Bloque 2/18 Consigna 6: Imaginar desde un narrador que se dirige a un público la posibilidad de construir un mundo real o una sociedad real desde estímulos que surgen de sueños. Las personas que lo escuchen pueden colaborar con esa construcción desde sus propias imágenes oníricas o pueden intentar desarmar esa construcción. El narrador va a intentar siempre ser racional. Final abierto.

Material de referencia:
-Las ruinas circulares (Borges)
Ver texto completo en la página de Borges

Producción de los participantes:
El rey de la escena - Adriana M. Otheguy
Vivir soñando - Ana Lía Olego
Transición - Marcela Ruz
Pesadillas - Roberto Rodríguez Gras




El rey de la escena - Adriana M. Otheguy

“La felicidad no es sino al precio de cierta ignorancia” Nietzsche
La sala de espectáculos contaba con aproximadamente 300 localidades. Más del veinte por ciento correspondían a las plateas dispuestas en forma de abanico para que todos los espectadores tuvieran igual calidad de visión sobre el escenario, el que estaba constituido por una amplia tarima forrada en fino parquet con cortinados de pesado terciopelo rojo y borlas doradas, que le daban un aspecto muy imperial. Los palcos laterales dejaban ver cornisas dóricas con balaustradas artesanales de tipo renacentistas, con balcones de madera lustrada y detalles de capitoné verde oliva. El foso de la orquesta lo suficientemente amplio como para alojar a 40 músicos de cuerdas y dos pianos de cola. Cada función tenía un matiz diferente porque a Eduardo Cáceres le encantaba improvisar. Graduado de la Universidad de Artes Escénicas de Manhattan había salido lo suficientemente instruido sumado a su exclusivo y sutil talento actoral que lo tornaban único en su género. El de comediante y dramaturgo eran sus mejores roles escenográficos. El humor también lo manejaba con idoneidad, aunque este estilo le parecía demasiado comprometido porque pensaba que para hacer buena gracia, primero se tenía que haber llorado y sufrido mucho. Y el rehusaba de más padecimientos, ya que su vida no había sido demasiado placentera.
Apolíneo. De cabello suavemente rizado y la cara muy pálida con semblante estilo griego: Nariz recta y facciones angulosas bien definidas, daban marco a una personalidad por demás seductora. Más cuando lograba ganar escena en lo mejor de su desempeño actoral, Eduardo Cáceres embriagaba a los espectadores que lo seguían cada temporada con igual entusiasmo y devoción. Estaba considerado uno de los mejores actores de teatro del mundo, más precisamente ocupaba el puesto 3 entre los diez mejores. Daba alma, corazón y vida en cada función. Las luces de los flashes enceguecían sus luminosos ojos claros con un brillo especial luego de cada función, cuando los espectadores lo ovacionaban de pie sin cesar, estrepitosamente.
Esa era noche de monólogo. Cuando el actor comenzó su recitado, un profundo silencio se hizo en la sala. Qué era la felicidad? Preguntó el actor al público, esperando oír elaboradas e ingeniosas respuestas. Más uno solo contestó respondiendo: Respirar. Ante su total asombro Cáceres comenzó a toser del nerviosismo por tal respuesta que lo descolocó de inmediato, porque le hizo recordar episodios de su vida. Pensó en su madre cuando pequeño le habían hecho celebrar más de diez misas frente a trance de muerte, por padecer severos ataques de asma, que la dejaban con la boca abierta como pez fuera del agua. Sintió que esa respuesta era más que acertada y que ninguna otra pudiera suplirla .Comenzó a marearse hasta el desmayo y tuvieron que bajar el telón hasta que Cáceres se recuperara en su camarín, donde las tres luces del artefacto se veían como una sola multicolor.
Pidió disculpas al público por tal falta de profesionalismo. Y adujo que el calor de la sala por escaso aire le había producido tal malestar. Pero que ahora estaba recuperado dispuesto a dar lo mejor de sí. Sacudió su humedecido pelo en un intento más por reponerse. Volvió a preguntar al público. Qué es la felicidad? Cómo podría definirse? Y alguien a lo lejos observó con apagada voz, que era como sacarse los zapatos un número más chicos luego de venir de un intenso día de trabajo y caminar descalzo sobre el césped mojado por el rocío de la madrugada. Todo aquel que lo haya experimentado sabrá que este es un momento de sumo bienestar y placer; Dijo Cáceres. Y le dio pie para hacer su monólogo triunfal ese día donde descolló más que nunca, revirtiendo el mal momento por un espectáculo fuera de lo común, donde terminó el magistral monólogo quitándose los zapatos y respirando aliviado demostrando su intensa felicidad, provocando con esto el fervor de su público que lo seguían calificándolo como el inigualable rey de la escena.
Una joven del público, por demás agraciada, había logrado llamar la atención día tras día del actor por su manera desprejuiciada de manifestarse. En cierto espectáculo, donde se preguntó qué era el amor, ella se atrevió a responder naturalmente. Contestó con voz dulce pero cálida, que era como un maravilloso sueño que duraba lo mismo que un suspiro. Donde se ven luces de colores matizadas con refulgentes tonos nacarados, potenciando su brillo y su matiz, y que inspiran a realizar actos heroicos .Agregó diciendo que era como una caricia en medio de la tormenta, donde dos seres se encuentran para darse aliento y sembrar la semilla llamada esperanza. Y el actor, espontáneamente aplaudió. Se sintió profundamente conmovido por sentirse interpretado. El recordó entonces su romance con Azucena en aquel instituto de Enseñanza Superior cuando fantaseaban juntos momentos felices y que duró tan corto tiempo hasta descender al plano de lo real.
Y en los días próximos, casi sin buscarlo, el actor y la joven, tuvieron un encuentro amoroso clandestino- digo esto porque ambos tenían compromiso- como si fuera un breve sueño donde todo se percibía como fantástico. Ideal. Se encontraron en el parque de la avenida principal en medio de noche. Y caminaron con los pies desnudos, alegóricamente, por el césped húmedo. No se puede saber con certeza si fue un sueño o una realidad ilusoria, porque duró breves emociones muy intensas hasta minimizar la magia. Se sintieron felices y decidieron continuar con ese anhelo de sentirse completos, al menos lo que durara hasta despertar. Se dispusieron a sentarse debajo de un árbol de gran envergadura y entregarse a la experiencia Iban tomados de la mano caminando junto a la orilla del mar juntando caracoles de la arena. Alguna que otra ola mojaba sus piernas descubiertas hasta la rodilla, con un suave vaivén de un ir y venir. Los sentidos se percibían como confusos y enmascarados. Todo era maravilloso. Irreal. Una rosa blanca se dejó caer sobre las incesantes aguas de un mar agitado que se iba poniendo cada vez más calmo. La luz de la luna centellaba sobre el luminoso cabello renegrido de esa joven tan bella, como si fuera una sirena venida del olimpo. Y fueron felices al menos por el tiempo: Lo que duró ese hermoso sueño. La felicidad y el amor pueden durar tan solo un instante. Pero a través del tiempo se extiende el éxtasis sublime, el que es imposible de ser construido si no se tiene una buena cuota de fantasía.
Todo volvió a ser como antes. Eduardo Cáceres adoptó como signo propio, por siempre, salir a escena descalzo. Quería conectarse con su felicidad. Su gozo puro. Tenía la necesidad de poner los pies sobre la tierra. No quiso exponerse a una caída violenta. El sueño lo había hecho confrontar con su realidad. Porque como entre bambalinas, la vida transcurre.



Vivir soñando - Ana Lía Olego

Tiene los ojos vidriosos por no dormir, murmuraban algunos de sus discípulos. Pero si no hace otra cosa que dormir, refutaban otros.
El Dr. Dromme era un destacado arqueólogo que había recorrido el mundo con sus investigaciones y la Academia con sus teorías. Sin dudas, despertaba admiración y respeto con la misma vehemencia que desprecio y agravios.
La aplicación de un método novísimo y original lo había catapultado a un lugar de renombre dentro de la ciencia, sitio que él no sospechaba en sus lejanas épocas de estudiante de secundaria, cuando sólo la chancleta de doña Eulalia lograba convencerlo de sentarse frente a un libro.
La primera vez fue casi de casualidad, cuando después de una noche tormentosa, mal dormido y aún en pijama se dirigió a la excavación de una obra en construcción a la vuelta de su casa. Con una autoridad que él se desconocía impidió que la retroexcavadora continuara despedazando con voracidad la antigua canchita de fútbol. Todos pensaron que se trataba de un acto de rebeldía de quien pretendía defender su patrimonio infantil contra el rapaz avance inmobiliario. Sin embargo la sorpresa fue grande cuando el entonces Cachito emergió de la fosa con varias vasijas y herramientas con las que había soñado y que luego fueron datadas como anteriores al asentamiento español en el Río de la Plata.
El siguió soñando, pero habiendo ya terminado la facultad y con algunas experiencias en su haber, logró publicar en la “American Journal of Archaeology” su primer artículo sobre “La hermenéutica del sueño en la investigación arqueológica”, por lo que su ingreso en la Comunidad Científica resultó inevitable. Así se sucedieron otros trabajos y descubrimientos que cimentaron el valor de su método de investigación y la popularidad que hasta hoy lo persigue.
Sin embargo no todo era tan sencillo como lo imaginaban sus detractores. Había entrado en una etapa en la que ya no le bastaba dormir tres horas antes de iniciar el trabajo de campo para visibilizar cómo debía hacerse la cuadrícula, o soñar con el estrato justo en que se encontraría el yacimiento. Sus sueños ya no le decían nada o incurrían en inexactitudes inverosímiles como anticipar la cartografía de las trincheras en la misma secuencia en que aparecía él jugando a las escondidas con Daniel, su vecinito en la pensión de doña María. Pero no sólo se había trastornado su vida profesional, también su intimidad. No sabía cuándo debía dormir y cuándo despertarse, si tenía sueño o no y lo peor, muchas veces no distinguía si estaba despierto o dormido. Su vida se había convertido en un continuum sin forma y sin horizonte y parecía que sólo la paralizaba el terror de presentir la pregunta lacerante de alguno de sus estudiantes sobre si ya había soñado con qué trabajarían esa tarde, con pala o con cincel.




Transición - Marcela Ruz

Creo que llegó el momento de compartir mis sueños al menos con ellos, mis amados discípulos. Hoy vendrán, como todos los días, a escuchar. ¿Pero qué les diré y cómo? ¿Cómo poner en palabras las ideas que aparecen como flashes, las imágenes que parecen salidas de cortometrajes futuristas?

Lograremos hacerlo realidad, tenemos voluntad, fuerza, determinación. Ya decidimos venir a este lugar, lejos del mundo material que no nos hacía felices. No recuerdo de quién fue la idea, si mía, si de alguno de ellos, si de todos. Y acá estamos ahora, ellos aprenden y yo también. Pero estos sueños me perturban, no encuentro la forma de explicarlos y recuerdo lo que una vez me dijo un maestro: si no puedes explicar algo, es que no lo sabes.

Ni bien lleguen lo haré, de alguna manera lograré transmitirles lo que veo hace ya tantas noches: el mar, las cúpulas vidriadas, las algas y los delfines. Olor a iodo y a profundidad. Nosotros, dentro de esa burbuja en el medio de la inmensidad. Sé que algunos ya han soñado con sirenas, con caracolas y que han escuchado a las ballenas. Lo dejé pasar, aún no era el tiempo. Pero ahora entenderán, y los demás, los que todavía no quieren dejar esta tierra seca y casi sin vida, seguramente terminarán uniéndose. Lo espero sinceramente, no me gustaría dejarlos atrás. Los otros nos aguardan, eso es seguro.

Ya estamos todos sentados alrededor del fuego. Están con los ojos cerrados, como adormecidos. Sin duda, es el momento exacto.



Pesadillas - Roberto Rodríguez Gras

Llevaba una semana con pesadillas reiterativas que lo hacían despertar transpirando con un desasosiego y un sentimiento apocalíptico de un mundo que llegaba a su fin. Era un canon de sueños que se repetía en el inicio y que derivaba en diferentes imágenes una más conmovedora que otra.
Este inicio consistía en un clamor, una queja sostenida de la madre tierra que le comunicaba su sufrimiento. Su voz era atronadora en un lenguaje inentendible, modulado, desgarrador, era su advertencia sonora en una oscuridad sin imágenes que anunciaba los malos presagios. A continuación, ahora sí, con suma nitidez aparecían las imágenes en distintos tonos de gris. Primero fueron los volcanes que lanzaban bocanadas de fuego y que se multiplicaban como furúnculos en una planicie mansa dejando a su paso hondos hoyos cubiertos de polvo y un olor nauseabundo insoportable, azufrado . De estos agujeros, seres humanos de diferentes edades y sexos, de contextura casi esquelética, mutilados, con ojos desorbitados, inocentes, sin entender lo que estaba ocurriendo hicieron su aparición en una procesión interminable como hormigas que salen de su guarida.
Otras imágenes se hicieron presentes: comenzaban con un movimiento lento de una masa negra y que luego se aceleraba transformándose en oleadas de mar que escapaban de su asiento natural e invadían la tierra en tsunamis que destruían y arrastraban todo a su paso.
Los días subsiguientes le mostraron otras quejas del malestar de aquélla, vientos huracanados de más de doscientos kilómetros por hora arrasaban ciudades del primer mundo y provocaban muertes y desolación. Otras calamidades llegaron con temperaturas muy bajas que cubrieron de nieve inmensas plantaciones de trigo listos para ser cosechados.
Nuestro personaje luego de bañarse, afeitarse, perfumarse seleccionó su traje gris oscuro, zapatos negros, camisa y corbata. Saboreó el café mientras sonaba la sonata patética de Beethoven. Tomó su portafolio y se dirigió hacia el auto negro que lo esperaba junto con la escolta presidencial para dirigirse a la reunión del G20.

Comentarios