Bloque 1/16 Consigna 3: Construir una narración en forma de cartas en la que aparezca y desaparezca alguna creencia mítica que puede ser rescatada de viejas bibliotecas. Final abierto

Material REFERENCIA:
La casa de los espíritus (fragmento). Isabel Allende.
Cien años de soledad (fragmento). García Márquez.


Producción de los participantes:
Mi pueblo ¿dónde? (Cristina Delea - 6.2016)
LA CASA (HAYDÉE ORTONE - 6.2016)
FAMILIAS - (Marcela Ruz - 06.2016)


Mi pueblo ¿dónde? (Cristina Delea - 6.2016)

Estoy aquí, en este instante a punto de enviar una respetable respuesta, lo más cabal posible a sus preguntas.

Esta situación es francamente inabordable. Que haya aparecido una especie de sombra, aquí en el comedor, en la cocina, una especie de figura difusa entre grisácea, de un color difícil de describir.

De pronto, se esfuma, es como si está o no está. Existe o no existe. Se desliza, acaso vuela. De tal manera me moviliza. Es por el hecho de que no sé con certeza exactamente qué es.

Con frecuencia algunos vecinos de por aquí, me cuentan que esto mismo ya ha pasado, ellos hablan de una especie de luz rara, que se hace ver por aquí, por allá, no saben bien dónde ni por qué.

A continuación, pasados unos días, le respondo a su preocupación ciertamente justificada.

Entiendo por lo que tengo estudiado, que a decir verdad esto, que me relata en su carta anterior, esto exactamente de igual características sucede solo en espacios abiertos, solamente en pueblos lejanos a ciudades. Serían espacios abiertos con escasísimos habitantes, como una especie de protección al hecho de ser vistos o descubiertos.

Así mismo, en mis investigaciones nada en común tienen entre ellos.

Le escribo a usted absolutamente desconcertado, el tema está muy lejos de mi entendimiento, espero prontas noticias.


Llega un sobre de carta, el profesor lo lee absorto, éste decía;

“Hola, ¿dónde? ¿dónde estoy?... ¿dón...?”



LA CASA (HAYDÉE ORTONE - 6.2016)


CC karina@hotmail.com



Ayer por la mañana arribamos a Madrid, no te imaginás, hermanita querida, cuánto me gustaría que pudieras estar con nosotros. Después de registrarnos en el hotel, Joaquín y yo salimos a recorrer un poco ya que sólo estaremos tres días por acá.

Paseamos por la Gran Vía, recorrimos la Puerta del Sol, conocimos la fuente de la Cibeles, ¡qué maravilla!, y por la tarde estuvimos en el museo del Prado y el Reina Sofía, Kari querida, si poder contemplar los cuadros de Goya, de Velásquez, fue una fiesta para los sentidos, calculá lo que se sentimos frente al Guernica.

Mañana nos haremos una escapada al Escorial y luego partiremos cada uno a nuestro destino. Yo tengo todos los papeles en regla pero, por las dudas rezá para que todo salga bien. Te extraño.



CC hugopm@hotmail.com



Me alegró mucho tu mail. Me imagino lo hermoso que debe ser Madrid y lo mucho que están disfrutando.Yo también querría estar con Uds. pero no podemos dejar a mamá totalmente sola; otra vez será. Cuídense y vos, Hugo, espero que puedas hacer todo. Besos a los dos.



CC karina@hotmail.com



Después de separarme de Joaquín comencé el largo camino hacia Pontevedra. Durante todo el trayecto me acompañó el mal tiempo pero al bajar del micro el panorama era aterrador; se descargó una tormenta de viento y lluvia tremenda y lo peor de todo fue que no encontré a nadie que me ayudara en esos momentos. Me refugié debajo de un alero pero así y todo terminé empapado. Como a las dos horas amainó el temporal y por suerte me encontré con un hombre que me indicó una posada para pasar la noche. Dentro de todo el lugar podría haber sido peor.

Hoy amaneció lindo y para tu envidia desayuné chocolate con churros. Fui a ver al notario , ya le dejé todos los papeles. Espero que mamá y vos estén bien.



CC hugopm@hotmail.com



Por acá todo bien. Ojalá que los trámites no te insuman mucho tiempo para que puedas recorrer el pueblo. Espero que me cuentes cómo es todo por allí. Cuidate.



CC karina@hotmail.com



El notario me citó para hoy. Cuando fui me dijo que al principio había pensado que yo era un embaucador, pero, después de un análisis exhaustivo de toda la documentación, estaba en condiciones de asegurar que la propiedad y las tierras donde está emplazada nos pertenecen y entonces me entregó una vieja caja de madera que tenía en su interior una enorme llave de bronce. Ya averigüé cómo ir hasta la casa. Mañana pienso acercarme al lugar y si Dios quiere y todo marcha bien me instalaré allí.



CC hugopm@hotmail.com



SUERTE!!!



CC karina@hotmail.com



Karina: no sabés la emoción que sentí cuando llegué hasta la puerta. Se trata de un caserón enorme de piedra gris, de altos ventanales y está totalmente cubierto de hiedra. Posee un jardín muy grande que por supuesto está abandonado y en el fondo hay como un cobertizo que parece un establo. En los terrenos linderos están la iglesia y el cementerio. Cuando tomé la llave y la puse en la cerradura mis piernas me temblaban de emoción, por fin iba a entrar a la casa de nuestros abuelos.

La sala es muy amplia, hay una mesa grande, seis sillas, un aparador y frente a éste un viejo piano. Todo está cubierto de moho, polvo y telarañas; espero que de a poco pueda ir recuperando el lugar. Por de pronto te cuento que el hogar funciona perfectamente, hoy lo prendí para que empiece a caldearse la casa y se vaya el olor a humedad.

Con respecto al pueblo y su gente todos parecen perdidos en el tiempo. ¿Te acordás cuando veíamos el álbum de fotos de los abuelos? bueno, la forma de vestirse, de peinarse, todo es igual. Te diré que no hay jóvenes o por lo menos yo no los vi.

Hoy fui a la iglesia para saludar al cura. Es un anciano que camina apoyado en un bastón y está muy cargado de espaldas, Vos seguro que dirías: será por el peso de los pecados de los feligreses. Me dijo que lo llamara Don Pepe y me contó que aún recuerda el día en que nuestra familia cerró la casa y se fue definitivamente del pueblo “yo era apenas un pequeñín y junto a otros chavales nos apostamos en la entrada para no perdernos nada, era la primera vez que alguien decidía abandonar el terruño para siempre. Partía el alma ver cómo lloraba tu abuela”.

Después me invitó a recorrer el cementerio y me mostró el monumento que perteneció a nuestros antepasados. Sobre una gran placa de mármol muy deteriorada por el paso de los años estaban grabados los nombres de nuestros parientes pero Don Pepe acotó. -Claro que acá no están todos; no olvidemos que el cadáver de la pobrecita Amalia descansa, si es que puede, en otra parte-

Al oírlo me sorprendí y él agregó:- Me imagino que tú sabes que ella se quitó la vida, por eso no se la pudo enterrar en un camposanto, pero en el pueblo jamás había ocurrido algo así por lo tanto no estábamos preparados. Después de mucho cavilar, el cura de ese entonces decidió ofrecer una pequeña parcela en el extremo más alejado del cementerio y allí la sepultaron ...Es extraño- agregó pensativo-, sobre la losa desnuda hay siempre un ramillete fresco de flores silvestres...



CC hugopm@hotmail.com



Querido Hugo: me impresionó todo lo que te dijo el cura, es muy interesante lo que contás, espero poder ir algún día para ver todo en directo. Hablame un poco de la gente... si son amables cuando te ven,... que te dicen ...



CC karina@hotmail.com



Con respecto a tu pregunta te diré que son muy hoscos, en lo posible tratan de esquivarme y cuando no les queda más remedio me saludan con un gesto, como poniendo distancia entre ellos y yo, en fin, hay que tener en cuenta que para ellos yo soy un forastero. ¡Ojo! El pueblo es muy pequeño, hay una botica que parece un almacén de ramos generales, una tienda que a la vez es zapatería, sastrería, mercería, etc. etc. y una fonda donde yo voy a comer; al principio los noté muy reticentes para atenderme pero creo que por aquello de que un plato de comida no se le niega a nadie y si ese nadie puede pagarlo, que es mi caso, tuvieron que cambiar de opinión; pero no creas que estoy totalmente solo, tengo un perrito, apareció un día y por lo visto decidió quedarse, además , y esto sí que es extraño, la otra tarde a la hora de la siesta apareció una nenita, todavía no sé de dónde salió. Me dijo que vive muy cerca.Si la vieras: es una galleguita preciosa. Desde ese día viene todas las tardes, a veces juega con el perro y si no, recorre la casa de punta a punta. Habla muy poco, le pregunté por sus padres y me dijo : no sé dónde están ahora. -¿Cómo no sabés?- -No, te he dicho que no lo sé, andarán por ahí

¡Qué querés que te diga! para mí es una compañía, me divierte y además no molesta, pero ¿a vos te parece? Los padres son unos inconscientes, dejarla sola con un tipo desconocido, decí que se encontró conmigo, mirá si yo fuera un degenerado, es lo que yo digo : por acá son todos muy raros.

Cambiando de tema: sigo con la limpieza. Traté de contratar a alguna mujer para que me dé una mano pero no hay caso, todas ponen excusas. Recién pude acondicionar dos cuartos además de la sala; me faltan abrir dos habitaciones más. Yo me instalé en el que está un poco mejor. Tuve que tirar muchas cosas y por de pronto le di una mano de pintura a las paredes, por las dudas, viste? Aunque sea para matar a las arañas que parecen las verdaderas dueñas de casa.



CC hugopm@hotmail.com



No puedo entender que seas tan metódico, ¿cómo es posible que no hallas abierto todavía las demás piezas?, eso hubiera sido lo primero que habría hecho yo. Ay, hermanito.



CC karina@hotmail.com



Cómo pasa el tiempo, Hoy se cumplen tres meses de mi arribo a la casa, estuve limpiando el jardín aprovechando que ya se respira la primavera. Ayer se cortó la luz, menos mal que encontré unas velas. Hoy arreglé el desperfecto, la instalación es muy vieja, había unos cables cortados.

Hoy estaba bastante aburrido y entonces fui a visitar a Don Pepe y de paso le pregunté por qué nuestra familia cerró la casa de la noche a la mañana. –Mira hijo, si tu no lo sabes que eres el descendiente directo qué puedo decirte yo, además , como te dije el otro día yo era un rapaz.- Bueno, si, pero algo habrá escuchado, insistí.

-En el pueblo se habló mucho, tu sabes cómo son estas cosas. Yo creo que tuvo que ver con el suicidio de la pobrecita Amelia; supongo que no pudieron soportarlo pero el episodio dio pasto a las fieras, bah, a las viejas, casi son sinónimos; éstas murmuraban que no se trató de un suicidio, la pequeña sólo tenía once años, pero no creas nada de todo esto, tu familia siempre fue honorable y un ejemplo para todos los vecinos.-

En una palabra, que no saqué nada en claro. Ah, me olvidaba, te acordás que te conté del piano?. Me tomé el trabajo de limpiar tecla por tecla, pedal por pedal, parte por parte: Quedó espectacular. Lo hice pensando en vos, espero que pronto vengas a tocar algo para tu hermano que te extraña, pero mientras tanto alguien se te adelantó. Ayer, mientras regaba el jardín escuché una melodía. Yo no entendía nada , entonces me asomé por la ventana y a que no adivinás quien estaba tocando? La nena que viene por las tardes. Yo le pregunté quien le había enseñado y me respondió: ella. -¿quién ¿ -ya te lo tengo dicho: ella.

y no pude sacarle ni una palabra más. A propósito, a veces me trae un ramito de flores silvestres, de esas que abundan por los caminos; supongo que lo hace en retribución por los dulces que yo le doy.



CC karina@hotmail.com



Ayer se cortó la luz otra vez. No entiendo, creí haber hecho bien las conexiones. Mientras estaba a oscuras pensaba en vos, si hubieras estado te hubieses muerto de miedo. En el silencio de la noche se escuchaban ruidos en las habitaciones; era un rumor indescifrable, parecían quejidos, pisadas, pero no te asustes, deben ser murciélagos o ratas o las dos cosas.

Estoy viendo tu cara pero quedate tranqui, para cuando vengas te prometo que voy a acabar con todas las plagas.

Mañana voy a abrir la última pieza y después te cuento qué hay. Besos a las dos.



CC hugopm@hotmail.com



Huguito tené cuidado, mirá que esos bichos trasmiten muchas enfermedades. Te amamos, mamá y yo.



CC karina@hotmail.com



Querida esto es insólito: Después de luchar con la cerradura abrí la última puerta. Te aseguro que no puedo reponerme de la sorpresa. Se trata de un dormitorio, pero a diferencia de los anteriores, es como si la humedad, el polvo, las polillas, no hubieran podido penetrar en él.

Hay un pequeño toilette con un hermoso espejo biselado. Un silloncito cuya funda hace juego con la colcha que cubre la cama de bronce que parece recién tendida y sobre la alfombra unas muñecas de porcelana, ¿viste cuando los chicos dejan los juguetes tirados?, bueno, así, pero por si todo esto fuera poco, sobre la mesita de luz hay un vaso que aún contiene agua limpia y apoyado en la almohada, un ramito de flores silvestres me inunda con su aroma.




FAMILIAS - (Marcela Ruz - 06.2016)


París, 28 de octubre





Mi querido:





Tenés razón, parece que estamos pasando de moda nuevamente…Lo que no sé si es bueno o malo. ¿Te acordás cuando nuestras historias sólo se transmitían de boca en boca? Después, vino la época de los libros. Luego se olvidaron de nosotros un tiempo, hasta que empezaron las películas. Muchas, demasiadas, algunas realmente espantosas. Nos dejaron en paz por un segundo, hasta que empezaron las series, las sagas. Fue agradable, tantos incautos que se acercaban a nuestra cultura. Pero llegó un punto en que ya tanto idiota creyendo cualquier cosa que veía en la televisión me cansó. Aunque reconozco que hubo incorporaciones importantes a nuestro movimiento sin necesidad de violencia, ni siquiera de seducción. Esto último fue lo que no me gustó, la seducción forma parte de nosotros, de todos nosotros. Si no es necesario ejercitarla, perdemos parte de nuestra esencia.


Yendo ahora a lo que me proponías, no, no me parece. Llamame anticuada, caprichosa, lo que vos quieras. Sé que las cartas están pasadas de moda, que hay tantos medios para comunicarse. Pero ¿qué vamos a usar? ¿Facebook, Skype, Instagram? No nos sería muy útil ¿no te parece? Están los chats, los mails, twitter, pero ¿qué apuro tenemos? Tenemos toda la eternidad, mi querido, toda la eternidad. Si alguno de estos medios sobrevive cien, doscientos años, lo vemos. Acordate cómo cargoseabas con el télex, después con el fax, ¿qué fue de ellos? El telegrama sobrevive, es verdad, pero de privado no tiene nada.


¿Seguís enamorado de la flacucha esa, la modelo? Por favor no te enojes por lo que voy a decirte, pero no creo que te convenga, ¿qué te puede ofrecer? Tené mucho cuidado por favor, sabés que en esos medios hay drogas y enfermedades horribles que te puede transmitir…Porque lo que es algo de energía, lo dudo mucho. Y no me vengas con la historia del Conde, no lo podés comparar ni por un segundo con esa mujer. Ah, dice que te manda saludos (aunque sabe que no lo tragás, no sé qué incompatibilidad puede haber habido, siempre me pregunta por vos). Ya sabrás lo que tenés que hacer, pero estás cada día más alejado de nosotros. ¿Cómo va la terapia?


Besos,

Lillith

P.D.: Mirá que la semana que viene es luna llena, estás tan obnubilado con tu nueva conquista que tal vez te expongas demasiado. Ellos nunca descansan, nunca, no pueden.





Londres, 31 de octubre

Querida Lillith



Dado que seguís negándote a entrar en el siglo XXI, te contesto por este medio. Te agradezco tu preocupación, sé que siempre estás pendiente de los tuyos. Por los plenilunios no te hagas problema, tengo agendados en el celular los de este año y en la computadora los de los próximos cincuenta o sesenta años, si querés te los imprimo y te los mando a vuelta de correo.

No creas que me he olvidado de los nuestros. Lo que pasa es que estoy cansado, a veces me repugna la idea del para siempre y quisiera volver atrás, no enloquecer de celos y ser un mortal cualquiera. Lo hablo con Sigmund cuando voy a las sesiones, pero se me queda mirando como desde hace añares y me receta antidepresivos. Quizás tenga que cambiar de terapeuta.

Con respecto a la “flacucha”, tal vez pienses que estoy viviendo una aventura más, pero no es así…No sé qué voy a hacer, si bien ella sabe mi historia (bueno, parte de mi historia) y está dispuesta a unírsenos, yo no estoy seguro. Condenarla a la eternidad… Ella se ríe y dice que le encanta la idea, pero no tiene noción de lo que significa. Sólo los nuestros pueden comprenderlo.

Esta noche tendré que decidirlo, lo sabes bien.



Siempre tuyo,

Caín



La casa de los espíritus (fragmento). Isabel Allende.

Capítulo IV

A una edad en que la mayoría de los niños anda con pañales y en cuatro patas, balbuceando incoherencias y chorreando baba, Blanca parecía una enana razonable, caminaba a tropezones, pero en sus dos piernas, hablaba correctamente y comía sola, debido al sistema de su madre de tratarla como persona mayor. Tenía todos sus dientes y empezaba a abrir los armarios para alborotar su contenido, cuando la familia decidió ir a pasar el verano a Las Tres Marías, que Clara no conocía más que de referencia. En ese período en la vida de Blanca, la curiosidad era más fuerte que el instinto de supervivencia y Férula pasaba algunos apuros corriendo detrás de ella para evitar que se precipitara del segundo piso, se metiera en el horno o se tragara el jabón. La idea de ir al campo con la niña le parecía peligrosa, agobiante e inútil, puesto que Esteban podía arreglarse solo en Las Tres Marías, mientras ellas disfrutaban de una existencia civilizada en la capital. Pero Clara estaba entusiasmada. El campo le parecía una idea romántica, porque nunca había estado dentro de un establo, como decía Férula. Los preparativos de viaje ocuparon a toda la familia durante más de dos semanas y la casa se atochó de baúles, canastos y maletas. Alquilaron un vagón especial en el tren para desplazarse con el increíble equipaje y los sirvientes que Férula consideró necesario llevar, además de las jaulas de los pájaros que Clara no quiso abandonar y las cajas de juguetes de Blanca, llenas de arlequines mecánicos, figuritas de loza, animales de trapo, bailarinas de cuerda y muñecas con pelos de gente y articulaciones humanas, que viajaban con sus propios vestidos, coches y vajillas. Al ver aquella multitud desconcertada y nerviosa y aquel tumulto de bártulos, Esteban se sintió derrotado por primera vez en su vida, especialmente cuando descubrió entre el equipaje un San Antonio de tamaño natural, con ojos estrábicos y sandalias repujadas. Miraba el caos que lo rodeaba, arrepentido de la decisión de viajar con su mujer y su hija, preguntándose cómo era posible que él sólo necesitara de sus dos maletas para ir por el mundo y ellas, en cambio, llevaran ese cargamento de trastos y esa procesión de sirvientes que nada tenían que ver con el propósito del viaje.
En San Lucas tomaron tres coches que los condujeron a Las Tres Marías envueltos en una nueve de polvo, como gitanos. En el patio del fundo esperaban para darle la bienvenida todos los inquilinos encabezados por el administrador., Pedro Segundo García. Al ver aquel circo ambulante, quedaron atónitos. Bajo las órdenes de Férula empezaron a descargar los coches y meter las cosas en la casa. Nadie prestó atención a un niño que tenía aproximadamente la misma edad de Blanca, desnudo, moquillento, con la barriga inflada por los parásitos, provisto de hermosos ojos negros con expresión de anciano. Era el hijo del administrador y se llamaba, para diferenciarlo del padre y del abuelo, Pedro Tercero García. En el tumulto de instalarse, conocer la casa, husmear la huerta, saludar a todo el mundo, armar el altar de San Antonio y espantar a las gallinas de las camas y a los ratones de los roperos, Blanca se quitó la ropa y salió corriendo desnuda con Pedro Tercero. Jugaron entre los bultos, se metieron debajo de los muebles, se mojaron con besos babosos, masticaron el mismo pan, sorbieron los mismos mocos, y se embetunaron con la misma cada, hasta que, por último, se durmieron abrazados bajo la mesa del comedor. Allí los encontró Clara a las diez de la noche. Los habían buscado durante horas con antorchas, los inquilinos en cuadrillas habían recorrido la orilla del río, los graneros, los potreros y los establos, Férula había clamado de rodillas a San Antonio, Esteban estaba agotado de llamarlos y la misma Clara había invocado inútilmente sus dotes de vidente. Cuando los encontraron, el niño estaba de espaldas en el suelo y Blanca se acurrucaba con la cabeza apoyada en el vientre panzudo de su nuevo amigo. En esa misma posición serían sorprendidos muchos años después, para desdicha de los dos, y no les alcanzaría la vida para pagarlo.
Desde el primer día, Clara comprendió que había un lugar para ella en Las Tres Marías y, tal como apuntó en sus cuadernos de anotar la vida, sintió que por fin había encontrado su misión en este mundo. No la impresionaron las casas de ladrillos, la escuela y la abundancia de comida, porque su capacidad para ver lo invisible detectó inmediatamente el recelo, el miedo y el rencor de los trabajadores y el imperceptible rumor que se acallaba cuando volteaba la cara, que le permitieron adivinar algunas cosas sobre el carácter y el pasado de su marido. El patrón había cambiado, sin embargo. Todos pudieron apreciar que dejó de ir al Farolito Rojo, se acabaron sus tardes de parranda, de peleas de gallos, de apuestas, sus violentas rabietas y, sobre todo, el mal hábito de voltear muchachas en los trigales. Se lo atribuyeron a Clara. Por su parte ella también cambió. Abandonó de la noche a la mañana su languidez, dejó de encontrarlo todo muy bonito y pareció curada del vicio de hablar con los seres invisibles y mover los muebles con recursos sobrenaturales.


Cien años de soledad (fragmento). García Márquez.

CIEN AÑOS DE SOLEDAD (Frag.)

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«Estoy pensando otra vez en Prudencia Aguilar.» No durmieron un minuto, pero al día siguiente se sentían tan descansadas que se olvidaron de la mala noche. Aureliano comentó asombrado a la hora del almuerzo que se sentía muy bien a pesar de que había pasado toda la noche en el laboratorio dorando un prendedor que pensaba regalarle a Úrsula el día de su cumpleaños.
No se alarmaran hasta el tercer día, cuando a la hora de acostarse se sintieron sin sueño, y cayeran en la cuenta de que llevaban más de cincuenta horas sin dormir.
-Los niños también están despiertos -dijo la india con su convicción fatalista-. Una vez que entra en la casa, nadie escapa a la peste.
Habían contraído, en efecto, la enfermedad del insomnio. Úrsula, que había aprendido de su madre el valor medicinal de las plantas, preparó e hizo beber a todos un brebaje de acónito, pero no consiguieran dormir, sino que estuvieron todo el día soñando despiertos. En ese estada de alucinada lucidez no sólo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros. Era como si la casa se hubiera llenado de visitantes. Sentada en su mecedor en un rincón de la cocina, Rebeca soñó que un hombre muy parecido a ella, vestido de lino blanco y con el cuello de la camisa cerrado por un botón de aro, le llevaba una rama de rosas. Lo acompañaba una mujer de manas delicadas que separó una rosa y se la puso a la niña en el pelo. Úrsula comprendió que el hombre y la mujer eran los padres de Rebeca, pero aunque hizo un grande esfuerzo por reconocerlos, confirmó su certidumbre de que nunca los había visto.
Mientras tanto, por un descuido que José Arcadio Buendía no se perdonó jamás, los animalitos de caramelo fabricados en la casa seguían siendo vendidos en el pueblo. Niñas y adultos chupaban encantados los deliciosos gallitos verdes del insomnio, los exquisitos peces rosados del insomnio y los tiernos caballitos amarillos del insomnio, de modo que el alba del lunes sorprendió despierto a todo el pueblo. Al principio nadie se alarmó. Al contrario, se alegraron de no dormir, porque entonces había tanto que hacer en Macondo que el tiempo apenas alcanzaba. Trabajaron tanto, que pronto no tuvieran nada más que hacer, y se encontraron a las tres de la madrugada con los brazos cruzados, contando el número de notas que tenía el valse de los relajes. Los que querían dormir, no por cansancio, sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismas chistes, a complicar hasta los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que sí, el narrador decía que no había pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no les había pedida que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había pedido que se quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, Y nadie podía irse, porque el narrador decía que no les había pedido que se fueran, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y así sucesivamente, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches enteras.
Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadida el pueblo, reunió a las jefes de familia para explicarles lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga.
Fue así como se quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaba sano. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo sé transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas de insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.
Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varias meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de las primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: «tas». Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde la impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerca, gallina, yuca, malanga, guineo. Paca a poca, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestas a luchar contra el olvido: Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que herviría para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.
En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande en la calle central que decía Dios existe. En todas las casas se habían escrita claves para memorizar los objetas y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante. Pilar Ternera fue quien más contribuyó a popularizar esa mistificación, cuando concibió el artificio de leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro. Mediante ese recurso, los insomnes empezaron a vivir en un mundo construido por las alternativas inciertas de los naipes, donde el padre se recordaba apenas como el hombre moreno que había llegada a principios de abril y la madre se recordaba apenas como la mujer trigueña que usaba un anillo de oro en la mano izquierda, y donde una fecha de nacimiento quedaba reducida al último martes en que cantó la alondra en el laurel. Derrotado por aquellas prácticas de consolación, José Arcadio Buendía decidió entonces construir la máquina de la memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos de los gitanos. El artefacto se fundaba en la posibilidad de repasar todas las mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida.
Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un individuo situada en el eje pudiera operar mediante una manivela, de modo que en pocas horas pasaran frente a sus ojos las naciones más necesarias para vivir. Había logrado escribir cerca de catorce mil fichas, cuando apareció par el camino de la ciénaga un anciano estrafalario con la campanita triste de los durmientes, cargando una maleta ventruda amarrada can cuerdas y un carrito cubierto de trapos negros. Fue directamente a la casa de Jasé Arcadio Buendía.
Visitación no lo conoció al abrirle la puerta, y pensó que llevaba el propósito de vender algo, ignorante de que nada podía venderse en un pueblo que se hundía sin remedio en el tremedal del olvido. Era un hombre decrépito. Aunque su voz estaba también cuarteada par la incertidumbre y sus manas parecían dudar de la existencia de las cosas, era evidente que venían del mundo donde todavía los hombres podían dormir y recordar. José Arcadio Buendía lo encontró sentado en la sala, abanicándose con un remendado sombrero negra, mientras leía can atención compasiva los letreros pegados en las paredes. Lo saludó con amplias muestras de afecto, temiendo haberla conocido en otro tiempo y ahora no recordarlo. Pero el visitante advirtió su falsedad. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte. Entonces comprendió. Abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y de entre ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetas estaban marcados, y antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aun antes de reconocer al recién llegado en un deslumbrante resplandor de alegría. Era Melquíades.
Mientras Macondo celebraba la reconquista de los recuerdos, José Arcadio Buendía y Melquíades le sacudieron el polvo a su vieja amistad. El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresada porque no pudo soportar la soledad. Repudiada par su tribu, desprovisto de toda facultad sobrenatural como castigo por su …………………………………………………………………………………………….
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La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte estaba entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo. Tal vez, no sólo para rendirla sino también para conjurar sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan primitivo y simple como el amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a nadie. Úrsula no volvió a ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no renunciaba al propósito de salvarla para el mundo, procuró que se interesara por los asuntos elementales de la casa. “Los hombres piden más de lo que tú crees”, le decía enigmáticamente. “Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees”. En el fondo se engañaba a sí misma tratando de adiestrarla para la felicidad doméstica, porque estaba convencida de que una vez satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la tierra capaz de soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más allá de toda comprensión. El nacimiento del último José Arcadio, y su inquebrantable voluntad de educarlo para Papa, terminaron por hacerla desistir de sus preocupaciones por la bisnieta. La abandonó a su suerte, confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella. Ya desde mucho antes, Amaranta había renunciado a toda tentativa de convertirla en una mujer útil. Desde las tardes olvidadas del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por darle vuelta a la manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión simple de que era boba. “Vamos a tener que rifarte”, le decía, perpleja ante su impermeabilidad a la palabra de los hombres. Más tarde, cuando Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara cubierta con una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para buscar con paciencia el punto débil de su corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente que por muchos motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, esta transparentada por una palidez intensa.
-¿Te sientes mal? –le preguntó,
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
-Al contrario –dijo-, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.
Los forasteros, por supuesto, pensaron que Remedios, la bella, había sucumbido por fin a su irrevocable destino de abeja reina, y que su familia trataba de salvar la honra con la patraña de la levitación. Fernanda, mordida por la envidia, terminó por aceptar el prodigio, y durante mucho tiempo siguió rogando a Dios que le devolviera las sábanas. La mayoría creyó en el milagro, y hasta se encendieron velas y se rezaron novenarios ……….
Un domingo, a las seis de la tarde, Amaranta Úrsula sintió los apremios del parto. La sonriente comadrona de las muchachitas que se acostaban por hambre la hizo subir en la mesa del comedor, se le acaballó en el vientre, y la maltrató con golpes cerriles hasta que sus gritos fueron acallados por los berridos de un varón formidable. A través de las lágrimas, Amaranta Úrsula vio que era un Buendía de los grandes, macizo y voluntarioso como los José Arcadios, con los ojos abiertos y clarividentes de los Aurelianos, y predispuesto para empezar la estirpe otra vez por el principio y purificarla de sus vicios perniciosos y su vocación solitaria, porque era el único en un siglo que había sido engendrado con amor.
-Es todo un antropófago –dijo-. Se llamará Rodrigo.
-No –la contradijo su marido-. Se llamará Aureliano y ganará treinta y dos guerras.
Después de cortarle el ombligo, la comadrona se puso a quitarle con un trapo el ungüento azul que le cubría el cuerpo, alumbrada por Aureliano con una lámpara. Sólo cuando lo voltearon boca abajo se dieron cuenta de que tenía algo más que el resto de los hombres, y se inclinaron para examinarlo. Era una cola de cerdo.
No se alarmaron. Aureliano y Amaranta Úrsula no conocían el precedente familiar, ni recordaban las pavorosas admoniciones de Úrsula, y la comadrona acabó de tranquilizarlos con la suposición de que aquella cola inútil podría cortarse cuando el niño mudara los dientes. Luego no tuvieron ocasión de volver a pensar en eso, porque Amaranta Úrsula se desangraba en un manantial incontenible. Trataron de socorrerla con apósitos de telaraña y apelmazamientos de ceniza, pero era como querer cegar un surtidor con las manos. En las primeras horas, ella hacía esfuerzos por conservar el buen humor. Le tomaba la mano al asustado Aureliano, y le suplicaba que no se preocupara, que la gente como ella no estaba hecha para morirse contra la voluntad, y se reventaba de risa con los recursos truculentos de la comadrona. Pero a medida que a Aureliano lo abandonaban las esperanzas, ella se iba haciendo menos visible, como si la estuvieran borrando de la luz, hasta que se hundió en el sopor. Al amanecer del lunes llevaron una mujer que rezó junto a su cama oraciones de cauterio, infalibles en hombres y animales, pero la sangre apasionada de Amaranta Úrsula era insensible a todo artificio distinto del amor. En la tarde, después de veinticuatro horas de desesperación, supieron que estaba muerta porque el caudal se agotó sin auxilios, y se le afiló el perfil, y los verdugones de la cara se le desvanecieron en una aurora de alabastro, y volvió a sonreir.
Aureliano no comprendió hasta entonces cuándo quería a sus amigos, cuánta falta le hacían, y cuánto hubiera dado por estar con ellos en aquel momento. Puso al niño en la canastilla que su madre le había preparado, le tapó la cara al cadáver con una manta, y vagó sin rumbo por el pueblo desierto, buscando un desfiladero de regreso al pasado. Llamó a la puerta de la botica, donde no había estado en los últimos tiempos y lo que encontró fue un taller de carpintería. La anciana que le abrió la puerta con una lámpara en la mano se compadeció de su desvarío e insistió en que no, que allí no había habido nunca una botica, ni había conocido jamás una mujer de cuello esbelto y ojos adormecidos que se llamara Mercedes. Lloró con la frente apoyada en la puerta de la antigua librería del sabio catalán, consciente de que estaba pagando los llantos atrasados de una muerte que no quiso llorar a tiempo para no romper los hechizos del amor. Se rompió los puños contra los muros de argamasa de El Niño de Oro, clamando por Pilar Ternera, indiferente a los luminosos discos anaranjados que cruzaban por el cielo, y que tantas veces había contemplado con una fascinación pueril en noches de fiesta, desde el patio de los alcaravanes. En el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia, un conjunto de acordeones tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco el Hombre. El cantinero, que tenía un brazo seco y como achicharrado por haberlo levantado contra su madre, invitó a Aureliano a tomarse una botella de aguardiente, y Aureliano lo invitó a otra. El cantinero le habló de la desgracia de su brazo. Aureliano le habló de la desgracia de su corazón, seco y como achicharrado por haberlo levantado contra su hermana. Terminaron llorando juntos y Aureliano sintió por un momento que el dolor había terminado. Pero cuando volvió a quedar solo en la última madrugada de Macondo, se abrió de brazos en la mitad de la plaza, dispuesto a despertar al mundo entero, y gritó con toda su alma:
-¡Los amigos son unos hijos de puta!
Nigromanta lo rescató de un charco de vómito y de lágrimas. Lo llevo a su cuarto, lo limpió, le hizo tomar una taza de caldo. Creyendo que eso lo consolaba, tachó con un raya de carbón los incontables amores que él seguía debiéndole, y evocó voluntariamente sus tristezas más solitarias para no dejarlo solo en el llanto. Al amanecer, después de un sueño torpe y breve, Aureliano recobró la conciencia de su dolor de cabeza. Abrió los ojos y se acordó del niño.
No lo encontró en la canastilla. Al primer impacto experimentó una deflagración de alegría, creyendo que Amaranta Úrsula había despertado de la muerte para ocuparse del niño. Pero el cadáver era un promontorio de piedras bajo la manta. Consciente de que al llegar había encontrado abierta la puerta del dormitorio, Aureliano atravesó el corredor saturado por los suspiros matinales del orégano, y se asomó al comedor, donde estaban todavía los escombros del parto: la olla grande, las sábanas ensangrentadas, los tiestos de ceniza, y el retorcido ombligo del niño en un pañal abierto sobre la mesa, junto a las tijeras y el sedal. La idea de que la comadrona había vuelto por el niño en el curso de la noche le proporcionó una pausa de sosiego para pensar. Se derrumbó en el mecedor, el mismo en que se sentó Rebeca en los tiempos originales de la casa para dictar lecciones de bordado, y en el que Amaranta jugaba damas chinas con el coronel Gerineldo Márquez, y en el que Amaranta Úrsula cosía la ropita del niño, y en aquel relámpago de lucidez tuvo conciencia de que era incapaz de resistir sobre su alma el peso abrumador de tanto pasado. Herido por las lanzas mortales de las nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero. Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco, que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín. Aureliano no pudo moverse. No porque lo hubiera paralizado el estupor, sino porque en aquel instante prodigioso se le revelaron las claves definitivas de Melquíades, y vio el epígrafe de los pergaminos perfectamente ordenado en el tiempo y el espacio de los hombres: El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.
Aureliano no había sido más lúcido en ningún acto de su vida que cuando olvidó a sus muertos y el dolor de sus muertos, y volvió a clavar las puertas y las ventanas con las crucetas de Fernanda para no dejarse perturbar por ninguna tentación del mundo, porque entonces sabía que en los pergaminos de Melquíades estaba escrito su destino. Los encontró intactos entre las plantas prehistóricas y los charcos humeantes y los insectos luminosos que habían desterrado del cuarto todo vestigio del paso de los hombres por la tierra, y no tuvo serenidad para sacarlos a la luz, sino que allí mismo, de pie, sin la menor dificultad, como si hubieran estado escritos en castellano bajo el resplandor deslumbrante del mediodía, empezó a descifrarlos en voz alta. Era la historia de la familia, escrita por Melquíades hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias. La protección final, que Aureliano empezaba a vislumbrar cuando se dejó confundir por el amor de Amaranta Úrsula, radicaba en que Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante. Fascinado por el hallazgo, Aureliano leyó en voz alta, sin saltos, las encíclicas cantadas que el propio Melquíades hizo escuchar a Arcadio, y que eran en realidad las predicciones de su ejecución, y encontró anunciado el nacimiento de la mujer más bella del mundo que estaba subiendo al cielo en cuerpo y alma, y conoció el origen de los gemelos póstumos que renunciaban a descifrar los pergaminos, no sólo por incapacidad e inconstancia, sino porque sus tentativas eran prematuras. En este punto, impaciente por conocer su propio origen, Aureliano dio un salto. Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado, en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz. Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

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