Bloque 1/17 Consigna 4:
Narrar en primera persona un viaje en barco en el que esa primera persona (el héroe) se va enfrentando a situaciones imposibles (se puede incurrir en lo fantástico) y supera esas situaciones con la colaboración de todos. Armar o buscar un epígrafe que oriente o desoriente al lector. Introducir un observador que, en algún momento, tome la palabra y cierre la narración.

Referencias
La casa de Asterión, de Borges
Odisea Canto X y XII

Producción
DILUVIO - HAYDÉE ORTONE.
Las interminables batallas de un héroe. - Roberto Rodríguez Gras. (05-2017).
Manuela, a la mar! - Cesar A. Varela
UNA AVENTURA POR TRES RÍOS - Mabel Jokmanovich Derka
LA DIOSA - Marcela Ruz
“… y los Indios Navegaron hacia Continente Europeo”. - Julia Zelarayan
“UN VIAJE IMAGINARIO - Adriana M.Otheguy


DILUVIO - HAYDÉE ORTONE.

-Entra tú y toda tu familia en el arca, pues que a ti te he
reconocido justo delante de Mí en medio de esta generación.-

Génesis 7,1

Eran tiempos difíciles. Los hombres avanzaban irremisiblemente hacia la perdición. El mal en todas sus formas golpeaba el universo. Cuando Él vino a verme, la muerte, la sangre y el espanto preanunciaban el caos.
Yo me sorprendí con su visita; no era un tipo de hacer sociales. ¿Qué querría de mí?. Me saludó y a continuación me explicó que era necesario que yo preparara una barca lo suficientemente grande porque la carga a transportar iba a ser mucha, y que, además, debía ser resistente, porque iba a tener que sortear muchos peligros. Yo cada vez entendía menos, entonces se me ocurrió preguntarle a dónde se dirigiría y quién la iba a conducir. Él me respondió –ya te vas a enterar a su debido tiempo- y se despidió con un gesto; pero de pronto se volvió y me dijo –apurate, no nos queda mucho.
Debo reconocer que varias veces me pregunté qué quiso decir con que no nos queda mucho y por qué a mí me encargó ese trabajo. Yo ya había hecho algo semejante pero jamás de esas dimensiones; creo que en el pueblo se encontraban personas más idóneas.
Mientras pensaba todas estas cosas, una tarde a la hora del ocaso apareció nuevamente. –Veo que aún no hiciste nada, -me dijo- quisiera creer que estás trabajando en el armado del proyecto. Voy a adelantarte algo: el capitán vas a ser vos.
Así las cosas tomaban otro color, me entusiasmé con la idea y puse manos a la obra. Trabajé día y noche con la ayuda de mi familia. Elegí las maderas más nobles, las cepillé hasta bruñirlas como espejos, las ensamblé y elegí la mejor brea para calafatearlas pero mientras tanto eran muchas las incógnitas que acicateaban mi curiosidad: ¿Quiénes serían los tripulantes, cuando partiríamos y hacia adonde?
Poco a poco la nave fue tomando forma; al contemplarla todos se maravillaban. Coincidentemente, a medida que la obra crecía también crecía el mal tiempo. Al principio en forma lenta, gradual, pero luego, desesperadamente el sol huyó a esconderse en los confines del mundo corrido por fuertes vientos que arrasaban todo a su paso, más tarde, una intensa niebla cubrió con un manto piadoso los árboles desgajados. Yo en vista de lo que estaba sucediendo decidí acelerar la construcción.
Luego, con el transcurrir del tiempo, la noche se instaló indefinidamente. A nosotros nos costaba proseguir con el trabajo, intentamos encender algunas teas pero las ráfagas eran tan fuertes que hacían inútiles todos nuestros esfuerzos hasta que de pronto pareció que el firmamento se incendiaba bajo la mirada atónita de la humanidad; los rayos rasgaban las tinieblas mientras un ruido atronador provocaba estampidas entre los animales salvajes. Así fueron pasando las horas hasta que una mañana un tímido sol se hizo ver por el lado del naciente y por un rato, descorrió el espeso velo de nubes Entonces lo vi. Estaba parado contemplando la nave terminada. Yo esperé algún gesto de aprobación, algún comentario de su parte; pero sólo me dijo que buscara una pareja por cada uno de los animales vivientes, que los colocara en la bodega junto con alimentos como para un largo viaje, y que por último hiciera subir a mi mujer, a mis tres hijos y a sus esposas. Cuando todo estuviese listo me indicó que yo debería entrar y cerrar herméticamente las escotillas y agregó: - preparate para una travesía complicada-. Intenté sonsacarle algún otro dato pero fue inútil, ni siquiera me explicó qué rumbo debía tomar.
Tardé unos siete días en cargar y acondicionar todo, pasado ese lapso nos embarcamos y no lo vi más.
En ese instante se largó a llover. Era una lluvia como jamás cayó sobre la tierra. La nave, azotada por los vientos y el agua que caía a torrentes, a pesar de mis esfuerzos, flotó a la deriva durante cuarenta días y cuarenta noches. Por momentos éramos arrojados contra los arrecifes, luego la nave emprendía una carrera vertiginosa según soplaban los vientos, pero lo peor aún no había acontecido. Ráfagas huracanadas provenientes de los cuatro puntos cardinales se trabaron en una encarnizada lucha de titanes y nosotros, simples juguetes, éramos arrojados de la proa a la popa y de babor a estribor.
Los animales, en la bodega, también sufrieron los embates de la tormenta; algunos, los más peligrosos, intentaron romper las jaulas que los contenían. Así fueron pasando los días, navegamos sobre abismos insondables, Satanás nos llamaba desde lo más profundo del averno, los peligros nos acechaban a cada paso. La vida a bordo se convirtió en un infierno. En esos momentos tan duros de poco sirvieron mis conocimientos ni la ayuda de mi familia, parecía que todo esfuerzo resultaba inútil, Llegué a pensar que sólo un milagro podría salvarnos hasta que un día notamos que el temporal amainaba. Demás está decir que no nos hicimos muchas ilusiones pero siempre se tiene un resto de esperanza en lo más profundo del corazón. Aguardamos un tiempo prudencial y al comprobar que la lluvia había cesado definitivamente, tomé la decisión en consenso con mi familia de abrir las compuertas; primero muy lentamente, (no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar afuera) y después, cuando un potente rayo de sol penetró por la pequeña abertura, hiriendo nuestras pupilas, abrimos de golpe. La nave estaba encallada sobre la cima de una montaña, ya no había agua a nuestro alrededor. Yo abracé a mi mujer y mis hijos hicieron lo propio con las suyas.
Fue entonces cuando lo vimos, estaba allí afuera esperándonos. Con su pulgar levantado nos hizo un gesto de satisfacción y acercándose me dijo:

-¡Has colmado mis expectativas!
-Te elegí porque sabía que por sobre todos los demás eras una buena persona, que nunca un pensamiento mezquino cruzó por tu mente, que tus acciones eran el reflejo de tu alma pura, que siempre fuiste fiel a la verdad, que jamás el vicio y la depravación rozaron tu vida; en una palabra: eras el hombre “justo” que yo necesitaba. Yo te exigí una prueba muy difícil para cualquier ser humano y tú respondiste sin cuestionamientos y no vacilaste en exponer a tu familia a toda clase de peligros, te enfrentaste con lo conocido y lo desconocido, soportaste las incomodidades, la escasez de alimentos, conviviste con el olor nauseabundo que exhalaban las fieras encerradas. Podría seguir enumerando tus buenas acciones, acciones que sólo un hombre valiente y justo puede llevar a cabo: por ejemplo, aguantar durante cuarenta días y cuarenta noches a tres nueras conviviendo con la suegra pero eso no te convierte en un justo ¡TE CONVIERTE EN UN HÉROE!.


Las interminables batallas de un héroe. - Roberto Rodríguez Gras. (05-2017).

Poseidón fue venerado en Pilos y Tebas
y fue integrado en el panteón olímpico.

Habíamos ganado otra batalla, resistimos al cansancio hasta el final. Mi grupo de elite se veía agotado por el esfuerzo realizado. Habían cumplido al pie de la letra cada una de las directivas que impartí..
Nuestros uniformes, todos del mismo color mostraban vestigios de nuestra lucha, tenían manchas de sangre por doquier y no eran nuestras. Me separaba de ellos mi edad, yo era el mayor. También mi historia.
Ahora me miraban a los ojos con atención y yo a ellos. La tensión no desaparecía. Otro grupo ingresó y se llevó un cuerpo desnudo con una herida que le atravesaba el torso de arriba abajo con restos de sangre coagulada. Contrastaba su rostro ausente, demacrado con la escena en derredor que seguía siendo actividad, concentración, acción.
Para relajarnos yo me dirigí a ellos en forma elíptica, con metáforas sin tecnicismos. Y les hablé sobre el mar, de sus insondables misterios, sobre los que nosotros navegábamos. Sobre mis compañeros de viaje del pasado en otras barcas porque siempre estuve acompañado. Les hablé de los puertos que visité en busca de nuevas fórmulas y de mis primeras batallas de juventud. Desde puertos lejanos inicié un derrotero evolutivo que me permitió ahondar en las profundidades desconocidas. Desarrollé nuevas técnicas de defensa y ataque. Mi vocación era mi guía. Mis maestros siempre estuvieron presentes en mi ánimo y en mis convicciones. Lentamente, otros grupos me imitaron y pidieron mis consejos. Hice escuela y en un tiempo difícil de medir encolumné al mundo entero tras mis descubrimientos.
Tengo 77 años.
…mi regreso a la Argentina se debió a un eterno compromiso con mi patria…cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno…nunca permití que se tocara un solo peso de lo que no nos correspondía…debimos luchar continuamente contra la corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles…jamás dimos un solo peso de retorno, así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto. Lo mismo ocurre con el PAMI…lo mismo ocurre con los pacientes privados que lo envían al cirujano esperando el ana-ana…es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio…
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Hoy el doctor René Favaloro se suicidó. Se disparó en el pecho a la altura del corazón.


Manuela, a la mar! - Cesar A. Varela

Caminante no hay caminos,
si no estelas en la mar

Cuando empezó el viaje? Cuando empecé a caminar, o cuando escuche hablar por primera vez de América? Si acaso nunca he dejado de caminar! Pueden mi cuerpo y mis pies dar fe de ello. Pero ese camino fue distinto, ese fue el gran camino, el que me alejo definitivamente de mi suelo, de mi gente, de mi vida anterior.
Si, empezó mucho antes de echar a andar, empezó en mi cabeza, sin certezas, pero con anhelos, los relatos de los indianos me llenaron de fantasías, me aceleraban el corazón, me impulsaban a caminar, hacia donde, hacia que puerto, como era un puerto?, si solo conocía la casa, los hórreos, las piedras y las cabras, donde transcurría mi vida, vida de miseria, de rutina, de privaciones y muerte, pero que sabia yo de otra vida, si solo conocía esa, era muy joven, hoy diría una niña, en esa época ya en edad de familia. Que día!, el que decidí partir, solo un papel con una dirección, una casa donde trabajar, mas allá del océano, un papel escrito, a mi que no sabia ni leer ni escribir.
Cuando empezó el viaje? Cuando empecé a caminar rumbo al puerto o cuando subí a ese imponente barco, cuando me vi rodeada de caras extrañas, todas con una pregunta en el rostro, con la misma incertidumbre, con el mismo miedo y con una esperanza, la de la tierra prometida.
Que angustia la travesía, que miedo depara ese mar azul profundo, casi negro, que en los cuentos se ha devorado a cuantos lo han desafiado, como eludir los deseos ajenos y la lasciva de hombres de mala laya y llegar viva a tierra!
A esa tierra prometida, pero salvaje, apretando ese papel como tabla de salvación, y la soledad infinita al sentirme sola de los compañeros de viaje que se desparramaron apenas bajados.
Si, ahora recordando EL VIAJE, me siento como una de esas heroínas del cine, que luchan contra todo lo de este mundo y del otro, ese irreal y fantasmal que se arma en la cabeza en la soledad aterradora.
………………………………………………………………………………………

Estoy parado en la plaza de tu pueblo, no alcanzo a comprender, la dimensión del VIAJE, en este paraje de sierras y nada, lejos, muy lejos de un puerto y del mar, no alcanzo a comprender la fuerza sobrehumana que te llevo de viaje, el viaje de tu vida, pero comprendo la decisión y el coraje con que transitaste tu vida, TU VIAJE

UNA AVENTURA POR TRES RÍOS - Mabel Jokmanovich Derka

Hay que aprender a amar el tiempo de los intentos
(Silvio Rodríguez)


Cuando me propusieron participar de una travesía por los tres grandes ríos del Norte argentino (Bermejo, Paraguay y Paraná), no tardé ni un instante en aceptar. Aunque parecía riesgoso, me subyugó la oportunidad de recorrer durante dos semanas, y junto a un grupo humano tan aventurero como yo, los 700 kilómetros de meandros y “canchas” rectas que van desde Villa Bermejito hasta el Arroyo Antequeras, en la provincia de Chaco.
La travesía debía hacerse “a remo”, ya que el río Bermejo, que en su nacimiento allá en Bolivia se desliza por un lecho de afiladas piedras, y más adelante recoge el limo de las laderas montañosas de Salta y Jujuy, derribando a su paso árboles centenarios en las crecidas del verano chaqueño, no permite una navegación de mucho calado.
Aunque pasaron años desde entonces, siempre tengo presente el día de la partida: el sol apenas asomaba, el monte era de un verde refulgente y los monos y charatas (aves del lugar) nos ensordecían con sus silvestres voces. Eramos unas quince embarcaciones entre piraguas y kayac, más dos lanchas a motor transportando la cocina y el apoyo al campamento. Casi todos los participantes eran hombres entendidos en cuestiones del río y el monte; sólo tres mujeres integrábamos el grupo.
Recuerdo como hoy el temor y las dudas que me asaltaron momentos previos a la partida. En realidad yo nunca había remado seriamente y me aguardaban muchos kilómetros de enorme incertidumbre. Pero confié en mí y en el grupo que me acompañaba, hundí la pala en el río turbio y sembrado de camalotes y empecé a ponerme en movimiento…
Fueron catorce días de un continuo de éxtasis y miedo; de plenitud y vulnerabilidad; de felicidad por haberme animado y de preguntarme “¿qué hago yo en esta situación tan extrema?”. Pero en esta oportunidad, como otras veces en el pasado, prevaleció esa fuerza interior que me caracteriza y me convierte en una verdadera heroína ante mis amigos.
Muchas peripecias nos aguardaban haciendo más rica la aventura, como cuando debimos pasar del tranquilo cauce del río Bermejito al caudaloso y turbulento del Bermejo, entre rápidos, bancos de arena y remolinos de espuma y palos. Había que remar rápido y entregarse a la corriente a toda velocidad, ¡a suerte y verdad!, no había segunda vuelta… Mi canoa quedó clavada en un banco de arena aunque no volcó; por suerte algunos duchos compañeros navegantes, que llevaban sogas y otros aparejos para emergencias, me asistieron y así pudimos continuar.
O como esa madrugada en que salí sola a caminar por la costa, para disfrutar los lapachos en flor, el vuelo de los tucanes o la sigilosa bajada al río para beber de carpinchos y tapires. Estaba en tan perfecta comunión con la Naturaleza que no vi el puma que me observaba, agazapado y pronto a atacar, molesto por la invasión de su territorio. Por fortuna para mí, algunos compañeros que me habían visto salir del campamento, conocedores del monte y sus leyes, supieron alejarlo y ponerme a resguardo, ¡una vez más!
Ni qué hablar del día en que llegamos al río Paraguay, esa cinta oscura que hermana dos países; tan ancho de costa a costa y con olas como un mar. ¡Qué tormenta se desató esa tarde! Éramos un puñado de embarcaciones sorteando el viento, la lluvia y el granizo. Se acercaba la noche y no encontrábamos costa para desembarcar; el frío, el cansancio y el hambre comenzaban a apretar. Por suerte Dani Arregui, baqueano y gran conocedor de la zona, supo encontrar un reparado refugio de pescadores en un bosque de jóvenes alisos (árbol del lugar).
Y así… rema que te rema, llegamos finalmente al Paraná. Se me hace que nos estoy viendo, como una mancha de cascaritas de nuez flotando en ese río majestuoso. Qué emoción divisar a lo lejos la punta de piedra de la Isla del Cerrito, anticipo del Arroyo Antequeras, donde terminaba “nuestra Odisea”. Me sentí muy plena y feliz de haber intentado y completado esta aventura junto a mis acompañantes. Habíamos sorteado ciento de dificultades, pero todos salimos fortalecidos de la experiencia.
Miré hacia atrás, y en el recodo de la última curva, entre la niebla de la tarde, me pareció ver una familia de aborígenes, tobas seguramente, con sus redes y arpones pescando animados en el río. Escuché al más anciano decir en su lengua: “Gracias amigos por venir de visita a nuestra tierra ancestral”. Traté de mirar y escuchar mejor, pero fue inútil, ya se habían esfumado…


LA DIOSA - Marcela Ruz

Quien pierde su fe no puede perder más.
Publio Siro


No sabemos cuánto más vamos a poder soportar en este cascarón, con el sol cayendo a plomo sobre nuestras cabezas. Tenemos hambre, tenemos sed. Pero hay que aguantar, la Diosa pidió paciencia y prometió que esta prueba terminará rápido. Si no obedecemos, bueno, ya sabemos lo que nos espera.
Algunos se tiran al agua tratando de refrescarse. Les ordeno subir a la nave, las aguas son peligrosas. ¿Qué hubiera pasado si estaban nadando cuando aparecieron los monstruos verdes, inmundos, pegajosos, que rápidamente nos rodearon? Remamos con todas nuestras fuerzas, tratamos de alejarlos a golpes, gritamos espantados, llamamos a la Diosa. Pero ella no nos escucha, parece que no va a protegernos esta vez. Debemos vencerlos solos. Usaremos la red para atraparlos y lanzarlos lo más lejos posible. Siguen mis indicaciones, agarran a uno y lo lanzan por la borda. Los otros monstruos se van, se sumergen. El alivio es enorme, el agradecimiento que me demuestran infinito. El enojo con la Diosa va creciendo en cada uno de nosotros, aunque ninguno diga nada. ¿Cuánto más tendremos que soportar?
Se levanta un poco de viento y el cielo se empieza a nublar. Es un alivio, el sol deja de torturarnos. Aunque lo que viene tal vez es peor. La tormenta se acerca. ¿Resistiremos? A lo lejos se ve algún relámpago, el trueno aún no se oye. Tenemos algo de tiempo antes de que nos golpee el temporal. El agua se agita, no pueden ser los monstruos de nuevo, ellos no tienen la fuerza para provocar esos torbellinos bajo la superficie. La nave se mueve peligrosamente, nos apretujamos todos en el centro, abrazados y a los gritos, imploramos a la Diosa ¡piedad, ayuda!
Demuestro entereza aunque estoy muerto de miedo, consuelo a los que lloran. Y, a lo lejos, la vemos...
¡A tomar la leche! ¿Cuántas veces les tengo que pedir que no revoleen ranas al patio? Saquen el bote inflable que entró el filtro de la pileta. Vamos, que va a llover, entren rápido. Con cuidado, que el piso está recién encerado.


“… y los Indios Navegaron hacia Continente Europeo”. - Julia Zelarayan


1.-“ Existen documentos secretos que nadie
se animó a publicar,…”.- del narrador.
2.-“…vamos tras el horizonte fugitivo,
y la sangre con el agua se nos va.”Jaime Dávalos.

- La Junta Anual de Caciques Habitantes del continente Americano: Imperio Inca, Diaguitas, Guaraníes, Calchaquíes, Aztecas, Querandíes,… . Representando a todos pueblos organizados social, religiosa, política y económicamente, habiendo analizado que dado el paso del tiempo estaban preparados para explorar las tierras que según estudios se encontrarían pasando las “Aguas Grandes” avistadas por los Guaraníes aguas abajo del Paraná.-

-El Jefe de Caciques encomendó el objetivo de hacer tierra, traer bienes desconocidos y conocimientos de las tierras a explorar. Dicha tarea fue encomendada a los mejores navegantes de los ríos Amazonas y Paraná, en su gran mayoría Guaraníes. Así fue como yo: ”Peguaí Yará” con mis veinte años, fui sometido a encuentros con ancianos jefes y brujos de varias tribus, bebiendo de sus saberes y cuantos brebajes me formarían en coraje para Cumplir la Orden o Morir.
- Durante dos años entrenamos los mejores hombres que mandaron los distintos caciques. La templanza, sabiduría, obediencia y respeto empezaron a ser carne y huesos del grupo. No obstante sometidos a múltiples pruebas, la selección fue dura.
Fueron elegidos los mejores que llegaron a desarrollar OBSESIÓN por el cumplimiento del deber y obediencia. Iniciamos la construcción de la nave para la travesía, (ajustándonos al diseño que se nos entregara). Los mejores maderos, cueros, tientos, nos sirvieron para lograr la primera meta, construir lo que sería nuestra casa en aguas abiertas.-
-Fueron cargados pertrechos, alimentos: charquis, huevos, frutos, aves y animales chicos, contábamos con la pesca como recurso seguro, el camino sería largo y desconocido.
Las bendiciones y ceremonias de las tribus indígenas se hicieron presente, en el día del inicio de viaje. Veinte hombres bajo mi mando nos lanzamos a cruzar “Aguas Grandes”, y cumplir el mandato de nuestros superiores.
-Cada hombre respetaba fielmente su puesto, y estaba dispuesto a rotar en cualquier función. Mis conocimientos se habían ampliado, tenía en mi cabeza saberes totales de los movimientos del sol, luna y vientos, efectos sobre las grandes aguas, etc. Con observar el cielo, sus astros, y utilizando mi olfato podía dar órdenes sobre la dirección de las velas, y movimientos de remos. Esto me permitía alentar a mis hombres, dándoles seguridad en el avance.
Diecisiete días con sus noches transcurrieron, cuando me avisan que media docena de mis navegantes hervían en fiebre, no aceptaban alimentos, y presentaban terribles dolores deformantes.
Fueron ocho los moribundos hombres que agotados de sufrir, me pedían a gritos, piedad para elevarse a los dioses. La decisión la tomé con mucho dolor, previa corta ceremonia indígena del “Adios”; a las entrañas del “Mar Grande” entraron.
-Cundió el desaliento entre los restantes. Pero yo firme arengué al grupo haciéndoles jurar que cumpliríamos con la voluntad de nuestros Grandes Jefes Indígenas.
- Reasigné funciones, recargando los trabajos, dí órdenes de no mirar al sol, ni sus reflejos. Consideraba que los alimentos no faltarían para la tripulación, mientras recorría zona de almacenes, pero grande fue mi sorpresa al encontrar que el “charqui” estaba engusanado, dí orden que fuera arrojado al mar, ante la perplejidad de mis hombres, les expliqué el riesgo de caer en enfermedad.
- La medida tenía que tomarla, y esperé el momento; mientras ordené sean achicadas las porciones de alimentos, esto generó enfrentamientos. Del momento salimos, cuando ví los ojos perplejos de los hombres, ante una feroz tormenta que cerró sus fauces sobre nuestra embarcación.
- Los torbellinos de vientos, rayos y altas montañas de agua, dejaron como saldo media docena de hombres golpeados, apenas aferrados a algunos palos.
-Los Dioses se unieron a mi humanidad, mis fuerzas no se como surgieron; pude reunir a mis hombres, con los que hicimos equipo, y con los tientos que pudimos formamos una plataforma, tipo jangadero. Observé el estado de mis hombres, con pedazos de trapos até sus quebraduras. Di la orden de permaneces tendidos descansando.
- En la tranquilidad de la noche de luna, hice una apreciación de cuanto nos faltaba para llegar a un punto de aprovisionamiento.
Cuando el suave reflejo del sol empezó a mostrarse, mis seis hombres dieron signos de vida. Nuevamente juramos cumplir el objetivo encomendado. Fue necesario recordarles que no debían beber agua del “Mar Grande”, que esperaríamos las lluvias para tomar cuanta pudiéramos recolectar, el que estaba malherido abriría su boca al efecto de aprovechar el agua dulce.
Con algunas astillas nos apoderados de pocos pescados, que bien los comimos crudos y casi vivos, El viento soplaba a favor “nuestra embarcación” con las velas rearmadas con harapos salvados.
-Pasaron creo treinta días de “navegación”, cruenta y sufrida. La pesca empezó a ralear, y pocas lluvias nos acompañaban. Lo que más temía sucedió, mi hombre “Loraví-pacuá” con su herida en avanzado estado de descomposición, estaba cada vez más afiebrado, y no aguantó, lo levanté de los pelos y reconfirmé: con su cabeza casi sumergida bebía cuanta salada agua de mar podía. De golpe una visión violenta: verlo ponerse en píe dar alaridos, su compañero alcanzó a tomarlo por su pierna herida, pero “Loravi-pacuá” empezó a caminar sobre las agua. Pronto un tiburón se apoderó de él, mientras mi navegante lloraba de dolor aferrado a la pierna del que ya no estaba.
- De inmediato mi arenga ajustada a la situación presente se hizo escuchar, los ánimos se serenaron. Pasado poco tiempo, los cinco hombres con sus miradas plenas de desolación y hambre, me dieron entender de sus intenciones, solo atiné a asentir con mi cabeza, y empezaron a comer lo que dejó el tiburón.
- La luna acunó nuestros múltiples dolores; quemaduras, golpes, alma y desolación. Fue un sueño plácido, al amanecer los Dioses habían estado de nuestro lado, gritamos TIERRA ¡¡¡.
- Nos arrastramos como pudimos entre nosotros, y besamos con religiosa pasión esa tierra bendita, que sentíamos sería nuestra salvación .-
- Vosotros reos indígenas, habéis comido como bestias, ahora Nuestra Reina quiere veros, yo el escribiente José Barrancos tiene los manuscritos con vuestras declaraciones.
- Caminad,…, tú ponte derecho.
- A vuestra Majestad apelo para que os apliques los castigos pertinentes, a los reos aquí presentes, acusados de haber osado pisar sin permiso, nuestra amada España. ….

- Dos años después partían del Puerto de Palos tres embarcaciones.-

Aclaraciones:
- Los nombres no temporales utilizados en la denominación de ríos, fueron cambiados al efecto de ubicar geográficamente al lector del siglo XXI.-


UN VIAJE IMAGINARIO - Adriana M.Otheguy

“Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo” Julio Verne

Siempre me ha gustado el mar. Aunque sentía por él, increíble respeto. Visitaba diferentes países con playa, todos paradisíacos. Disfrutaba en tomar sol sobre la arena muy fina que parecía talco. Luego me metía en el agua tibia y aturquesada. Saltaba las olas del mismo modo en que lo haría un adolescente, con pasión y entrega, como la última vez que lo haría en mi vida. Era muy excitante ver a los surfistas sobre sus tablas, sorteando las gigantes olas.¿ Porqué el agua me provocaría tanta atracción como temor? No había hecho muchos viajes en barco. No obstante siempre que lo hacía, miraba de inmediato la ubicación de los botes de auxilio y los salvavidas. Eso me daba cierta tranquilidad.
Cierto día un anciano, me ofreció, una pequeña embarcación de madera. Estaba en buen estado de conservación, notando a simple vista que su dueño le brindaba muchos cuidados. Decidí comprarla a un precio bastante elevado, porque supuse que podía con ella vivir momentos inolvidables. La llamé con el nombre” lo de Ernesto”. A los efectos de obtener mi licencia de conducir la nave, debí hacer un curso de tres meses. Se me dijo que en caso de requerir mis servicios o conocimientos, en cualquier otra embarcación no podría negarme nunca. Debí hacer un juramento al Código de Honor. Esta era la causa por la que muchos aspirantes a navegar sus propias naves, desistían. Allí formé un grupo social en un pequeño club de marinos y pescadores que me iba familiarizando con esta nueva forma de transporte deportivo. Cuando salía a navegar, me olvidaba de mis temores y comencé a disfrutar de mis cortos viajes por mar. De vez en cuando pescaba, aunque no me era de mucho placer porque se requería gran paciencia.
Se empezó a comentar entre mis compañeros del club de ver la posibilidad de hacer un viaje a algún lugar exótico. Hecho que me despertaba gran entusiasmo Se habló de realizar un crucero por Centro América. Se sortearon distintas posibilidades. Tal vez a las islas Bermudas, Puerto Rico y Miami. Se comentaba que allí existía una zona de peligro para barcos y aviones, Pero pensé que solo se trataba de habladurías sin fundamento científico . Lo más probable es que era una simple fantasía de hombres que intentaban llamar la atención a cualquier costa. Y no tuve miedo en aceptar esa ruta, al igual que todos mis compañeros. Me pareció muy interesante el paseo y me llenó de expectativas e ilusión, y nos fuimos sumando al grupo de navegantes. Por aquel entonces mi economía era bastante próspera. Durante toda mi vida había ahorrado dinero para disfrutar en mi edad avanzada. Me quedaba leyendo por las noches hasta altas horas de la madrugada, sentado frente a mi máquina de escribir, contando solo con la compañía de mi gato Andrés y un vaso de whisky en mi mano izquierda. En la derecha sostenía una pipa de madera finamente tallada que había pertenecido a mi abuelo. Toda una reliquia. El tabaco de primera marca inglés olía muy aromático. Ahora leía libros de aventuras. De héroes y piratas. De grandes tesoros submarinos. De pescas milagrosas de enormes peces casi mitológicos, con doble cabeza y cola en forma de gancho. . De naves encalladas, de choques con glaciares y de grandes pestes a bordo. Estaba entrenando a mi mente. Y el sueño me vencía hasta la mañana siguiente en que salía al jardín de mi casa a cuidar los rosales del rocío nocturno.
Los detalles del viaje estaban todos preparados para partir. La tripulación era de 12 personas de la nave llamada Demetrio 3 en honor a un contralmirante ruso autor de varias aventuras fantásticas. El día era espléndido. Tanto que no admitía ningún detalle que mejorar. Vientos calmos. Holas tranquilas. Todos celebrábamos con cánticos y buena cerveza en un ambiente de máxima algarabía. Rumbo a cumplir un viaje soñado por todos. Llenos de aventura y alegría. El viaje comenzó. Ya hacía 4 días de viaje. Todo era ocasión de júbilo. Cuando de pronto se oyó la voz del comandante pidiendo a gritos auxilio. Sin entender demasiado lo que sucedía, fui a la sala de dónde venían los gritos. Un gran orificio en el piso del barco asomaba la cabeza de un enorme tiburón queriendo entrar, notando la ausencia del capitán de la nave. A juzgar por el hambre voraz que demostraba dicho pez no había comido nada. Se supuso que el capitán había sido succionado hacia afuera por alguna corriente marina.. Yo debí asumir la conducción del barco. Estaba muy angustiado por esta desaparición repentina que no me daba sosiego. En altavoz pedí que se hagan presente experimentados en el tema. Con un gran arpón traspasé al tiburón que amenazaba con entrar a la nave, muerto de hambre, quedando el orificio de la embarcación, expuesto. A medida que se iban presentando en la oficina iban desapareciendo succionados por ese agujero distintos tripulantes. Todos los instrumentos de navegación comenzaron a girar alocadamente. Había que tomar urgentes medidas si no queríamos morir allí. Todo el alimento que habían llevado para la travesía se cayó al mar succionado por el enorme agujero. El agua comenzó a invadir la nave calculando que pronto nos taparía a todos. En mi desesperación comencé a alucinar y a ver fantasmas donde no los había. Aparecieron tres hombres muy serenos , que fueron presentándose de a poco. Uno dijo ser Cristóbal Colón, excelente marino y cartógrafo, que nos ayudaría a guiar la nave.” Sólo los que se animan a ir más lejos sabrán hasta donde podrán llegar” Otro dijo ser Leonardo Da Vinci, gran inventor y pionero de instrumentos de medición entre otros ciento de descubrimientos. ”El viento y las olas siempre van a favor del que sabe navegar” El tercero en presentarse fue Julio Verne “Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo” Dijo tener amplia experiencia sobre viajes fantásticos y podría ayudarme a salvar la nave y recuperar a los tripulantes desaparecidos. Una vez repuesto en un acto de valor y coraje me concentré en mi tarea de capitán suplente. Debía de salvar a toda la tripulación para volver a puerto seguro. Nunca había manejado una nave tan compleja, pero no obstante tenía mucha fe. La nave comenzó a aquietarse, y fuimos enderezando la ruta de salvamento, no sin antes soportar significativos vaivenes de la nave que nos sacudía fuertemente a todos. Se me indicó que tomara con fuerza la guía del timón rumbo al norte que era dable orientarse siguiendo la luz del sol. 30 grados a la derecha y otras 2 millas a la izquierda que se podrían medir con una brújula de agua. Habíamos salido del ojo de la tormenta casi milagrosamente. La fábula del Triángulo de las Bermudas era en efecto real. No se trataba de una fantasía. Y por ese agujero que comenzó a irse cerrando, el mar iba devolviendo a la parte de la tripulación desaparecida, salida como de un agujero negro. Comencé a sentir gran gratitud por esta ayuda sobrenatural que interpreté venida de Dios. Una vez en la calma sin entender bien lo vivido, junto a todos mis compañeros de travesía volvimos a celebrar más que nunca por semejante logro. Sería muy difícil que otros nos creyeran lo sucedido.
--Era muy tarde ya. Yo estaba dispuesto a quitarle los anteojos y ayudarlo a volver a su cama. Estaba aún muy dormido. Y olía a alcohol. Su pipa estaba tirada junto a Andrés que maullaba ensordecedor. Su máquina de escribir había quedado detenida a mitad del texto. Solo vi la firma adelantada: Ernest Hemingway. Después comprendí que se trataba de otro libro de aventuras, en mano de una gran cuentista y narrador. Y obviamente se había transformado en el héroe, porque nadie como él podía relatar mejor el final.






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