando, no se a quien ,avanzó muy decidido . Se paró debajo de la unica luz prendida en toda la calle,la de la esquina de la escuela y dijo.. . -busco el hotel de mi tio...Ahhh ? si ..claro, el redondo,todo redondo ¿las escaleras? tambien ... redondas...¿los chicos? noooo como van a ser redondos... .Hoy vengo a llevármelos .Claro que estan en el pueblo .Como ustedes... que se esconden.pero estan ..Yo, los siento , escucho sus risas ,sus retos, su música.Se que estan..,que se burlan, pero estan...Como ellos ,que además se fueron sin permiso ...Juan Enrique y el bebé,ya tan grande que aún colgado y por la espalda parecía , parecian dos amigos abrazados ....... No contestan . No me importa . Si ,todos hablan demasiado .Como yo y envenenan con palabras sin sentido,con historias, sin que me saquen de esta angustia . Y los chicos que no vuelven, a encontrarse con su tio.
No encuentro a quien preguntarle y hace frio y tengo miedo y me juegan las palabras mil historias que se mezclan y no puedo concretar. Y la historia tenebrosa, que apenas asoma en mi cabeza, de este hombre... me conecta con mi angustia ,con no poder concretar la estructura que me pidieron y...asi, aqui decido dejar para la proxima . Reconstruir lo hecho Y poner fin a la angustia ,finalmente inexpresada en este cuento.
Juan viene llegando después de una larga y lenta travesía, sus botas sucias,su mochila gastada, dejando atrás sus huellas tanto camino andado. Juan atravesó montes, laderas, llanuras verdosas interminables, imposibles de transitar ni siquiera con la mirada.
Juan ya extasiado, entre ido entre desvastado ,busca su pueblo, antes vivo, ahora Juan vislumbra la sombra de lo que era, se acerca cautelosamente, ya no es lo que tenía por conocido y cuanto más cerca menos lo reconoce, cae en la cuenta que va hacia lo desconocido, es entonces cuando teme no regresar.
Estoy en un pueblo perdido en el medio de la nada, vine a ver a mis padres que aún viven aquí. Voy buscando un lugar para asearme y poder estirar mis piernas. La nochecita trae algunas pocas luces que se encienden.Observo y me preguntó dónde están todos
Aparece una mujer, no sé de dónde, y me dice parcamente, "te esperaba".
Siento un desconcierto casi abismal que me nubla, creo escuchar algo que parece música pero va y viene,difusa como de aquí o de allá. Confundido como estoy, creo ver a la mujer
De repente me hace pasar impetuosa a la casa, poblada de oscuridad, silencio y ausencias ordena que la siga,entregado como estoy voy por un largo túnel, oscuro, frío, tenebroso.
De pronto nos detenemos,y me dice entre susurros que ellos ya no están, y que pedían por él, no antes si no ahora. Ella me dice que tampoco está, que se fue antes que ellos, arriba y después abajo. Que ellos la acompañaron, estaban con ella antes, de la misma forma ella volvió para irnos. De esta forma sucede así, de golpe yo no soy, me dejé arrastrar parecía lentamente, me invadió como una somnolencia,la oscuridad me llevaba y me sentí tan liviano,más liviano que la nada.Ya nada era necesario, me fui deslizando en otro tiempo, sin luces, sin sonidos, sin oscuridad ni tiempo. Yo estaba dejando de ser.
"COCO" Es una película animada estadounidense de 2017, dirigida por Lee Unkrich, inspirada en la festividad mexicana del Día de Muertos.
Pedro Páramo. - Rulfo, Juan. https://vivelatinoamerica.files.wordpress.com/2014/05/pedro-pc3a1rramo-de-juan-rulfo.pdf
Producción de los participantes:
Un pueblo inhóspito - Adriana M. Otheguy
LA MASACRE DE NAPALPÍ - Mabel Jokmanovich Derka
"Quizás nunca pasó" - Enrique Cabrera
El viaje - Ana Lía Olego
FANTASMAS- Marcela Ruz
LA VILLA ESCONDIDA - HAYDÉE ORTONE
Ciudad sorprendente - Roberto Rodríguez Gras
primer intento... - Maria Caran
Mi pueblo - Cristina Delea
Un pueblo inhóspito - Adriana M. Otheguy
Cinco horas de avión. Dos horas de autobús. Cuatro horas adicionales de caminata a paso firme llegaron a ser más que suficientes para llegar a aquel pueblo inhóspito donde ni siquiera de tan pequeño figuraba en un plano agigantado. Lo que se dice habitualmente donde el Diablo perdió el poncho. El frío era desgarrador. Sectores de la maleza estaban cubiertas de escarcha helada. Se echaba aliento aún caliente a las manos con los dedos congelados. Traía consigo una maleta llena de ilusiones además de algunas mudas de ropa barata que había comprado de apuro en el barrio chino. Se puso los anteojos de ver de cerca. Ya rondaba los cuarenta, y sin ellos simulaba que veía. Buscó entre sus carpetas la dirección del hotel que lo hospedaría, según lo convenido por teléfono. Cuarenta pesos la noche no era poco para alguien que tanto trabajo le costaba ganarse el dinero. Los anteojos se empañaban con el frío. Su ansiedad lo devoraba vivo. Buscó con la vista una máquina expendedora de café. Se preguntaba la hora. No llevaba reloj. No se veía a nadie alrededor. Allí se dirigió a la máquina con una moneda. Lo inquietaba aquel pueblo limítrofe y fantasma. Se quedó sin café y sin moneda. La máquina estaba vacía. Rezongó malhumorado. De un puñetazo golpeó la maquina con la intención de recuperar la moneda ¿Dónde estaba la gente? ¿Tal vez hubiera sucedido algo especial que él no estaba enterado? No era adicto a los noticieros. Pero se arrepintió de no hacerlo. Vivía descolgado del mundo y su realidad. No en vano se lo conocía como el ermitaño. Estaba allí muy cerca de la frontera con otro país sorteando dificultades. Se olía rancio. Con un aroma en la atmosfera que recordaba tiempos pasados.
Presentí algo serio. Los conflictos entre naciones nunca fueron mi fuerte. Me interesaban los números. Jugaba gran parte de mi día con ellos. Curvas. Parábolas. Ecuaciones. Me lamenté tan solo por un día de no haber leído los titulares al menos de reojo del periódico de mi vecino. Sabía que él se fastidiaba mucho cuando alguien se aprovechaba de él . Los temas bélicos nunca me interesaron demasiado. Y menos temas de política ambiental. Mi hijo si gustaba de estas cosas. Su vida era despertar conciencias ecologistas. Empleaba en ello toda clase de sistema. Y yo lo observaba ¡tan fanático!. Ahora mi obsesión era una sola. Encontrar el hotel. No tenía la menor idea como llegar hasta ahí. Estaba muy cansado. Muerto de frío y de hambre. Sólo deseaba darme un buen baño para luego desplomarme en la cama del hotel. La barriga se me retorcía de hambre y de miedo. No entendía nada. Busque con la mirada a mi alrededor. Estaba más que ansioso… ¡desesperado! Miré todo, como buscando auxilio. Divisé a lo lejos una ventana con luces y se escuchaba alternadamente música y noticias. Abrumado por mis necesidades corrí entumecido hasta ahí. La ventana estaba abierta. Llamé golpeando la puerta con los nudillos. Nadie respondió. Las cortinas de tela casi transparente, bailaban. Gran chiflete las movía. Comencé a inquietarme cuando nadie respondía.
A pesar que el viento blanco de la cordillera abatía, comenzó a transpirar profusamente . Estaba enojado más que malhumorado. Comenzó a percatarse sobre una tragedia general y ahora estaba angustiado en empatía con el pueblo. Se corrió hasta la casa de al lado. Un televisor encendido y una taza de café a medio tomar sobre la mesa de rústica madera. Batió las manos en forma de aplauso antes de intentar pasar. La puerta no ofreció resistencia. Se abalanzó sobre lo que quedaba de la taza. Sabía horrible. Recorrió la casa con diminutos pasos, expectante. No sabía con que se encontraría. Hasta pensó en un homicidio. En un asesino serial que asustaba a la gente. Ingresó tomando coraje. Temía ver algún cuerpo sangrante tirado en el piso. Y vió otra cosa. La puerta de los placares abiertas y mucha ropa tirada por el cuarto.. . También había una maleta con el cierre roto descartada a un lado. No reparé demasiado en lo que veía. Mi preocupación estaba en otro interés.
. Había entrado en pánico, al tiempo que me preguntaba que había sucedido Mi mente comenzó a dispararse. Mi único objetivo ahora era salir de ese aprieto, olvidando el motivo que me había llevado a ese lugar. Mi rol de profesor de matemáticas fue prontamente reemplazado por el de sobreviviente en apuros, De soslayo vi sobre la mesa una esquela sin detenerme a leerla. Junto a esta un folleto que serviría para orientarme hasta el hotel Prendí un cigarro de chala. Con gusto a dulzón. Lo mejor que me había pasado ese día. Sequé mi rostro bañado en nerviosa transpiración con la manga del suéter. También lágrimas apenas húmedas. Lo agarré fuertemente como mi tabla de salvación. Luego, reparé en el manuscrito que decía: “Mi amada. He sido llamado a servir a la patria. No se si volveremos a vernos Ruego a Dios seas feliz de cualquier modo. No sé si esta llegará hasta vos. De todos modos te digo que ocuparás mi último pensamiento. Te abrazo con todas mis fuerzas: Luis.” Un nudo se me hizo en la garganta. Tanto que comenzó a faltarme el aire. Nadie había allí. Ningún hombro sobre el cual poderme apoyar. Comprendí que el pueblo había sido evacuado Sentí por un momento la desolación de una guerra sin demasiado sentido. Dos naciones batiéndose a duelo por un insignificante trozo de tierra tan inhóspito como ese pueblo caído del mapa. Era de suponer que se trataba de un conflicto de más de un siglo que era de previsible desenlace. Un conflicto entre gobiernos intransigentes y obcecados, que lo que menos les importan, es la gente.
Salió como huyendo de que lo alcance alguna bala perdida. Casi corriendo llegó hasta el hotel. Lo recibió un hombre corpulento vestido de fajina. Parecía ser real a no ser que estaría soñando. Era el primer ser humano que veía en el pueblo. Tendida en el piso desconsolada lloraba una joven mujer de escasos 20 años. Lo único que lograba decir entre sollozos era un nombre: Luis, Luis, Luis…Se dio perfecta cuenta que la esquela había hallado dueño. Se la entregó a la bella joven avejentada por el inmenso dolor. Puso la mano sobre su hombro. Sintió satisfacción al aliviarla. De pronto se escucharon gritos que provenían de la calle. Un tanque del ejército circulaba por la acera arrasando todo a su paso. Gente armada ingresó al hotel. Palparon de armas al profesor y se lo llevaron como rehén poniéndole una capucha negra y una pistola apuntando su cabeza.
Es la última vez que se lo vio en ese pueblo. No se conoce el lugar de su paradero. Ni tampoco si está vivo. Dicen que Ana lo estuvo buscando mucho tiempo, con su embarazo ya de ocho meses. Se había juntado con un marino, al que solo pasaba con ella una vez al año.
Tal vez Luis, haya encontrado un lugar mejor donde vivir. El destino a veces hace jugadas raras. Yo pienso que de estar vivo, ya no querría seguir siendo ermitaño. Después de todo hay buenas personas diseminadas por todas partes. Y hasta podría volver a enamorarse. Ya no querría estar tan solo luego de tan forzada soledad. Seguramente habrá elegido un sitio al resguardo de tantos sobresaltos. Como en la punta de un iceberg, jugando a los números. La soledad no es buena consejera. Un halo de esperanza se hacía sentir presente en aquel pueblo. Todo había vuelto a la normalidad.
LA MASACRE DE NAPALPÍ - Mabel Jokmanovich Derka
Lo que la historia oficial oculta, la memoria de los sobrevivientes devela.
Muchos años pasaron desde entonces. Me radiqué en una ciudad del Sur, a más de mil kilómetros del pueblo natal, y aunque nunca regresé, de tanto en tanto nos escribíamos con Celia, o intercambiábamos noticias, a través de alguna persona que ocasionalmente viajaba a un lado o al otro.
Pero un día la nostalgia, y la vejez que se aproximaba lenta pero inexorable, me hicieron pensar en un regreso y un reencuentro, no sólo con mi única hermana, sino con el nido, con el lugar donde habíamos nacido y pasamos nuestra infancia. Cómo estarían la casa natal, los árboles que plantó el abuelo, la escuela de techo de tejas y a dos aguas (de las construidas por Perón, como solía decirse)... ¿Quedaría algún amigo de la niñez?, ¿y qué sería del muchachito aquel que amé una vez, cuando amé por primera vez?...
Fue un impulso de vida que me nació en el corazón y rápidamente ocupó todo mi cuerpo. Le escribí a Celia de inmediato avisándole que el próximo domingo 19 de julio estaría en el pueblo, que me esperara en la estación. A los pocos días llegó la anhelada respuesta: ese día estaría allí, aguardándome.
Aprovechando uno de los últimos recorridos que realizaba el ferrocarril General Belgrano antes del cierre definitivo del ramal, disfruté el viaje de regreso. Recordaba el camino de memoria, cada curva, cada puente sobre el río, cada bosquecito de casuarinas, eucaliptos o timbó me eran familiares. En el tren reinaba la misma fiesta que en el viaje de partida: el “tucúm tucúm” de su marcha perezosa, el olor a sopa del salón comedor, las guitarras y acordeones de los paisanos musiqueros impregnando el vagón con sus ritmos del Norte. ¡Un empacho de Alegría y Humanidad! ¡Qué placer!, pronto estaría en casa nuevamente.
Sentí el chirriar del freno y, entre una nube de polvo, distinguí el cartel que anunciaba la estación y el pueblo: Napalpí. Descendí apresurada achicando los ojos para enfocar mejor, buscando a mi hermana. Pero no la vi. Crucé el andén y comencé a caminar, pero nada conocido me aguardaba… ni Celia, ni la casa, ni la escuela, ni los amigos.
Sólo se divisaba un pequeño territorio casi vacío, con algunas chozas semiquemadas y un cartel despintado que decía: Reducción Napa’lpí (en qom o toba “lugar de los muertos”). Atrás, el monte espeso y las matas negras del vinal convertían al lugar en una barrera oscura, erizada de espinas.
Vi que, de tanto en tanto, entraban y salían de la foresta ciertas personas muy singulares y de mirar temeroso y desconfiado, algunas con el rostro tatuado con líneas de colores, el cabello desordenado y ropa que apenas cubrían su cuerpo. Intenté saludarlos, preguntarles si sabían qué había pasado con mi pueblo, pero hablaban otra lengua y resultaba imposible comunicarse. Aturdida comencé a caminar con rumbo incierto por un sendero paralelo al monte, cuando en sentido contrario apareció un paisano a caballo vistiendo sombrero “retobado”, guardamonte, espuelas y poncho. Lo saludé ansiosa y le comenté que estaba perdida, y que buscaba un lugar llamado Napalpí. Es aquí, respondió el lugareño, y comenzó a darme detalles del territorio y del porqué sus pobladores eran tan ariscos y mostraban tanto dolor en su mirada.
Me relató que después de la ocupación del Chaco por el Ejército Argentino, y el sometimiento de su población originaria, desde 1911 funcionó en el lugar una institución denominada “reducción”, cuyo objetivo era conservar en un espacio de encierro a los “indios” del lugar. Dentro del marco de esta institución, unos setecientos indígenas de la etnia qom, y también moqoit, trabajaban como hacheros en el monte o cosechadores de algodón en las chacras vecinas, o en la propia reducción. Pero que después de algunos años comenzaron a tener problemas con la administración, porque no les pagaba lo que correspondía, por excesivas horas de trabajo sin descanso, mala alimentación y, lo más indignante para los aborígenes, por falta de libertad para desplazarse, como fuera lo habitual para ellos por miles de años.
A raíz del conflicto se habían declarado en huelga negándose a trabajar en la próxima cosecha algodonera y, un día como hoy, 19 de julio, pero de 1924, fueron atacados con una feroz represión policial en la que murieron alrededor de doscientos indígenas, Fueron, además, degollados los heridos, incendiadas sus chozas desde un avión con sustancias químicas e incinerados los cadáveres. Sólo quedaron algunos pocos sobrevivientes que lograron escapar escondiéndose en el monte, y son los que hoy usted ve por acá, o sus descendientes.
Quedé muy impactada con el relato del amable criollo. A pesar de haber vivido toda mi infancia y juventud en el lugar, jamás tuve noticias de esa masacre de aborígenes. Es que la historia oficial nunca la había registrado.
Saludé al paisano agradeciéndole los detalles de su tremendo relato y me eché a descansar a la sombra del monte, intentando reponerme. Estaba agotada… algo muy extraordinario me había estado sucediendo. Lentamente me adormecí, y cuando desperté, las sorpresas continuaban: apenas iluminada por la luz dorada de la tarde y entre una nube de polvo, pude por fin ver la estación, y en el andén, a Celia esperándome.
Tiempo después este suceso, que durante años permaneció borrado de la historia oficial, volvió a la luz gracias a la memoria de algunos sobrevivientes de la matanza, como Melitona Enrique, fallecida en 2008 a los 107 años. Actualmente, y por Ley, en Chaco todos los 19 de julio se conmemora con dolor la “Masacre de Napalí”.
"Quizás nunca pasó" - Enrique Cabrera
Anochecía rápidamente, el día era frío y brumoso; no faltaba mucho para llegar al pequeño pueblo pampeano que permitía acortar varios kilómetros la distancia a Neuquén. Sólo había que resignarse a transitar por tierra.
Hacía varios años que no tomaba esa opción y algunos desvíos lo confundían; sentía que debía hacerlo, la empresa petrolera donde se desempeñaba como ingeniero, lo requería con urgencia.
Después de media hora, divisó una luz; seguramente, era el pueblo. En pocos minutos estaba allí; no reconoció el lugar, estaba confundido, sentía que había cambiado algo, pero no podía decir qué.
Lo mejor sería, pensó, pasar por la comisaría para preguntar cómo encontrar la ruta de salida hacia Gral. Acha, donde pensaba pasar la noche. Después de dar unas vueltas, no vio a nadie...encontró la antigua casona donde funcionaba la comisaría. El lugar había sido muchos años atrás, el casco principal de una importante estancia. El propietario había donado varias hectáreas para que el pueblo se estableciera. Al frente tenía una gran galería con importantes columnas, como era costumbre a finales del siglo diecinueve.
Estaba, a pesar de conservar su señorío, muy deteriorada por el paso de los años y la falta de mantenimiento. La puerta estaba cerrada, por la hora pensó; golpeó insistentemente, sin resultado.
Debía buscar a alguien que le indicara el camino de salida. Después de dar unas vueltas sin encontrar a nadie; parecía un caserío abandonado, la neblina y la oscuridad, casi confirmaban esa
sensación..una vuelta más..las luces de su auto, en ese último intento, iluminan una silueta oscura, borrosa que se movía lentamente por el medio de la calle; sintió un alivio, podría salir al fin. Al acercarse pudo ver a la anciana, que, vestida de negro y con el pelo muy blanco, caminaba con dificultad, haciendo caso omiso del vehículo que la alcanzaba...buenas noches señora, le dijo sin obtener respuesta...estoy buscando la salida que lleva a Acha...intenté preguntar en la comisaría, pero no salió nadie. La anciana giró lentamente su cabeza y lo miró con unos ojos extraños, fríos, difícil definirlos, parecían sin vida... Sólo esa visión, le produjo un escalofrío...después de unos interminables segundos, la respuesta fue: hace más de treinta años que no hay policía ni comisaría en este pueblo...pero, le dijo el ingeniero, acabo de pasar por ahí, conozco el lugar, hace unos cuatro años hice un trámite por la pérdida de mi documento en ese lugar...la mujer, mirándolo fijamente le dijo: la casona que describe, fue demolida hace unos treinta años...pero sí, era tal como usted dice. El hombre, nervioso por demás iba a contestarle, cuando se dió cuenta que la anciana ya no estaba...giró su cabeza en todas direcciones...en vano. Pasó de la sorpresa al miedo, nunca había sentido tanto temor; arrancó violentamente sin detenerse a pensar qué había sucedido. Por fortuna reconoció una calle arbolada que lo llevaría a Gral. Acha...manejaba asustado, haciéndose la firme promesa de nunca volver a tomar ese atajo.
El viaje - Ana Lía Olego
- Cuando el ómnibus se detuvo y comencé a bajar, en cada escalón sentí que estaba atravesando un umbral. Que estaba dejando algo atrás. Dijo Ulises
Él había planeado largamente ese viaje. El primero en muchos años. Aún escéptico, le resultaba una promesa para recuperar algo del equilibrio perdido. Un trabajo rutinario y tedioso, una vida predecible e igual y hasta un gato insensible y aburrido lo habían llevado a pensar en largarse, en desaparecer.
Y fue así que con una mochila austera y el pasaje aún en la mano, fue dejando atrás la terminal; las avenidas iluminadas; las casas bajas de los suburbios y hasta un perro temerario que les ladraba desde quien sabe dónde.
Lo despertó el ruido ronco de un motor desvariado. Secándose presuroso la baba, pudo incorporarse sin problema porque su compañero de asiento ya no estaba. Y tampoco el viejo de enfrente ni su hijo. Rápidamente advirtió que había quedado solo. Está muerto, le dijo el conductor refiriéndose al micro. Le conviene llegarse hasta el pueblo y pasar la noche en el hotel. Mañana será otro día, le aconsejó.
Suspicaz, Ulises se esforzó y pudo ver unas luces lejanas por donde le había indicado el chofer, pero cuando quiso pedirle precisiones el hombre ya no estaba. Así que ligero de equipaje y puteándolo, comenzó a caminar. Aún dormido, sus pasos vacilaban entre un suelo negro que sentía muy lejos y un cielo igualmente negro que parecía tan cerca. Caminó hasta que lo que en principio pensó que era un charco le mojó las rodillas Hasta que chocó con lo que sus manos reconocieron como un bote. Trepó y vociferando puteadas se sacó las zapatillas nuevas, empapadas. Descansó un rato, lo que necesitó para calmarse, y reinició el camino remando.
No sabía cuánto tiempo había pasado porque la noche parecía seguirlo, hasta que unos reflejos entraron al bote. Sus ojos encandilados buscaron el pueblo que destellaba en el agua, escudriñaron por algún indicio para comprender dónde estaba, cómo llegar al hotel. Así que siguió remando, pero sólo encontró reflejos y más reflejos. Aturdido, imaginó una broma. Sin dar demasiado crédito a ese pensamiento se preguntó quién podría haberlo hecho. Finalmente, y aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez, miró al cielo, pero tampoco tuvo respuesta. Y siguió remando y remando hasta ser también un reflejo. Hasta desaparecer.
- Si. La sensación fue esa. Que estaba dejando algo atrás. Después, ya nada fue igual. Remató Ulises
FANTASMAS- Marcela Ruz
Parecía que se cerraba el negocio. Pero siempre pasa algo, siempre me pasa algo. Antes de escriturar, la empresa que casi había comprado las dos mil hectáreas de los Olmedo, las del norte, las malditas dos mil hectáreas que hacía más de dos años estaba ofreciendo a locales y a extranjeros, exigieron que personalmente constatara que no había nadie viviendo en ellas. Es cierto que últimamente con el tema de las tierras la cosa viene complicada. Pero ahí, en el medio de la selva, nunca había habido problemas. También es cierto que había un puntito en los mapas más viejos, San Hilario. Si bien eran franceses no creo que los potenciales compradores fueran arrianos, pero querían estar a salvo de cualquier problema. Así que tenía que ir, ver el dichoso puntito y, una vez que confirmara que nadie había sobrevivido al dengue, al zika y al chinkungunya, cerrar el trato y cobrar mi comisión.
Lo más sencillo era ir en avión hasta Puerto Iguazú y allí alquilar una camioneta 4x4 para el resto del camino. Así lo hice, y el martes a la mañana ya estaba adentrándome en la espesura. Seguí la huella hasta que las lianas, los árboles descomunales, las plantas de todo tipo que no había visto en mi vida hicieron imposible seguir. Me bajé, según el GPS sólo me separaban unos dos kilómetros del supuesto pueblo. No me había encontrado con nadie antes, no me encontré con nadie después. Sí se escuchaban pájaros, tal vez algunos ruidos serían de monos, me asusté pensando en la posibilidad de que algún animal me atacara, de que alguna serpiente me picara. Pero llegué sin problemas a eso que el puntito en el mapa viejo decía que era San Hilario. Un caserío destartalado, abandonado. Las casas, por llamarlas de alguna manera, carecían de techo; si alguna vez tuvieron puertas y ventanas alguien se las había llevado o el clima las había pulverizado, habían sido reemplazadas por telas de araña descomunales. No había muebles, ropa, basura, nada que indicara que alguien hubiera estado ahí en años. Lo único que se oía era el griterío de la selva, el zumbido de los mosquitos. Volví a ponerme repelente, intenté secarme el sudor inútilmente. ¿Quién podría haber vivido ahí con ese calor, con esa humedad?
Recorrí las ruinas y me senté contra una de las paredes, todo había empezado a darme vueltas, el calor me había afectado. Cuando reaccioné ya estaba anocheciendo. Todavía embotado, empecé a percibir música, a ver luces dentro de las taperas. Me acordé vagamente de las leyendas guaraníes que había leído de chico, del Pombero, de Anahí. Hasta empecé a oler las tortas fritas de mi abuela. Tambaleando me acerqué al hueco que hacía las veces de ventana de una de las casas. Adentro, sentado a la mesa, estaba él; flaco, barbudo, desgreñado. Sin decir una palabra, se aproximó y me dio un libro, “Cuentos de la selva”. No tuve el coraje de agarrarlo ni de hablarle. Él simplemente giró sobre sus pasos y volvió a la mesa, donde siguió escribiendo quién sabe qué en un cuaderno. Tenía fiebre, seguro que tenía fiebre. Arrastré mis pies hasta otra casucha, de la cual salió ella, Isabel, “la Coca”. Me sonrió como sabe hacerlo, se contorneó sensualmente y me hizo gestos para que entrara con ella. El sueño de mi adolescencia hecho realidad. Pero no la seguí, increíblemente no la seguí. Ella me saludó desde la puerta, me tiró un beso y ya no la vi más. Por las otras ventanas, por las otras puertas, empezaron a asomarse todos los demás, toda esa gente que ya no significa nada para mí. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando? ¿Dónde estoy? Tengo que volver a la camioneta, este lugar está maldito, este lugar no existe…Malditos sean los Olmedo, los franceses y San Hilario, malditos, mil veces malditos.
Lo hallaron vagando por el camino vecinal, con evidentes signos de deshidratación y cubierto de picaduras. Se niega a contar qué fue lo que le pasó y a volver a Buenos Aires, dice que no le permiten alejarse de San Hilario.
LA VILLA ESCONDIDA - HAYDÉE ORTONE
La villa Escondida era un lugar tan pequeño que no figuraba en los mapas. Emplazado entre los cerros cercanos a la puna, muy pocos sabían de su existencia. Yo, particularmente, siempre supuse que debía tratarse de una de esas tantas leyendas que corren de boca en boca por los pueblitos del interior.
Todas las versiones coincidían en afirmar que muchos años atrás, una compañia inglesa había elegido ese lugar por sus características geográficas para instalar en las viviendas existentes los primeros paneles solares del país y que por un tiempo todo funcionó de maravillas, pero como toda felicidad en este mundo es efímera, pasó algo que terminó sepultando en el olvido a la villa. A partir de este punto, las opiniones estaban divididas: algunos decían que una epidemia diezmó a la población; otros que los habitantes habían huído aterrados por una serie de temblores que asolaron el lugar y un tercer grupo entre los que se encontraba mi madre contaba que el pequeño poblado había sido copado por una secta satánica.
Una pesada tarde del verano norteño, mientras los niños y los viejos dormían a pierna suelta, los muchachos nos reunimos en el almacén de don Joaquín, cuando de repente, Lorenzo, que estaba con unas cervezas de más y bastante sentido común de menos nos sorprendió con la noticia:
-Estoy decidido a ir hasta La Escondida; quiero ver con qué me encuentro. Los que quieran acompañarme pueden hacerlo. Yo me largo el lunes.-
En realidad decir que nos sorprendió es falso porque Lorenzo , "culo inquieto si los hay" -como decía mi abuela-, cada tanto aparecía con nuevos proyectos a cual más disparatados. Por supuesto, nadie se prendió en la aventura pero tampoco tratamos de disuadirlo, sabíamos que sería inútil. Entonces el domingo por la noche volvimos a reunirnos en lo de don Joaquín para despedirlo.
-Todavía están a tiempo, ¿si alguno quiere venir?-... preguntó, pero no obtuvo quórum.
A la mañana siguiente muy temprano, se tomó un micro que según ciertas averiguaciones que había estado haciendo, habría de acercarlo lo más posible. Rápidamente fueron dejando atrás las últimas poblaciones y en ellas a los pocos pasajeros que iban en el bus. El paisaje fue haciéndose cada vez más árido, más hostil, estaba sembrado sólo de espinillos. De tanto en tanto algún cardón emergía como puño amenazador en medio de la nada. Pasado el mediodía el chofer le comunicó que habían llegado al final del recorrido; entonces Lorenzo descendió y ahí comenzó su Odisea.
A lo lejos divisó un rancho y a pesar de que el sol rajaba la tierra, sin perder tiempo se dirigió hacia allí. Al llegar se encontró con un paisano de edad indefinida, de andar cansino y de mirada torva. Presentándose, Lorenzo le explicó lo de la expedición y su deseo de conseguir un remís o algún medio de transporte que lo llevara a su destino. El hombre lo escuchó con atención mientras pensaba "locos hay en todas partes, a este pájaro voy a tratar de desplumarlo". El caso era que el individuo tenía una mula que estaba más para el descanso eterno que para una cabalgata. "A este trastornado me lo mandó Dios, se la vendo y mato dos pájaros de un tiro: me saco a la mula del medio y encima me hago de unos pesos"
En vista de que no le quedaba otra alternativa, Lorenzo agarró viaje. Cargó su mochila, montó al animal y con una brújula y un mapa rudimentario que había logrado hacer con las referencias de algunos que decían saber exáctamente dónde quedaba La Escondida partió, pero, eso sí , no pudo hacerlo ni raudo ni veloz porque la pobre bestia estaba tan agotada que por poco Lorenzo no tuvo que cargarla.
Así fue atravesando quebradas, escalando cerros, pernoctó en lugares inhóspitos, se cruzó con algún puma que al ver esa extraña figura que formaban él y su mula huyó despavorido, hasta que en al atardecer del tercer día divisó enclavado en un valle un reducido grupo de casas cuyas paredes de piedras y sus techos de paja hacían imposible calcular su antigüedad. Lorenzo no tuvo dudas: había llegado.
Con la emoción pintada en su rostro y tomando de la rienda a la mula avanzó lentamente. Un silencio espeso lo fue rodeando. Recorrió una... dos...tres calles... todas estaban vacías. Entonces pensó: "¿Hasta qué hora dormirán la siesta por acá?" y decidió sentarse a esperar a la sombra de un árbol. Más tarde y antes de que empezara a oscurecer, reanudó su recorrida tratando de encontrar un lugar donde alojarse. Mientras deambulaba, los rayos tornasolados comenzaron a opacarse y las primeras sombras descendieron de los cerros. De pronto y como si se rasgaran las tinieblas, las casas y las calles se iluminaron al unísono. Lorenzo no entendía nada y entonces una melodía comenzó a sonar. Frente a él, desde una casa cuya puerta permanecía entornada escapaban las notas de una canción. Pasado el primer instante de estupor, Lorenzo se acercó y comenzó a golpear. Al cabo de un rato y viendo que nadie respondía a su llamado se decidió a entrar. En el medio de la sala, frente a un viejo y destartalado piano se hallaba sentada una mujer.
-Buenas noches - dijo Lorenzo, pero no obtuvo respuesta, entonces se acercó y apoyó con suavidad su mano sobre el hombro de la pianista.
A su contacto el cadáver se desintegró.
Ciudad sorprendente - Roberto Rodríguez Gras
En aquellos tiempos juveniles me había propuesto obedecer mis impulsos y seguirlos a ultranza sin importar los riesgos y los resultados de la empresa. Así había vivido experiencias divertidas, aventuras peligrosas y conocido lugares impensados.
Qué me hizo bajar del micro en ese paraje inhóspito en la provincia de Salta es lo que ahora me pregunto. En realidad me había llamado la atención la forma en que la cabra trepaba a la montaña. No lo hacía en línea recta. Lo hacía en zigzag, así el camino era más largo pero menos empinado. Y yo me propuse seguir ese camino que se había convertido en senda a partir de que otras cabras lo practicaban. No tenía exacta noción del lugar en que me encontraba pero estaba apertrechado con buena cantidad de agua, alimentos y abrigo. Comencé a silbar una canción y a seguir las sendas que caprichosamente aparecían delante de mí. Llegué a la cúspide y desde ahí divisé otras sierras y ví algunos animales habitantes de la región, pájaros, cuadrúpedos. No mucho más. Seguramente debía estar la zona plagada de alimañas. Mis borceguíes me defenderían de éstas. La vegetación era escasa y raleada. El sol castigaba. Me fijé una dirección y avancé a un ritmo pausado por la altura. Desconocía lo que el destino me depararía. Creo que caminé tres, cuatro días a campo traviesa. Quizás más. Finalmente, una noche observé la luz difusa y tenue que se proyectó a los cielos más allá de la sierra que tenía delante. Eran las luces de un poblado que estaba en un valle. Supuse que me quedaba un día más de caminata.
El medio día del día siguiente me encontró en la cima de la sierra a cuyos pies estaba el caserío. Quedó desnudo desde esa altura y se veía la actividad propia de un lugar próspero. Casas cuidadas y ordenadas a lo largo de una calle principal que desembocaba en un camino que estaba frente a mí, del lado opuesto a donde yo me encontraba. Me entusiasmé con el descubrimiento y pensé en una cena opípara cena y en una cama mullida. El sol era intenso y el viento se hacía sentir. Comencé a descender y la vegetación se tornó poco a poco más densa, más frondosa, al punto que por un par de horas me sumergí en ella y perdí de vista al poblado. Comenzó a oscurecer. El cuerpo me cobraba el esfuerzo realizado con dolores diseminados por todo mi cuerpo sudoroso y sucio. Llegué a la calle principal.
Empecé a recorrerla. Para mi sorpresa no encontré a nadie caminando por ella, a medida que avanzaba noté que ese poblado no era como los otros de la zona, hechos de paredes de adobe o piedras y techos de paja. Parecían casas prefabricadas, simples, con ventanas, parecidas unas a otras, como si fueran gemelas pero de distintos colores. Había luces adentro y se escuchaban los programas radiales, con noticias y música y también el movimiento y la charla de los habitantes. Seguí caminando. Pasé frente a la escuela con la bandera argentina ondeando, la sala de primeros auxilios, la modesta capilla del lugar. Nadie con quien hablar, a quien preguntar. Me detuve frente a una construcción de madera de planta baja y tres plantas. Supuse que era un hotel. La puerta estaba cerrada. Golpeé. Después de unos minutos de espera la puerta se abrió. Apareció una mujer mayor con escote pronunciado y ropa de seda barata color rojo, con su rostro maquillado sumamente cargado. Por sobre su hombro pude ver otras mujeres más jóvenes con ropa provocativa y escasa que dejaba ver parte de sus encantos charlando entre ellas relajadamente. Cerró la puerta tras de sí. Me miró de arriba abajo lentamente evaluándome.
-No veo ningún auto. ¿Cómo llegaste?. ¿Te mandó la empresa?.
-No. Vine caminando a través de las sierras.
-¿Qué querés?.
-Comer y una cama para pasar la noche.
-Llegaste en mal momento. Estamos esperando a los montadores de la obra. Están por llegar. Los traen como animales en camiones. Las chicas ya están preparadas. La empresa reservó en exclusiva el hotel para dar satisfacción a esos laburantes que hace quince días que están en medio del desierto. Corre por cuenta de la empresa la bebida. El sexo se lo pagan ellos comprando velas.
-¿Comprando velas? .
-Sí el precio del sexo depende del tamaño de las velas que compren.
-No entiendo.
-SÏ, tienen sexo hasta que las velas no ardan.
primer intento... - Maria Caran
Llegó sonriente,con una valija verde, de lona, de esas que usaban los cobradores.Miró hacia todos lados y saludando, no se a quien ,avanzó muy decidido . Se paró debajo de la unica luz prendida en toda la calle,la de la esquina de la escuela y dijo.. . -busco el hotel de mi tio...Ahhh ? si ..claro, el redondo,todo redondo ¿las escaleras? tambien ... redondas...¿los chicos? noooo como van a ser redondos... .Hoy vengo a llevármelos .Claro que estan en el pueblo .Como ustedes... que se esconden.pero estan ..Yo, los siento , escucho sus risas ,sus retos, su música.Se que estan..,que se burlan, pero estan...Como ellos ,que además se fueron sin permiso ...Juan Enrique y el bebé,ya tan grande que aún colgado y por la espalda parecía , parecian dos amigos abrazados ....... No contestan . No me importa . Si ,todos hablan demasiado .Como yo y envenenan con palabras sin sentido,con historias, sin que me saquen de esta angustia . Y los chicos que no vuelven, a encontrarse con su tio.
No encuentro a quien preguntarle y hace frio y tengo miedo y me juegan las palabras mil historias que se mezclan y no puedo concretar. Y la historia tenebrosa, que apenas asoma en mi cabeza, de este hombre... me conecta con mi angustia ,con no poder concretar la estructura que me pidieron y...asi, aqui decido dejar para la proxima . Reconstruir lo hecho Y poner fin a la angustia ,finalmente inexpresada en este cuento.
Mi pueblo - Cristina Delea
Juan viene llegando después de una larga y lenta travesía, sus botas sucias,su mochila gastada, dejando atrás sus huellas tanto camino andado. Juan atravesó montes, laderas, llanuras verdosas interminables, imposibles de transitar ni siquiera con la mirada.
Juan ya extasiado, entre ido entre desvastado ,busca su pueblo, antes vivo, ahora Juan vislumbra la sombra de lo que era, se acerca cautelosamente, ya no es lo que tenía por conocido y cuanto más cerca menos lo reconoce, cae en la cuenta que va hacia lo desconocido, es entonces cuando teme no regresar.
Estoy en un pueblo perdido en el medio de la nada, vine a ver a mis padres que aún viven aquí. Voy buscando un lugar para asearme y poder estirar mis piernas. La nochecita trae algunas pocas luces que se encienden.Observo y me preguntó dónde están todos
Aparece una mujer, no sé de dónde, y me dice parcamente, "te esperaba".
Siento un desconcierto casi abismal que me nubla, creo escuchar algo que parece música pero va y viene,difusa como de aquí o de allá. Confundido como estoy, creo ver a la mujer
De repente me hace pasar impetuosa a la casa, poblada de oscuridad, silencio y ausencias ordena que la siga,entregado como estoy voy por un largo túnel, oscuro, frío, tenebroso.
De pronto nos detenemos,y me dice entre susurros que ellos ya no están, y que pedían por él, no antes si no ahora. Ella me dice que tampoco está, que se fue antes que ellos, arriba y después abajo. Que ellos la acompañaron, estaban con ella antes, de la misma forma ella volvió para irnos. De esta forma sucede así, de golpe yo no soy, me dejé arrastrar parecía lentamente, me invadió como una somnolencia,la oscuridad me llevaba y me sentí tan liviano,más liviano que la nada.Ya nada era necesario, me fui deslizando en otro tiempo, sin luces, sin sonidos, sin oscuridad ni tiempo. Yo estaba dejando de ser.
Comentarios
Publicar un comentario