Consigna 11: Narrar una fiesta en la que se mezcle lo religioso y lo político desde el punto de vista de un espectador inocente que va superponiendo una interpretación a otra para tratar de entender.
Material de referencia
Roa Bastos, Borrador de un informe
Producción de los participantes
PUEBLO CHICO… - Haydée Ortone
LA VISITA - Marcela Ruz
Roa Bastos, Borrador de un informe
Producción de los participantes
PUEBLO CHICO… - Haydée Ortone
LA VISITA - Marcela Ruz
PUEBLO CHICO… - Haydée Ortone
Don Pascual y su mujer llegaron a la Argentina trayendo por todo equipaje una maleta de cuero llena con algunas pertenencias y muchas esperanzas. Tenían noticias de que un grupo de paisanos se habían afincado en un lugar llamado Mendoza pero no sabían que era una provincia tan enorme, por lo tanto encontrar a alguien era tan difícil como buscar una aguja en un pajar. No obstante, no se desalentaron, por el contrario, Don Pascual, con la tenacidad que lo caracterizaba, buscó un predio alejado de todo centro urbano pero que por el clima y las características del suelo le pareció que era ideal para plantar unos viñedos, y por cierto no se equivocó.
Al poco tiempo el emprendimiento familiar fue dando sus frutos. Al crecer la producción, la familia necesitó personal para que los ayudara en las tareas de la recolección de las uvas y para el posterior tratamiento en la bodega. Paulatinamente en los alrededores se hicieron algunas viviendas y luego se instaló un almacén de ramos generales. Así nació el pueblo que fue creciendo a la par de la producción vitivinícola. Al tiempo el establecimiento se fue haciendo conocido por la calidad de los vinos, especialmente un Malbec del cual hubo cosechas de hasta quince años de guarda.
“La Fraternidad” que así se llamaba el pueblo, estaba por cumplir 100 años y sus autoridades consideraron que el acontecimiento ameritaba una fiesta y por una vez, los quinientos habitantes estuvieron de acuerdo, entonces se reunió el Concejo Deliberante para organizar la misma.
La gente acercó distintas propuestas, el Mingo, del Partido Populista, propuso hacer un festival folklórico en la plaza, usarían los amplificadores del Club Social y Deportivo Los Eucaliptos, y para finalizar el mismo sugirió que hubiera un reparto de sidra y pan dulce.
-No es posible por dos motivos- dijo el Intendente- primero porque no hay tiempo ni dinero para contratar un buen conjunto, en el pueblo no hay, y segundo, está el tema de la sidra, sería darle un tinte político a la fiesta; en todo caso eso lo dejamos para Navidad-. El Mingo, fiel a sus convicciones siguió insistiendo pero su moción fue desestimada.
-¿Por qué no le comentan a Don Anselmo lo de los festejos?- intervino el concejal Ramírez. La idea fue bien recibida, (Don Anselmo era el dueño de la bodega y el bisnieto de Don Pascual), entonces por mayoría se decidió que el mismo Ramírez fuera hasta la finca para hablar con Don Anselmo, el cual, cuando se enteró respondió que le parecía una magnífica idea, que lo hacía sentir muy feliz y que le pasaran un detalle aproximado de los gastos porque la erogación correría por su cuenta.
Nunca en toda su historia los concejales habían trabajado tanto, hubo días en que se reunieron hasta dos o tres veces porque no lograban ponerse de acuerdo las dos facciones políticas. En distintas oportunidades estuvieron a punto de llegar a las manos pero felizmente ganó la cordura.
Los Populistas pensaban que como Don Anselmo iba a hacerse cargo de los gastos podrían traer algún grupo de los que estaban tan de moda en Buenos Aires, hasta hablaron de contratar a Abel Pintos. Esta sugerencia contaba con el beneplácito de la primera dama ya que allí donde había un baile ella se prendía (y vaya que se prendía), pero su marido, el intendente, se opuso con el argumento de que “tampoco es cuestión de zarparse con los gastos”; pero las malas lenguas decían por lo bajo que era para que su esposa no hiciera alguna de las suyas, por ejemplo tomar demasiado, coquetear con algún forastero,… qué sé yo…
Después de muchas idas y vueltas quedó armado el organigrama. Un tema difícil de resolver se presentó cuando los del Partido Unidos por la Democracia consideraron que el Padre Pedro, cura de la capilla La Virgen de la Carrodilla, patrona de los viñedos, tenía que oficiar una misa de campaña. Los populistas pusieron el grito en el cielo: no se debía mezclar la iglesia con la política, a lo que los demócratas respondieron que la fiesta no era un acto político. Palabra va, palabra viene, el Mingo gritó: ustedes son unos come frailes, y el vasco Aranguren vociferó: sacrílegos, pero el presidente del concejo, a los martillazos impuso la calma.
Pasaron a un cuarto intermedio para que se tranquilizaran los ánimos y al regreso, aquietadas las pasiones, se resolvió que el sacerdote solamente daría una bendición y rociaría con agua bendita la bandera de ceremonias que iba a izarse por primera vez en el mástil de la plaza.
Otro conflicto se produjo cuando se decidió que todas las autoridades debían posar para una foto que atestiguara para la posteridad el momento que estaba por vivirse. Resulta que en la sala de sesiones los populistas ocupaban el lado izquierdo y los demócratas el derecho; pero de pronto los primeros descubrieron que en la foto salían al revés. Ahí nomás se les planteó un grave problema de conciencia: sus ideales les indicaban que ellos eran los de la izquierda, entonces no se les ocurrió nada mejor que posar frente a un espejo de modo que el fotógrafo sacara la fotografía directamente al espejo pero esto no fue posible porque en el pueblo nadie tenía uno tan grande.
Zanjadas las diferencias, se resolvió que primero se cantaría el himno en la plaza y se izaría la bandera. A continuación el Intendente pronunciaría unas palabras para la ocasión y después todos en caravana se trasladarían al club social para tomar un chocolate. Más tarde habría carreras de sortijas, de embolsados para los niños, suelta de palomas y de globos y al atardecer, un concierto ofrecido por la banda sinfónica en la plaza. Por último, por la noche, todos se trasladarían a la bodega para brindar con un gran reserva Malbec que Don Anselmo guardó para la ocasión.
Después de todas las idas y vueltas, llegó el gran día: el cielo diáfano, la temperatura ideal, la plaza florecida y en el centro el mástil. A su alrededor los alumnos de la escuela con sus guardapolvos inmaculados. Enfrente, el palco con las autoridades. Detrás del mástil el pueblo todo con sus mejores galas.
Mientras la banda tocaba los acordes de la canción Aurora, avanzó el Intendente llevando en sus brazos la enorme bandera perfectamente doblada. El Padre Pedro se acercó y la roció con agua bendita, luego la engancharon en el mástil y lentamente Don Anselmo comenzó a izarla. La emoción brillaba en todos los rostros, muchas mujeres escondían con la mano alguna lágrima furtiva. A medida que subía para confundirse con el cielo, desde los brazos del Intendente, se iban abriendo los pliegues de la enseña patria. Cuando el pabellón nacional quedó extendido en su totalidad un murmullo de asombro brotó de la multitud. El edil no entendía nada.
Atravesando toda la franja blanca podía leerse en letras negras: “el intendente es un cornudo”.
LA VISITA - Marcela Ruz
Como estoy enfermo me tuvieron que traer a lo que llaman “la Capital”. Pero justo cuando llegamos, se murió el presidente. Creo que mamá y papá no lo querían ni un poco, pero igual los noté un poco más tristes. Por ahí era por mí, no por el señor ese que se murió. La cosa es que no pudimos llegar al hospital, estaban todas las calles cortadas. Parece que había mucha gente que quería ir al velorio y había policías que mucho no ordenaban ni el tránsito ni nada.
Tuvimos que bajar del taxi, no se movía nada de nada. Estaba muy, muy cansado. Le pregunté a mamá si el que se murió había donado los órganos, había una ley después de todo. Mamá me sonrió como cuando no me quiere contestar y tratamos de avanzar un poco entre toda la gente que llevaba banderas y gritaba y cantaba vaya uno a saber por qué. En el pueblo cuando se muere alguien no hacen tanto lío, se va a la iglesia y después al cementerio y listo. Es cierto que nunca se murió un presidente en el pueblo pero intendentes sí que se murieron, por suerte según algunos.
Pasamos los tres entre un montón de gente y estoy seguro de que nos perdimos. Aparecimos en el medio de una plaza y vi a un montón de curas caminando en fila, el primero llevaba una cruz muy, muy grande. ¡Si los viera el padre Juan! Seguro que no le gustaría. Al final, no sé si la gente está contenta o está triste porque se murió el presidente. A mí, la verdad, no me importa si están tristes o no, no me importa que se haya muerto, si no era un pariente ni lo conocía, nada más lo veía a veces por la tele cuando ponían la famosa cadena y en lugar de los dibujitos salía él hablando de no sé qué cosas. Ahí sí que quería que se muriera, qué me importaba lo que decía si yo quería ver la tele tranquilo tomando la leche. Así como ahora quiero llegar al hospital y curarme como me prometieron.
Por el medio de la avenida veo pasar soldados, tanques y la verdad que más que un velorio parece un desfile. En el pueblo hacen desfiles también algunas veces, pero sin tanques porque no hay. Pasan a caballo nomás, con la bandera y la banda de música. ¿Faltará mucho para llegar al hospital? Se escuchan campanadas, hay gente llorando. Se ve que tenía muchos parientes el presidente y que era muy religioso. Estoy un poco asustado, si a él no lo pudieron curar yo estoy frito. Papá me dice que no tenga miedo, que él no fue al hospital al que yo voy a ir, que fue a una clínica distinta. Bueno, que se embrome entonces. Sigue pasando gente, siguen pasando curas y monjas con cruces y con imágenes de santos y vírgenes, deben haber dejado vacías las iglesias porque me parece que están todas las estatuitas acá, desfilando con los chicos de las escuelas, todos con los delantales blancos y una escarapela negra. Ellos tampoco fueron a la escuela, así que la seño Mecha no me puede poner falta. A las virgencitas les pusieron una cinta negra en el manto, a los santos un brazalete como de capitán de equipo de fútbol. Ya me estoy mareando entre tanta gente, la música que viene de los megáfonos que pusieron en los semáforos, el olor a churros y a garrapiñada. Me dio hambre y me dio sed, una señora que parece enfermera nos dio unos vasitos de agua, menos mal.
Está lleno de periodistas corriendo de un lado a otro. Se nos acerca una que pone cara de buena y de triste y que quiere saber qué sentimos, qué tenemos para decir. ¿Que qué tenemos para decir? Que queremos llegar al hospital, nada más.
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