Consigna 7: Realizar un cruce entre una situación educativa de la escuela tradicional en cualquiera de sus ámbitos y la educación desde un mundo ajeno (mundo indígena, villa) Ese cruce debe expresarse en por lo menos una textura de dos dimensiones. Esas dimensiones tienen que poder encontrarse en un punto y ser percibidas por el lector.

Material de referencia:
"Escuela Shalaca", Jorge W. Abalos

Producción de los participantes:
Iniciado - Cristina Delea
La historia de un niño solo. Basado en Abelardo Castillo. - Cristina Delea
PARO DOCENTE -Haydée Ortone Los hermanos Montoya - Ana Lía Olego
12 de Octubre - Mabel Jokmanovick Derka


Iniciado - Cristina Delea

Aprendí a escapar de todos, ser el más veloz me salvó siempre, porque yo andaba de lío en lío, y no podía parar. En mi casa mi mamá me criaba sola, mi viejo también se había escapado. Ella me rogaba ‘’no vayas con esos’’, con temor y casi sin fuerzas me susurraba una y otra vez, ella sabía mejor que nadie que la iba a desoir. Siempre me chiflaban los pibes más grandes, a mí me encantaba ir con ellos, era así que yo me sentía más grande, y yo necesitaba ser querido por ellos, eran lo único que yo tenía, que yo admiraba y me daba el valor de ser admitido. Eran una especie de cofradía, todos juntos, dominaban la cuadra, y allí con ellos estaba yo, el insignificante haciendo la calle.
De la esquina del almacén de José, que trabajó cada uno de los días de su vida, y esto me parecía tan raro, de allí pasamos al kiosco de Fidel, que también estaba al pie del cañón todos los días y esto también me parecía tan extraño. Nunca vi un ejemplo así, cerca mío. Yo no sabía muchas cosas de la vida, mi escuela eran los muchachos, esos que ponían intranquila a mi mamá. 
Uno de ellos dijo ‘’Vamos a lo de Manuel, se va del barrio’’. Encontramos a Manuel en el patio de la pensión, se lo veía un poco entonado, aun así le preguntamos “por qué te vas del barrio’’. Balbuceando nos dijo “metí la pata’’. Llegaron los contrarios, empezaron los gritos, empujones, golpes hasta que Manuel se cae, así se lo llevan al potrero. Mi grupo lo sigue, yo voy con ellos último. Yo no entendía nada, no sabía qué pasaba, pero no dudaba que me estaba haciendo hombre. Los compadritos me habían dicho ‘’Dale, vení’’. Luego de la corrida llegué atrás de ellos, mucho no podía ver por más que me estirara. Al principio pensé que había un festejo por la ida de Manuel. Escuchaba las voces que le gritaban ‘’Vos no te vas de acá’’ Sabés cuánto nos debes vos’’, ahí fue cuando me fui asustando, los golpes, los quejidos de Manuel. Gritos, llantos, desesperación. Nosotros del otro lado nos mirábamos inquietos, no escuchamos más la voz de Manuel, se hizo un silencio completo. Todos salimos corriendo, como sea escapábamos, sentimos las sirenas, había llegado la policía. De golpe, se había venido la noche. Todos corríamos sin mirar, y hubo uno que me llevó por delante, me hizo tropezar, era ese justo el más alto de todos, que no me vio.
Nunca me pasado, era la primera vez que me caía. Me dejaron ahí tirado los grandotes, esos que yo tanto admiraba. Yo les pedí ayuda, claro que les pedí, pero yo era el Cortito, así me llamaban, y no les servía de mucho. No me escuchaban, o no querían. Quedé ahí tirado como un perro solo y lastimoso, se me vino la policía preguntando por lo qué había pasado. Yo no podía escapar, no sabía qué hacer, sentí pavor, vi la noche más oscura que nunca. Pensé en mi mamá, en su dolor por mí, su soledad por mi causa. Se me hizo un apretón, un golpe seco en el pecho, empecé a llorar como nunca mientras pensaba con rabia que ya no era ningún hombre. El policía me dice ‘’vamos, pibe’’


La historia de un niño solo. Basado en Abelardo Castillo. - Cristina Delea

Pensó que el grupo era bueno. Claustros anclados en otros tiempos, allí estaba él y también los otros. No podía sentir el aire, allí se le hacía cada vez menos 
respirable, como un túnel que lo iba ahogando. Inhalaba despacito el aire, tan
apretado el pecho que le costaba la vida soltar ese airecito, que era casi nada de nada. El niño se sentía aterrado, tenía miedo de los demás.

Pensé que eran buenos, pero eso no es así. Sentía las miradas socarronas detrás mío, esas risitas socarronas apenas susurradas que se contagiaban de uno a otro como para hacerse poderosas y yo sintiéndome más y más imperceptible. Sí porque eso era yo, alguien no digno de ser percibido. Cada vez más insignificante, despertando risas, eso era yo.

Sentí temores, al fin era como ocupar un lugar que no merecía, estar donde no 
correspondía y me apabullaba imaginarme, de qué manera sería expulsado.

Ellos eran muchos y yo infinitamente solo.

Iba llegando a la Casa de Altos Estudios, y en el andar se me estrujaba el corazón, y veía un tendal de fieras que no dejaban de aullar.

Se sintió empujado, cuando le dijeron ‘’Vamos a dar una vueltita’’. Él fue para que no lo tomaran de gil. ‘’Vení un poco más’’. Recién ahí vio la pileta, escondida, aparecida entre las sombras de un parque tenebroso, todo tan oscuro, que casi no se veía.

Antes, al principio empecé con vergüenza por todo, tartamudeaba justo en el 
momento en que lo importante se quería desatar. Desatarse de adentro, de todo eso que estaba tan guardado, que se hacía silencio. Solo dije ‘’tengo miedo al agua’’ y se encendió como una chispa. 

Sucedió lo inevitable, en forma macabra, lo tiraron al fondo, como si fuera un animal que hay que hundir, rodeado de las burbujas del agua helada. Pedí ayuda casi sin fuerzas, antes de cerrar mis ojos vi como se reían. 

Lo estoy viendo al niño triste y solo, que se destacaba en el estudio, y esto no está permitido. Para esto no hay perdón, sólo castigo. Decían los cobardes.

Pobre niño que pasó por todo, el silencio más denso y más aplastante. El aire era tan poquito para él, que no le alcanzaba. No tenía la palabra, se la quitaron los miedos. 

Los otros fueron juzgados. Dijeron ‘’no se podía ser tan bueno en todo’’.


PARO DOCENTE -Haydée Ortone

-En cinco minutos todos los maestros deberán reunirse en la dirección- exclamó Rosa, la portera interrumpiendo la clase.
-¿Y los chicos?- preguntó Mariángeles, la seño de primer grado.
-La reunión va a ser corta pero por las dudas deje la puerta abierta, mi compañera y yo andaremos por el patio por si pasa algo -

Mariángeles no quedó muy convencida pero si la orden venía de dirección…. Ésta era su segunda suplencia; la primera había sido en una escuela muy cercana a su domicilio, si hasta conocía a algunos de sus alumnos: estaban los hijos del panadero  de la esquina, los hermanitos del tercer piso A, la nena del ferretero… Eran chicos de clase media, a los cuales no era difícil impartirles conocimientos, lo complicado, era despertarles la curiosidad por las cosas ajenas a sus intereses; en cambio, en esta escuela todo era distinto: los alumnos, habitantes de la villa cercana, eran pequeños niños carenciados; carenciados de alimentos, de los insumos básicos que requiere la niñez para crecer de la manera más armoniosa y saludable posible, pero fundamentalmente, carenciados de afectos. Mariángeles pensaba que eso era lo que los hacía más vulnerables por eso se ponía tan mal cuando Zulema, la maestra de quinto protestaba:  “Qué escuela de mierda, si no fuera porque necesito laburar ya hubiera mandado todo al carajo”

Mariángeles amaba a sus alumnos. Le dolía saber que tenían pocos conocimientos de historia, de lengua, de geografía pero estaba absolutamente segura de que ante una competencia donde se trataran temas referidos a la supervivencia, los alumnos de la villa les hubieran dado cátedra a los chicos de las otras escuelas.

Después de recomendarles que se portaran bien partió para la dirección.

-Los mandé llamar porque acabo de recibir una comunicación de los del gremio donde nos  dicen que mañana no se dictarán clases en todas las escuelas de la provincia. Será un paro por solidaridad con los docentes de Chubut.  Como se imaginarán, éste es el momento ideal para realizar todo tipo de movilizaciones y acampes. Hay un gobierno débil que no  se resigna a tener que dejar el poder y por lo tanto es fácil que nos otorgue algunas de nuestras solicitudes y otro grupo de políticos que como todos sabemos es probable que ganen las próximas elecciones y entonces van a intervenir para que nos otorguen algunas mejoras, de esa manera se aseguran nuestros votos y si así no fuera  o el paro resulta un fracaso les demostraremos de lo que somos capaces. La escuela permanecerá abierta para que la supervisora no diga que no garantizamos  la libertad de trabajo; pero, por supuesto, ustedes, muy sutilmente les dirán a los niños que mañana no hay clase. Se concentrarán en la puerta en el horario habitual con pancartas, bombos y todo lo que se les ocurra como para llamar la atención. Ahora vuelvan al grado.-

La mayoría de los docentes aplaudió las palabras de la directora y la maestra Zulema se puso a cantar: -“se siente, se siente, la escuela de Sarmiento está presente”.
Mariángeles, que había escuchado con atención las palabras de la directora, salió junto a sus compañeras. -Tiene razón -pensó- nos pagan tan poco… y además está el tema de la obra social-  … y se fue al aula.

-¿Qué pasó seño?. Te extrañamos.-
-No sean exagerados, sólo me fui por cinco minutos- les dijo, pero en ese instante se dio cuenta de que sus alumnitos decían la verdad. Había estado afuera muy poco tiempo pero para esos chicos, su presencia, y el amor que ella les brindaba eran casi todo su mundo. Pronto sonó el timbre de salida y ella, como siempre, los despidió con un beso.
Agustina, que había salido de las primeras, se soltó de la mano de su hermana, y volvió corriendo: -Seño, qué triste estoy los días en que no tengo clase. Te quiero, seño.- y dándole un beso se fue.
 Esa noche Mariángeles durmió tranquila, había entendido lo que debía hacer, recordó lo que en algún momento le dijo su abuela: “a veces creemos merecer  mucho más de lo que tenemos pero entonces miramos a nuestro alrededor y descubrimos cuántos seres hay que sin merecerlo, están mucho peor que nosotros.
A la mañana siguiente, como todos los días, fue a la escuela. Algunos de sus compañeros ya estaban en la vereda tocando el bombo, cantando y agitando pancartas. Un grupo de sus alumnos la esperaba en la esquina. Ella se les acercó y todos juntos traspasaron la puerta. El profesor de música intentó impedírselos pero la directora, por temor a una sanción de las autoridades del Ministerio, lo conminó a que los dejara entrar. -“Total, la mayoría estamos afuera”- y como para terminar de convencerlo –“una golondrina no hace verano”- le dijo.
Mariángeles se dirigió a su aula junto a sus alumnos y comenzó la clase como en un día normal pero eran muy fuertes los ruidos que llegaban del exterior y los chicos no podían prestar atención entonces se acercó a la ventana que daba a la calle para cerrarla. En ese momento alguien arrojó un ladrillo. Tal era el alboroto que hacían los huelguistas que nadie escuchó el estallido de los cristales.

Los canales de noticias de todo el mundo pasaron una y otra vez los videos de la ventana destruída y del cuerpo de la señorita Mariángeles en medio de un charco de sangre, y rodeado  por sus alumnitos y la imagen de la maestra Zulema, que armada con un aerosol había escrito en la pared exterior de la escuela:

 LAS REIBINDICACIONES  DOCENTES
ESTAN
EN MARCHA.
(Sí, reivindicaciones con B larga).


Los hermanos Montoya - Ana Lía Olego
Apenas tocó el timbre, entramos al aula.  Enseguida me di cuenta de que Evaristo no estaba pero pensé que había ido al baño. Al notar que tardaba demasiado fui a buscarlo, pero no lo encontré. Entonces fui a cuarto año, porque a lo mejor había ido al curso de su hermano y no, no fue. Recorrí toda la escuela pero no aparece. Por eso vengo a decirle a usted señora. Qué hago.
Lo vamos a buscar en el barrio, contestó la vicedirectora. Pero antes tenemos que ir a la casa. Hay que avisar a los padres que Evaristo se escapó de la escuela. Ese mocoso ya me va a escuchar.
Es muy raro. Evaristo nunca hizo eso, acotó la Señorita Mabel.
Mabel era nueva en la escuela. Ese año había titularizado y por eso debía aceptar alguna de las escuelas disponibles, aunque estuvieran lejos de su casa, o en barrios desconocidas o ésa, la Nª 153 de Villa Carilica.
Muchas colegas le habían dicho que no aceptara, que en todo caso titularizara el año siguiente, que esa era una escuela difícil. Pero ella necesitaba ese cargo. Las cosas se habían complicado en su casa y ella quería tener un sueldo seguro. Además, - Los chicos son chicos en todas partes, les había contestado ella ante semejante insistencia.
Y resultó cierto. Todo. Los chicos eran chicos como otros chicos.  Pero también esa era una escuela difícil.
Cuando cada tarde preparaba las clases para el otro día finalmente se preguntaba si lo que ella estaba haciendo, lo que le habían enseñado en el profesorado, serviría. Y también se lo preguntaba después, cuando todos esos ojitos aún somnolientos la miraban expectantes. O en momentos como ese, en los que el qué estoy haciendo resonaba no solo en su cabeza, también en su corazón.
Y qué le vamos a decir a los padres, preguntó temerosa mientras caminaban hacia la casa de Evaristo, un departamento del tercer piso de la segunda columna de la tira siete de aquel barrio de monoblocks.
La verdad, le respondió la vicedirectora, que Evaristo se escapó de la Escuela y que será sancionado por eso. Porque tampoco es cuestión de que piense que puede hacer lo que quiere. Si ahora se lo consentimos, el día de mañana será peor. La Sra. Susana era una docente de mucha antigüedad, vicedirectora desde hacía muchos años en escuelas del centro, de esas a las que todos los padres elegían, pero tuvo la mala suerte de que ese año la desplazaran.
El corazón de Mabel le latía en las sienes cuando escuchó que alguien se acercaba a la puerta, tras tocar el timbre. Asomó la mamá
Señora, le venimos a decir que Evaristo se escapó de la escuela, informó la Señora Raquel con la mejor voz de vicedirectora.
No. No se escapó. Está acá, explicó la mamá de mala gana y con poca paciencia. Pero ante la perplejidad de sus caras, sintió la obligación de seguir explicando: -Acaso no lo saben, el Pichi y el Adrián lo pelearon al Evaristo en el recreo y una de las señoritas lo puso en penitencia. Eso no se hace. Ahora todo el barrio sabe que al Evaristo se lo puede. Sólo vino a avisarle a sus hermanos. Y ahora vamos a ver cómo se soluciona esto, porque tampoco es cuestión que alguien se piense que a los Hermanos Montoya se los puede andar manoseando.
Mabel y la Señora Susana regresaron en silencio. La escuela nunca les había resultado tan alejada, ni ellas sentido tan extrañas.


12 de Octubre - Mabel Jokmanovick Derka

Corría el año 1960… Ese 12 de Octubre, como todos los años anteriores, la escuela rural nº 425 del paraje El Colchón del Impenetrable chaqueño, engalanada, se aprestaba a conmemorar el “Día de la Raza”. La mañana era espléndida, el sol resplandecía dorando el follaje de los algarrobos, mistoles y chañares cuyas flores, humildes pero potentes, inundaban la primavera con su perfume.
Como suma de pueblos que eran (nativos, criollos y colonos extranjeros), de los lugares más recónditos se fueron acercando para el acto escolar los alumnos y sus familias. Algunos llegaban caminando, otros a caballo y muchos en canoas, remando por el río Bermejo ya que, corriente arriba, se asentaba una importante comunidad indígena de etnia Qom, expulsada de tierras más fértiles por el ejército de ocupación del Chaco no hacía tanto tiempo.
La escuela, blanca de cal, refulgía en el verdor del monte norteño. En su cumbre, la blanquiceleste bandera argentina flameaba majestuosa, verdadera “dueña y señora” de la Nación; más abajo y sobre la puerta de entrada, el escudo local exhibía con orgullo un mangrullo y un fortín, coronado por un birrete militar. Semejantes símbolos mostraban  a los pobladores, con total contundencia, quiénes eran los vencedores y quiénes los vencidos en ese territorio de conflicto. 
Recién bajado de la canoa rudimentaria,  y de la mano de su abuela, el indiecito Daviaxiqui caminaba con su delantal blanco impecable, tratando de preservarlo del polvo del suelo arenoso y las espinas del vinal. Marchaba con su timidez habitual y un poco ansioso: en su comunidad todos sabían que, derrotados en su cultura, su ideología y su espíritu, hoy formaban parte de una minoría étnica marginal; y la única salida para sobrevivir en la nueva sociedad era educarse con las letras de los blancos, con la educación escolar.
¡Y Daviaxaiqui le ponía actitud y garra! Quería ser aceptado e integrado a ese nuevo país que se imponía. Por eso estaba hoy allí de la mano de su abuela para actuar en la obra de teatro del acto del “Día de la Raza”. Ilusionado subió al escenario con sus compañeros, se abrió el telón y comenzó la obra.
Uno a uno los alumnos iban representando los distintos cuadros previstos: la llegada triunfante de las carabelas de Colón, la sorpresa de los indios emplumados y escondidos detrás de los arbustos, los regalos de espejitos de colores, la imposición de la cruz para sacar a los nativos de la oscuridad en que vivían, la sumisión del salvaje a un ser superior… Al finalizar, el moño de cierre. Para un lado todos los niños aborígenes y para el otro todos los niños blancos. Los indígenas debían estar boca abajo y los no indígenas pisarles la cabeza con una bandera que decía “Descubrimiento de América”. ¡Una verdadera alegoría de simplismo, mentira, violencia y discriminación!
Cuando el telón cayó y volvió a abrirse para el saludo final, Daviaxaiqui, anhelante, ignoró los aplausos y buscó entre el público la mirada de su abuela. La vio en el fondo del patio escolar con los ojos llenos de lágrimas, chiquita y lastimada… Para ella el 12 de Octubre sería hoy y siempre otra cosa: un día de luto que recuerda la matanza y el dolor de su pueblo.


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