Bloque 3/16 Consigna 2: Narrar una crónica con elementos históricos reales reconocibles que tenga que ver con un período reciente de la historia argentina, en lo posible vividos por el cronista (sea o no cierto), en la cual se aplique algún tipo de recuerdo u olvido episódico (lo adorno). No poner elementos ideológicos ni las hipérboles que usa Mujica Láinez. Hecha la crónica, tomar la anécdota central y enriquecerla con elementos de la memoria colectiva de tipo mítico (aquello que la gente cree) en una nueva narración.

Material de referencia:
Ulrico Schmidtl, Viaje al Río de la Plata (frag)
Cortázar. Cartas de mamá
Mujica Láinez. Misteriosa Buenos Aires. El Hambre (el libro entero, si quieren, lo pueden leer o descargarlo desde http://biblio3.url.edu.gt/Libros/misteriosa-BA.pdf)
Las crónicas (material teórico)

Producción de los participantes:
Tragedia adolescente -Agustina Cangiano
3 de abril de 2013 -Haydée Ortone
Esperanza perdida -Marcela Ruz

Tragedia adolescente -Agustina Cangiano

Fue el 30 de diciembre de 2004. Todos saben dónde. No sé por qué tenía que ir ese día. Bueno, sí: era fin de año y tocaba una buena banda, dejaban entrar a cualquiera.

Con diecisiete años me metí a un boliche donde había tipos de veinticinco. ¿Y por qué? Nadie me paró pero tendría que haberme parado solo. Entré derechito en la tragedia.

Ni siquiera la pasé bien antes. Y cuando sucedió, cuando tiraron la bengala y empezó el incendio, el fuego destelló en nuestros ojos y el humo se encargó de llevarse todo.

Vidas, futuros exitosos, corduras.

Había gente en el piso, medio muerta. Confusión, gritos, puertas que no se abrían. Las personas se pisaban entre sí y se caían.

 Salí de milagro, no me acuerdo cómo. Todos se ponían a rezarle a Dios y yo, yo buscaba a mi hermana. Quise volver adentro para encontrarla a ella y a mis amigos pero todo se volvió negro.

Me habré desmayado, supongo; por los gases o del miedo. Desperté en el hospital, sabiendo que estaban todos muertos.


Fantasmas

Cromañón no fue. Cromañón sigue vivo. Cromañón resurge cada vez que un boliche sin matafuegos o puertas de emergencia prende las luces. Cromañón se ríe de todos los chicos que no conocen su nombre.

Y no solo Cromañón.

Los pibes que quedaron, están ahí. Los que no salieron, andan deambulando. Los atrae la música, la droga y el alcohol como a cualquier adolescente. Pero también los atrae la vida, la que no tienen.

El deseo de arrebatarla, de vengarse. De quitar el futuro que ellos nunca pudieron tener. Y bailan en el medio de la multitud, contagiando de tragedia a los de su alrededor.

¿Qué? ¿No escucharon a los sobrevivientes de la fiesta electrónica? En las puertas de los baños estaba garabateado “Cromañón”. 



3 de abril de 2013 -Haydée Ortone

  Ayer por la madrugada comenzó a llover en forma lenta y esporádica en toda la zona comprendida por el Gran La Plata, pero con el transcurrir de las horas la tormenta se descargó sobre nuestra ciudad y sus aledaños con fuerza inusual e inesperada.  En treinta minutos cayeron 392 mm., cifra ésta jamás alcanzada  durante tan breve lapso lo que produjo el desborde de  los arroyos El Gato y Maldonado entre otros.

  Alrededor de las 15, la población despavorida vio cómo el agua empezaba a brotar de las alcantarillas y de los pozos ciegos arrasando todo a su paso e inundando la ciudad en cuestión de segundos.

  En el barrio San Carlos, uno de los más afectados, el agua llegó a una altura de 2 metros 40 dentro de las casas mientras que en otros vecindarios se registraron subas promedio de hasta 2 metros.

  Los bomberos, Defensa Civil, el ejército y muchos voluntarios con botes y lanchas siguen luchando denodadamente para socorrer a las víctimas en una carrera titánica contra el tiempo.

  La ciudad ha sido declarada zona de desastre. Miles de personas han perdido todas sus pertenencias. Todavía hay muchos habitantes que en un primer momento buscaron refugio en los techos de sus viviendas, a los cuales aún no se les pudo brindar ayuda humanitaria. Se cuentan toda clase de historias sobre estas horas tan aciagas, a este cronista le tocó presenciar el caso de una mujer que se amarró a un árbol con varias vueltas de cuerda para no ser arrastrada por la corriente.

  Las tareas de rescate se vieron entorpecidas durante la noche ya que por razones de seguridad está cortado el suministro eléctrico, los hospitales no dan abasto para atender a los heridos. Al cierre de la presente edición se han reportado cuarenta y cinco víctimas fatales y un número no determinado de desaparecidos. Se cree que el total de las personas fallecidas se verá incrementado con el correr de las horas. El servicio meteorológico anuncia que continuará el mal tiempo. En las sedes de Cáritas, Estudiantes de la Plata y Gimnasia y Esgrima se reciben donaciones.


3 de abril

Ayer hizo un año de aquel fatídico día. Me armé de valor y decidí volver; no podía encontrar las llaves… dónde las habría guardado…

Bajé del colectivo y lentamente caminé las tres cuadras. Las memorias que a cada paso vienen a mi mente son como puñetazos en la boca del estómago. Hace frío, el viento otoñal arremolina las hojas pero no consigue borrar el pasado, una densa neblina…o tal vez mis ojos nublados difuminan el contorno de las cosas. Los pocos transeúntes con los cuales me cruzo (parecen fantasmas huyendo de sí mismos) no reparan en mí.

Aquella mañana recorrí el camino a la inversa; como siempre, mamá me acompañó hasta la puerta: “Cuidate hijo, no dejes el paraguas en cualquier parte” fueron sus últimas palabras. No la vi más.

Las paredes descoloridas, descascaradas, tienen grabada a fuego la marca de la desgracia. No reconozco a los vecinos. Algunos recuerdos que creía perdidos, surgen en mi mente como ramalazos: Fermín, el calesitero de la esquina que se ahogó tratando de poner a salvo uno de los caballitos de madera que era arrastrado por la corriente. La señorita Amelia, la pobre viejita que cuando llegaron los bomberos la encontraron peinándose frente al espejo con el agua hasta la cintura por aquello que le había dicho una vez su madre: “hija, ni en los peores momentos pierdas la compostura. Lleva siempre la bombacha limpia y los cabellos peinados, no olvides que eres una dama”. El caniche de los Fernández, cuando se lo tragó el remolino.

Al doblar la esquina me encontré con mi casa, nuestra casa, la maldita señal como un anatema la atraviesa en su totalidad, no sé por qué lo imagino a Herodes marcando con sangre las casas de los inocentes.

Tomo la llave, un intenso temblor me impide acertar con la cerradura. Por fin, no sin esfuerzo logro abrir: un aire espeso, hediondo, me golpea la cara… un aire cargado de recuerdos,… poblado de espectros… Las sombras macizas se alzan soberbias por los rincones, lentamente mis ojos rasgan la oscuridad, el pasado que creía olvidado se encarna en un sinnúmero de objetos: la azucarera de porcelana… la mesa del comedor… su silla preferida…las imágenes de Santa Bárbara y Santa Rosa de Lima… el viejo reloj que se cansó de andar… la maceta de barro que había contenido los geranios… el retrato de mamá, de mi mamá perdida, inhallable, sin pasado, sin futuro desde aquel día fatal.

            Muchas imágenes circulan ante mis ojos cerrados.

No sé cuánto tiempo estuve allí. Más tarde, ya más tranquilo, abrí las persianas. El sol tímidamente comenzó a colorear las tinieblas.. se trepó a su silla preferida…iluminó la mesa del comedor… se posó sobre el retrato de  Mamá.



Esperanza perdida -Marcela Ruz

Ayer fue miércoles 26 de octubre de 1983, Raúl Alfonsín dio su discurso de cierre de la campaña metropolitana. Las cifras sobre la asistencia varían notablemente según los medios: 420.000 (La Época), 500.000 (La Voz), 600.000 (Tiempo Argentino, Ámbito Financiero), 800.000 (El Cronista Comercial, Buenos Aires Herald y la agencia DyN), 969.000 (La Prensa) y 1.500.000 según los organizadores. Hay predominio de una clase social media y alta y muchos, muchísimos jóvenes. Entre ellos, estoy yo.  No todos los presentes son radicales. Es la despedida de una etapa negra de la historia del país. No pude escuchar todo el discurso, era imposible. La multitud apretujada cantaba, saltaba, reía, lloraba. Muchos tendremos la oportunidad de votar por primera vez.  Muchos de los que fueron enviados a una guerra sin sentido, que  podían matar, que podían ser muertos, podrán votar por primera vez. En los rostros se vio pasión, esperanza, alegría. Ninguno de los presentes quiere impunidad, ni el pacto sindical militar.



Todavía me acuerdo lo que tenía puesto: remera, pollera y chatitas blancas. Mi trabajo estaba a dos pasos del Obelisco. Desde ese piso alto había visto, incluso, cuando el 30 de marzo de 1982, los manifestantes corrían por Diagonal escapando de los enfrentamientos.  No tengo duda que muchos de ellos fueron luego a vitorear el 2 de abril, pero esa es otra historia.

Mi jefe de entonces me preguntó ¿vas a ir?, incrédulo. Sí, iba a ir. No era radical, era intransigente de Alende, pero iba a ir igual. Teníamos que dejar el miedo atrás de una buena vez.  Teníamos que ser más que los que iban a ir el viernes, al acto de Luder, al acto de los sindicalistas de siempre.  Iría sola si fuera necesario, pero mi novio –apolítico total- me acompañó, supongo, para protegerme no sé bien de qué. Nos quedamos en un rinconcito, tratando de escuchar algo.  El discurso lo leí completo al otro día, en el momento sólo me llegaban algunos párrafos, mezclados con los estribillos que cantaba la gente. Y creí, como virgen política que era, que se podía.  Que toda esa masa de gente tenía la voluntad, la decisión, de ser decentes, de defender la democracia a como diera lugar. Que ya no habría impunidad, ni matones, ni iluminados, ni negociados.

Fui a votar feliz. Tenía puesto un enterito de jean con pins en la pechera. Primer inconveniente democrático: un hombre que dijo ser fiscal no sé de qué partido, me los hizo sacar todos porque podían ser algún tipo de acuerdo para que Dios sabe quién supiera a quién iba a votar. Tontamente, le hice caso en lugar de ir a quejarme con el presidente de mesa.  Inexperiencia unida a un respeto a veces idiota a las autoridades. En fin, este inicio me tuvo que haber servido de advertencia acerca de lo que nos esperaba en el futuro. Estupidez, ignorancia, prepotencia, abuso de poder. No todo fue malo, no, es cierto. Pero qué flojo resulta el balance…

Hoy leí de nuevo el discurso. Aún tiene una vigencia sorprendente, ¡cuántas cosas no hemos sido capaces de hacer! Dicen que la esperanza es lo último que se pierde…Pero yo ya la perdí, hace rato.

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