Bloque 2/16 Consigna 2: Construir una narración fantástica en un ámbito cerrado que nos sea ajeno en el cual con los recursos planteados (la ruptura del orden lógico, perífrasis, nominalizaciones (verbo a sustantivo) o viceversa. No lugar, no tiempo y la destrucción del tiempo en la verbalización utilizando dos personas primera y tercera narrador o un yo narrador y un omnisciente.

Material de referencia:
Yo el supremo. Roa Bastos,
Ahora que me acuerdo. Miguel Ángel Asturias
El otoño del patriarca. Gabriel García Márquez,
La biblioteca de Babel. Jorge L Borges.

Producción de los participantes:
Los desposeídos -Roberto Rodríguez Gras
Ese joven imprudente y tímido -Haydée Ortone


Los desposeídos -Roberto Rodríguez Gras

Me encuentro en esta comitiva de  parientes y amigos empapados en una atmósfera sin tiempo, en este valle metafísico con secuelas de incienso, en esta procesión de las ánimas mezcladas con héroes y dioses lejos de la infección racionalista.

Sin embargo, a la hora de la cena me sentaré como difunto en las mesas de mis seres queridos con sus memorias que se resisten y trataré de descubrir mi epopeya.

Este es nuestro juego, el universo fluye hacia nosotros, a esta cuarta dimensión, a esta extraña pesadilla.

Somos los desposeídos, los ausentes despedidos para siempre -y tan cercanos-, los citados en voz alta en los momentos álgidos de la vida cotidiana, los no reconocidos por las religiones. Y la paradoja es que estamos siempre presentes desde el ya no ser, en un no lugar, en un pensamiento, en un sentimiento, en una percepción, en un deseo de existencia de volver que otros reclaman.

Y errando por paisajes familiares escucho a la madre preocupada decir: -¿hijo que te pasa?, cuéntale al fuego tus pesares.

Por mi parte, allí estaré, cuenta conmigo y desde esta caravana en marcha, desde este pálido desfile, desde este espanto te granjearé la protección de algún dios.



Y alguien pregunta ¿quién sería el gallego inicial que el hijo del carpintero señaló?.



Ese joven imprudente y tímido -Haydée Ortone

No hago otra cosa que pensar en mi asesino, ese joven imprudente y tímido que ayer me abordó a la salida del hipódromo. Lo tuve tan cerca que pude oír su palpitar, su agitación era tan notoria que imaginé que estaba ante una cuadriga desbocada. Su propósito era tan claro  que por un instante lo vi llevar su diestra hasta el puñal que escondía bajo sus ropas, pero de pronto vaciló. Tal vez se asustó al verme tan acompañado  Con sólo una seña de mi parte, en otros tiempos podría haberme desembarazado rápidamente de él, al igual que tantas veces mi jefe de seguridad habría hecho un buen trabajo pero ahora siento que ya no tiene ningún sentido.

La pesadilla empezó en Francia, más precisamente en la Costa Azul. Tuve que salir de los emiratos por razones  de negocios y antes de regresar pasé unos días a bordo del yate del embajador Al Hamad. Un hermoso atardecer cuando la brisa juguetona empujaba los últimos rayos de sol hacia el horizonte y el mar permanecía impasible en su azul, me la llevaron. Era grácil como una gacela, su voz más armoniosa que el trino del ruiseñor, sus cabellos hebras de oro mecidas por el viento, su piel de azucena , su aroma de jazmín; toda ella era un ánfora del más fino cristal. Mis sentidos se obnubilaron, Mi pecho era un aletear de pájaros en primavera.

Cuando nos quedamos solos comenzó a llorar; al  principio sus lágrimas parecían perlas que se desgranaban por su bello rostro pero luego cuando comencé a desnudarla empezó a gritar.  Nadie jamás osó levantar la voz en mi presencia, no tuve más remedio que hacerla azotar repetidas veces.

Luego supe que era menor de edad, que era virgen, por eso el llanto y los gemidos. En realidad, de haberlo sabido antes tampoco me hubiera importado demasiado, por el contrario.

Cuando murió, Alá sabe que  no fue mi intención, no podíamos sacar de entre sus dedos agarrotados, la foto de ese muchachito que me está persiguiendo desde entonces.

Mis guardias hicieron un trabajo limpio. Cómo iban a relacionar el cadáver de esa mujer que apareció flotando en las aguas  con el emir Hassán Defrem.

Sin embargo, a partir de esa noche sé que inexorablemente mis días están contados.

He puesto un precio muy alto por su cabeza. Son muchos los que lo están buscando, mercenarios de todo el Oriente, aventureros en busca de fortunas, criminales consuetudinarios, están tras de sus huellas, sin embargo, sólo yo lo veo, sólo yo lo siento a mi lado. Tiene el rostro del jardinero que cultiva mis aljabas, del mórbido eunuco que vigila mi harén, del almotacén que está en el alcázar. Creí reconocerlo en el chofer del embajador que vino a buscarme, en el jefe de mi custodia. En las noches es él quien llena mi copa, en mis sueños es él quien se empeña en desvelarme.

De regreso al Golfo, ya en mi reino, se me  apareció montado en un imponente corcel negro desde lo más profundo del arenal de bronce.

Al principio sospeché que mis  súbditos me estaban traicionando, no me parecía posible que sólo yo lo viera, ahora no sé qué pensar. Avanza entre los árboles de los jardines, se esconde tras las columnas de mármol de las galerías, aparece y desaparece en su desesperación por no poder hallar el momento oportuno para cumplir con la sentencia de muerte.

He tratado de huir pero mi suerte está echada. Un miedo visceral y difuso me invade, estoy llorando sin rubor alguno.

Es de noche y estoy solo, he despedido a mis sirvientes y me he encerrado en el palacio esperando a mi verdugo. La luna, vaporosa mortaja, ilumina mi alcoba. El aroma del sándalo perfuma el ambiente.

Contemplo mi rostro lívido en el enorme espejo biselado. Éste me devuelve mi imagen, pero ya no soy yo, ahora soy ese joven imprudente y tímido que lleva en su mano el puñal asesino.





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