Bloque 2/16 Consigna 1: Construir una narración fantástica centrada en un espacio subjetivo que de alguna manera represente el interior del personaje central y en el cual sean fundamentales el nombre, la falta de nombre o la multiplicidad de nombres. La narración tiene que estar ubicada en un mundo cotidiano.
Material de referencia:
Las ciudades invisibles (Fragmento). Ítalo Calvino
Producción de los participantes:
Hermanos - Agustina Cangiano
Ana - Cristina Delea
Juegos de ¿azar? - Haydée Ortone
Me fui con él - Marcela Ruz
Abro la puerta del bar - Roberto Rodríguez Gras
-Alicia Ortone
Hoy los escuché llamarme Natalia Natalia, de mi dedo gordo del pie cuelga el cartelito con las iniciales: N.N.
abro la puerta del bar
Las ciudades invisibles (Fragmento). Ítalo Calvino
Producción de los participantes:
Hermanos - Agustina Cangiano
Ana - Cristina Delea
Juegos de ¿azar? - Haydée Ortone
Me fui con él - Marcela Ruz
Abro la puerta del bar - Roberto Rodríguez Gras
-Alicia Ortone
Hermanos - Agustina Cangiano
El hermano de Aura se perdió el mismo día que empezó la inundación. Ya sea por torpeza o negación, ella no parecía conectar los hechos. Estaba sumergida en una tristeza que solo la dejaba salir de la casa para hacer los quehaceres.
De todas formas, no había mucho para ver afuera. La ciudad estaba sitiada por el agua y las calles, mojadas donde no hechas pileta. A pesar de que había dejado de llover, el cielo se mantenía gris como el asfalto.
Y ni hablar del estado de confusión en el que estaban todos. Los chicos, aburridos, les estaban haciendo la vida imposible al resto. Habían inventado un juego con los carteles de las calles que causó tanto problema que hasta Aura en su reclusión se enteró.
Un día, un muchacho de delivery tocó por error su timbre. Estaba tan convencido de hallarse en el 644 de Pujol que ella tuvo que bajar y salir del edificio para mostrarle el nombre en la esquina. Pero cuando ambos llegaron allí, el cartel azul no estaba y, en su lugar, escrito en grafiti, decía Pujol.
Es que el juego no consistía únicamente en hacer desaparecer las señales sino también de cambiar las indicaciones. Y el cruel pasatiempo se extendí a por todos los barrios, perjudicando a nuevos caminantes y viejos con principio de Alzheimer.
Claro que Aura no tardó en afirmar que por eso mismo su hermano estaba perdido. Después de todo, nunca había sido bueno para memorizar cosas. Se puso, entonces, manos a la obra, corrigiendo uno por uno los carteles. Pero lo que hacía de día, como el manto de Penélope, por la noche se deshacía. Y entonces no se podía combatir a ese mal infantil.
El agua bajó dos semanas después y apareció un cadáver. Pero no podía ser el hermano de Aura, su hermano solo estaba perdido.
Ana - Cristina Delea
Como todos los días ella caminaba con parsimonia al mismo lugar. Sacaba las llaves, abría y entraba a la rutina, así sin pena ni gloria. Ana seguía su ritual, abría las persianas y la luz llenaba el lugar. Ana aun estando sola, hablaba con Sofía, imaginaria. Le decía que tenía libros nuevos, recién llegados. Le contaría a Sofía, que se leía todo. Así las cosas, en esta biblioteca mágica, el mundo aparece ante Ana. Todo ese mundo del cual Ana carecía. Siente una inmensa emoción que comparte con Sofía, en sus diálogos o monólogos enfervorecidos. Es que allí rompe con su soledad, esa que la persigue hasta llegar al lugar hecha trizas, deshilachada, llena de vacío, arrastrándose en penuria. Atraviesa el espacio de luz, con altiva brillantez comienza su viaje de peregrina mística que está unida a todo. Habla con Sofía la imaginaria entremezclando los temas y es allí que se habla a sí misma. Que no vive cuando cierra esa puerta, que su ser se deshace. Sin embargo recuerda la luz que la esperara mañana al abrir la puerta. Este recuerdo cabal la mantiene viva. Ha encontrado una vida.
Juegos de ¿azar? - Haydée Ortone
Prudencio, era un quinielero de cuna y cuando digo “de cuna” es porque su abuelo había sido quinielero y su padre también. Pero al revés de muchos, él no sólo levantaba quiniela como un trabajo sino porque creía fervientemente en el lenguaje de los números, decía que nada en este mundo sucede por azar; y aquí voy a dar unos ejemplos: si salía el 52, seguro que esa mañana había ido a visitar a su madre; si el que salía era el mal tiempo, aunque hubiera un sol radiante y ningún pronóstico presagiara tormentas, él ni por casualidad se asomaba a la vereda. Así fue que en una bailanta conoció a una mujer y a pesar de que sus amigos le advirtieron “mirá que esa mina no es para vos”, durante tres días seguidos, tanto en la vespertina como en la nocturna salieron el anillo y el casamiento; él entendió que eso era una señal y sin la ayuda de nadie, se puso la soga al cuello.
Solamente una vez, Prudencio, contra sus principios, no hizo caso de la advertencia de la numerología; venía saliendo “el ladrón” y él no vio o no quiso ver ningún signo de alarma hasta que justo un día 17 salió “la desgracia”, fue demasiado tarde: cuando regresó a su casa, la mujer se había alzado con toda la recaudación, los ahorros y hasta el equipo de mate.
El pobre Prudencio, solo, pato y hecho un gil, como dirían sabiamente los tangueros de ley, no quiso ser el hazmerreír de todo el vecindario y entonces, con los pocos pesos que tenía en los bolsillos y una pequeña valija, se fue hasta Retiro y sacó un pasaje hasta donde le alcanzó la plata .
De esta manera llegó a una vieja estación perdida en el medio de la nada misma. Allí conoció a Nemesio, el jefe del lugar, ..bueno… jefe es un modo de decir porque en última instancia era el único empleado. Cuando Prudenció le preguntó en qué pueblo estaba, le informó que prácticamente no había ningún pueblo, que ni siquiera la estación tenía nombre, que era un lugar sin historia, sin fiestas, sin vida social, sin periódicos, sin opinión pública y donde los pocos habitantes dejaban correr la vida según como venía. También le contó que a unos kilómetros de la estación, estaba el Regimiento 612 de Infantería y que “ahicito nomás”, había un almacén, un bar, dos o tres casas donde vivían los pocos trabajadores de la zona y la pensión de Doña Mercedes. La pensión era la construcción más grande: poseía tres piezas para los hipotéticos huéspedes (casi siempre permanecían vacías) y atrás funcionaba el verdadero negocio de la mujer: ella, con un grupo de discípulas “atendía “ a los soldados del batallón.
Prudencio maldijo su mala suerte pero como no tenía otro remedio resolvió poner al mal tiempo buena cara, se instaló en una de las piezas de la pensión con la promesa de pagar cuando consiguiera un trabajo, y como lo único que sabía hacer era levantar quiniela, comenzó con el negocio.
Las primeras clientes fueron las pupilas de Doña Mercedes, luego y a medida que se fue corriendo la voz, las siguieron los escasos pobladores, y por último los soldados, los cuales jugaban en secreto porque el comandante a cargo de la división, hombre de gesto adusto, de porte marcial y de pocas palabras, era famoso por sus rígidas ideas sobre la disciplina. Hacía mucho tiempo que el hombre estaba designado para ese regimiento, era como si el ejército se lo hubiera olvidado en los confines de la patria o tal vez hubiese querido sacarlo del medio.
En el poblado y sus adyacencias ningún hecho bélico justificaba ese despliegue de tropas pero el comandante se había tomado tan a pecho su papel como si hubiera estado en medio de la segunda guerra mundial por eso era que en los momentos más impensados, en medio de una noche de luna llena, o bajo una tormenta infernal, hacía tocar a rebato, simulaba un ataque externo y comenzaba un cañoneo hacia un objetivo inexistente. Los pobladores ya no se sorprendían de tan desproporcionados ejercicios, no obstante, más de un desprevenido casi muere de un infarto al escuchar tanto bochinche.
Los soldados podían llegar a entender la férrea disciplina, soportaban el exceso de autoridad, pero a lo que ninguno pudo acostumbrarse jamás fue al hecho de que por los caprichos del comandante en jefe hubieran perdido sus identidades; sí, así como lo cuento: cada soldado a partir del instante en que ingresaba al cuartel pasaba a ser sólo un número, por ejemplo 34, 56, 122, etc. Menos mal que la dotación total era de ciento cincuenta hombres, nada más. Hay que reconocer que el comandante tenía una memoria prodigiosa, lo que le permitía llamar a cada uno por la cifra correspondiente, cosa que a los demás les resultaba muy difícil, razón por la cual hubo que acondicionar más calabozos donde alojar a aquellos que transgredían las órdenes emanadas de la superioridad, se equivocaban de número o aún recordaban el nombre de pila de sus compañeros o los suyos propios.
¡Pobre el oficial escribiente!, se pasaba horas redactando las correspondientes órdenes de arresto. A raíz de esta situación la tropa se había dividido: unos creían que el tipo tenía una memoria sorprendente y otros que el comandante se había vuelto completamente loco, (los que apoyaban esta última teoría cada vez que se encontraban con Prudencio aprovechaban para jugar al 22); pero además había un subgrupo que opinaba y no sin razón, que el hombre tenía una memoria de elefante y estaba más loco que una cabra.
Alguna vez alguien se atrevió a preguntarle por qué había adoptado ese procedimiento, a lo que el comandante argumentó: -La suma de esos números forma un cuerpo cuya cabeza por supuesto soy yo. Voy a ser más claro, los ejércitos están compuestos por la plana mayor, o sea, los seres pensantes, llámenles generales, coroneles, hasta tenientes podríamos decir, que son los que ante un conflicto bélico tomarán las decisiones que correspondan. Todos los demás son números para las estadísticas. Solos, no son capaces de decidir nada, pero juntos forman la masa, son los grupos de choque que sólo deben entender y responder a las órdenes impartidas por los altos mandos, entonces cuanto más anulemos sus identidades, mejores resultados lograremos.-
A todo esto el reducido grupo de habitantes del poblado que, a falta de verdaderos entretenimientos, tales como una kermesse de vez en cuando, algún hecho policial, un evento deportivo ya que ni un partido de fútbol podían armar porque no había jugadores suficientes y lo único que tenían para pasar un rato era la casa de Doña Mercedes, cuando se instaló Prudencio, se volcó al juego.
Es sabido que los sueños, las catástrofes, y ciertas situaciones difíciles de enumerar son simples excusas que esgrimen los jugadores a los cuales les gusta la plata fácil pero por casualidad muchos acertaban, por ejemplo: cuando jugaron al 01 y llovieron tres días seguidos. O cuando Doña Mercedes se rebanó un dedo y salió “la sangre”.
En una oportunidad “el borracho” salió a la cabeza y a los premios, lo que favoreció a muchos soldados que por lo bajo atribuían ese vicio al comandante, pero como nunca falta un soplón, un cabo se le dijo a un sargento y éste, por las dudas, arrestó a todos los ganadores y fue entonces cuando salió “la cárcel”.
Casi sin que Prudencio se diera cuenta fue transcurriendo el tiempo. Unos ganaban, otros perdían pero así son las reglas del juego. El quinielero se resignó a su suerte, total, no la pasaba tan mal; por lo menos ahí estaba seguro de que la policía no iba a perseguirlo, cosa que sucede a menudo en las grandes ciudades. La pieza era cómoda y Doña Mercedes lo trataba como si fuera un miembro de la familia, hasta que un mal día de esos que por las dudas debieran borrarse del almanaque, estalló el escándalo: el comandante; defensor a ultranza de la moral y las buenas costumbres; que castigaba severamente a sus pobres subordinados si tenían la debilidad humana de visitar la casa de Doña Mercedes, en el momento menos pensado sucumbió a los encantos de la mujer de Nemesio. Pueblo chico, infierno grande, la noticia corrió como reguero de pólvora.
Para colmo de males, cierto día Prudencio se encontró con el jefe de la estación y después de intercambiar saludos le preguntó: -¿Qué anda haciendo con esos tachos de pintura, Don Nemesio?
A lo que el hombre respondió: - Voy a darle una mano de cal a la estación. Aparecieron unas pintadas en los muros ¿vio?. .. pero…no sé…nunca falta un mal nacido… aunque quizás es alguna organización…pero… es raro, acá somos dos gatos locos y nos conocemos todos.
-Y que dicen las leyendas? – inquirió curioso el capitalista.
-Sólo once de noviembre
-Once de noviembre… once de noviembre…- pensó Prudencio en voz alta, hasta que de pronto se le iluminó la lamparita: -Once de noviembre es el día del cornudo- Antes de terminar la frase Prudencio hubiera querido que la tierra se lo tragara, pero ya era demasiado tarde.
Mientras tanto los tórtolos se citaron a orillas del arroyo pero el marido que era viejo mas no tonto, hacía rato que andaba sospechando algo, además de casualidad escuchó lo que se rumoreaba en el bar y por si todo esto fuera poco el comentario del quinielero no le dejó dudas, entonces los siguió y los pescó infraganti cuando se estaban besando.
Esa semana salieron en la quiniela el 21, “la mujer”- el 75, “los besos”- el 96, “el marido”- el 61, “la escopeta”- el 18 “la sangre”- y el 47. “el muerto”.
Me fui con él - Marcela Ruz
Me fui con él, dejando atrás el adobe, la higuera, el gallinero y seis o siete hermanos. Tenía catorce, quince años y creo que me llamaba María. O Isabel. ¿Qué más da? Si yo pasé por muchos lugares y tuve muchos nombres. Blanca, como las líneas que aprendí a usar mañana, tarde y noche para poder seguir. Alelí, Jazmín, Margarita, Viola, flores para un desierto de rutas polvorientas. Celeste, Azul, Lila; no era suficiente el color rojo de las paredes ni el brillo de las lentejuelas de los trapos en esos páramos helados. El viento siempre era el mismo.
Hoy los escuché llamarme Natalia Natalia, de mi dedo gordo del pie cuelga el cartelito con las iniciales: N.N.
Abro la puerta del bar - Roberto Rodríguez Gras
Abro la puerta del bar atendido por cuatro personas vestidas de negro de historias de vida desconocidas que parecen parte de un escenario estático como la vitrina donde descansan las masas que en cantidad de una acompañarán el café chico en ese ambiente bullanguero a la hora de la salida de los chicos del colegio y donde el aire fresco que provee el acondicionamiento del lugar mitiga el calor intenso exterior en el momento que una de ellas se me acerca cuando hago los movimientos para sentarme en una de las mesas y me interpela con el consabido lo de siempre que merece una aprobación de mi parte mientras miro a través del inmenso vidrio la lluvia intensa que hace que los peatones corran y el tránsito se lentifique mientras un vos-papá-yo me sacude con el reproche de la poca atención a su adolescencia y un vos-gallego-yo grita con desesperación en el partido de fútbol pasala pasala morfón que estoy solo mientras el silencio del lugar me dice que la hora es temprana y las citas todavía no se producen y aparece el café corto de la mano que le pertenece a una inexpresiva sonrisa sin pintura en los labios y veo gente que entra con abrigos con sus cuellos levantados y camperas con sus narices enrojecidas por el frío cerrando la puerta detrás de ellos con presteza para evitar que la tibia temperatura interior se fugue y vos-putazo-yo me insulta y atemoriza con un así que te querías escapar y me arrebata el dinero que traigo en un bolsito mientras que por la otra ventanilla descubro la boca de fuego de un revolver que me apunta y me felicito de no haber intentado la huída porque de haberlo hecho no estaría acá y usted-ingeniero-yo me dice que ha leído mi curriculum y mis pretensiones y que la empresa está interesado en incorporarme para hacerme cargo de uno de los contratos y en el televisor que está detrás del mostrador en lo alto explican una receta de cocina y simulan su preparación y veo en la otra mesa a un grupo de mujeres que son profesoras del colegio secundario vecino que no escapan a los temas rutinarios de sus actividades diarias y reprtidas mientras en la otra una mano masculina acaricia con intención su par femenina sobre la tabla mientras frente a ellos los restos de sus helados buscan su estado líquido vos-roberto-yo estalla con furia y me recrimina el desacierto del acorde de la mano izquierda en ese hermoso piano de mediacola y me levanto y tomo el diario de la mesa alejada con las noticias frescas del día y vuelvo mientras una mirada me señala como que me adelanté a su intención y un usted-rodríguez-yo me dice que estoy advertido y que la próxima vez seré amonestado y un vos-abuelo-yo me pide que le explique matemática porque tiene exámen la próxima semana y pido la cuenta mientras aprovecho para ojear el diario y voy al baño y orino y usted-roberto-yo tiene cáncer hay que operar rápido y me voy turbado del lugar sin saludar y a la salida me espera el día nublado y ventoso
- Alicia Ortone
JUEVES 21
ESTO ESTÁ HEDIONDO...
PERO CLARO....EL CAPO NO DEJA QUE ABRAMOS, NO DIGO LA VENTANA, AL MENOS EL VENTILUZ
LUNES 18
¡ QUÉ OSCURO! LOS OJOS ME DUELEN
EL JEFE DICE QUE ASÍ ES MEJOR
MIÉRCOLES 20
POBRE...LA COMIDA ES UN ASCO SI LE DIERAN TROCITOS DE PERRO SERIA MÁS RICO
EL TATA DICE QUE ASÍ VA A SABER LO QUÉ ES PASAR HAMBRE
MARTES 19
HOY CON LA LINTERNA LE ENFOQUÉ LOS PIES
MI DIOS....¡QUÉ ZAPATOS! AUNQUE TRABAJE EN ESTO SEIS MESES, NO ME LOS PUEDO COMPRAR
SI SE LO DIGO AL NÚMERO UNO, SEGURO LE CAE MAL Y LA LIGO
SÁBADO 22
ESTO SE HACE LARGO,LAS MÁSCARAS ASFIXIAN
ME IMAGINO A ESTE DESGRACIADO CON ESA PORQUERÍA DE TRAPO EN LA CABEZA
PORQUE AL FINAL ES UN POBRE TIPO
NO ES UN GANADOR COMO IL CAPPO
LUNES 23
LE CAIGO BIEN....
ME DICE QUE SI SALE ME REGALA LOS ZAPATOS
ME PARECE QUE SE ESTÁ TIRANDO EL LANCE PARA QUE LO DEJE ESCAPAR O PARA QUE LE HAGA LLEGAR ALGUNA PISTA A LA FAMILIA
SI EL CEO SE ENTERA ME HACE BOLETA
DOMINGO 22
HOY SE QUEBRÓ, ME HABLO DE LA MUJER,DE LOS PIBES,QUE TIENE MIEDO DE NO VOLVER A VERLOS.....
DE LA PLATA DEL VIEJO,QUE TARDA TANTO EN LLEGAR
NO SE QUE ESTARÁ HACIENDO DIOSITO, ESTO SE ESTÁ HACIENDO LARGO
MARTES 24
GOLPEAN LA PUERTA
¿SERÁ LA CANA?
NO, RECONOZCO LA VOZ DEL IMPRESCINDIBLE
DEBEN HABER PAGADO. UFF
EL FLACO SE SACA LOS ZAPATOS Y ME LOS DA
SE ABRE LA PUERTA Y EL JEFE NOS VE
CON DOS TIROS FUE SUFICIENTE....
LOS ZAPATOS SE SALPICARON DE SANGRE ¡QUÉ LÁSTIMA! PERO NO SE SI CON LA DE ÉL O CON LA MÍA
Comentarios
Publicar un comentario