Consigna 10: Tomar la imagen de una fiesta popular política o religiosa, con todos los símbolos, desde la preparación de la fiesta con una intencionalidad política y/o religiosa, cruzada por alguien o por un grupo ajeno a la fiesta, que participa por razones personales y que produce algún tipo de corto circuito que va a revelar intenciones.
Material de referencia:
Giardinelli, Mempo. Allá bailan, aquí lloran.
Producción de los participantes:
FIESTA DE INICIACIÓN - Haydée Ortone
Coquito - Julia Zelarrayán
Giardinelli, Mempo. Allá bailan, aquí lloran.
Producción de los participantes:
FIESTA DE INICIACIÓN - Haydée Ortone
Coquito - Julia Zelarrayán
FIESTA DE INICIACIÓN - Haydée Ortone
Ese día el secretario del intendente cayó al frigorífico y después de hablar con el patrón nos convocó a las oficinas. -Como todos ustedes saben el 20 de junio el General vuelve a la Argentina después de dieciocho años de exilio y el municipio va a fletar tres micros para ir a Ezeiza a recibirlo. Los espero a todos, como son muchos van a estar un poco apretados pero el sacrificio vale la pena. Por la comida no se preocupen, va a haber choripán para todos. Estamos lejos por lo tanto saldremos a la mañana temprano, cosa de poder ocupar los lugares cercanos al palco-.
Éste era mi primer trabajo, había entrado al frigorífico unos meses atrás, justo cuando cumplí los dieciocho; nunca había salido del pueblo, entonces pensé con alegría ésta es mi oportunidad. A la tarde cuando regresé a casa hablé con los viejos y les dije que el viaje era obligatorio (y en cierta forma lo era). Mi viejo puso mala cara, pero mi vieja, tal cual me lo había imaginado empezó con sus preguntas: -¿por qué tenés que ir?, sos muy chico. A mí esas cosas no me gustan. Cuando la política está en el medio las cosas nunca terminan bien. Además es tan lejos…-
-Tampoco es para tanto, ma, ¿qué serán, 350 km.? no más, encima van todos, no puedo decir que no.
-¿Vos no tenés nada que decir? Viejo…
-Y… qué querés que diga, gustar no me gusta, pero creo que no tiene más remedio, no te olvidés que detrás de todo esto están los del sindicato.
La mañana del 20 partimos de acuerdo con lo planeado. Grandes banderas con la frase: PERÓN VUELVE, colgaban a los costados de los micros. Hacía mucho frío pero yo (y creo que a todos nos pasaba lo mismo) estaba muerto de calor. Para mí que era por la emoción del viaje y además porque íbamos todos amontonados.
Yo estaba feliz por el viaje en sí y no por el motivo del viaje; a mí la política no me interesaba, y menos todo eso que contaban que había sucedido antes de mi nacimiento.
Antonio Aquino y yo nos sentamos juntos. Durante el trayecto los compañeros cantaron tantas veces la marcha que cuando llegamos a destino yo ya al sabía de memoria.
Pensábamos viajar de un tirón pero en la mitad del recorrido se recalentó el motor (el micro era bastante viejo), entonces se decidió que los otros dos continuarían sin nosotros y luego todos nos reuniríamos allá, cosa que nunca ocurrió porque encontrarnos entre dos millones de personas era más difícil que buscar una aguja en un pajar.
A pesar de los inconvenientes llegamos temprano y pudimos ubicarnos al costado derecho del palco. El Antonio y yo nos trepamos a un árbol para ver mejor. Del otro lado, estacionadas, se veían unas diez ambulancias. Unas eran de la UOM, otras de la UOCRA y las demás de SMATA. Yo comenté -che, ¿no te parece que son muchas?
-Si, demasiadas, a propósito- me contestó el Antonio -¿estás seguro de que estas ramas aguantan?. No sea cosa que estrenen las ambulancias con nosotros.
Mientras tanto seguían llegando grandes columnas con pancartas con leyendas que decían OPERATIVO RETORNO, LUCHE Y VUELVE y otras por el estilo.
Desde el palco, el locutor que era nada menos que Leonardo Favio, el ídolo de mi mamá, micrófono en mano, hablaba del General y su esperado regreso. Luego, durante un intervalo, mientras la orquesta sinfónica de Buenos Aires tocaba la marcha peronista, hubo una suelta de palomas blancas. En ese momento cómo me hubiese gustado tener una máquina de fotos. Mientras tanto Favio comenzó a recitar. El Antonio me explicó que se trataba de algunas de las veinte verdades peronistas.
-Como dice el General:
“Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.”
Y luego: “En esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo”.
Por último: “Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”.
De pronto, un nuevo grupo de manifestantes Montoneros, con carteles y banderas, empezó a abrirse paso entre la gente. Algo que comenzó como un murmullo, salió de las gargantas de la multitud. Favio desde su posición privilegiada, seguramente vio algo que lo hizo gritar:
“El peronismo necesita héroes pero no mártires”
Y se tiró al suelo.
Entonces se abrieron las puertas traseras de las ambulancias y salieron de adentro muchos hombres de la CGT fuertemente armados que abrieron fuego con sus ametralladoras contra los Montoneros al mismo tiempo que desde el palco, un grupo de francotiradores que habían escondido sus fusiles dentro de los estuches de los instrumentos musicales de la orquesta sinfónica, empezó a disparar, entonces comenzó una verdadera masacre. Las balas silbaban a nuestro alrededor. Nosotros no teníamos dónde escondernos ni cómo defendernos. De pronto vi que Antonio caía alcanzado por un disparo e inmediatamente sentí un golpe y perdí el equilibrio. Horas después desperté en el hospital de Ezeiza. La fiesta había terminado. Me habían amputado una pierna.
Mucho más tarde me enteré de que Antonio Aquino había muerto en el acto.
Nota: Antonio Aquino fue uno de los trece muertos
de la masacre de Ezeiza.
Coquito - Julia Zelarrayán
“Que sea gente buena…”
De rodillas y sobre la tierra del rancho, parió su primer hijo varón. Los dolores del parto no esperaron la llegada de la madama. Las lágrimas de dolor y alegría surcaban su cara de mujer aguerrida y trabajadora.
Entre los truenos, los gemidos que no fueron escuchados por las tres niñas (de 1, 3 y 4 años) que dormían en la misma habitación. La soledad negra de la noche, junto al hijo que lanza su primer llanto: Madre al fin se arrastró, con el hijo sobre su pecho, hasta subir a la cama de tientos. No sé si entre el temor, la alegría, el dolor; lo habrá prendido a su pecho.
Cuando el marido llegó, ya la “especialista” sonriente vio que la tarea casi estaba terminada. Sólo tuvo que atar y cortar el cordón. Y talvéz el trabajo de placenta.
A media mañana, el padre del varoncito le llevó el cuenco con la clásica sopa de gallina, orgulloso por su logro, le dijo:
“-Para que la mama, recupere fuerzas”, tiene que darle de mamar mucho, así será un muchachito fuerte. Valió la pena esperarlo, después de tres chinitas: mira de lindo que está, le pondré el nombre de mi padre. Dispone Abel orgulloso, pensando en el homenaje al abuelo.
Enteradas las niñas con los pies descalzos, nos arrimamos suavemente para tan sólo mirarlo. A nuestra madre muy a su pesar la veíamos enferma. Por orden del papá salimos a jugar al patio.
Nuestra pequeña infancia, poco entendería de cómo sucedieron las cosas. Pero habíamos convenido llamarle “coquito”. Porque su pelito era amarillo, como el fruto muy dulce de una especie de las palmeras tucumanas.
Al tercer día nuestro padre emprendió los cuatro kilómetros que lo llevarían a registrar al recién nacido en el Juzgado de Paz. Lo miramos qué como pocas veces, se puso su viejo traje con corbata. Si hasta se lastimó la cara con la maquinita de afeitar, porque le temblaba el pulso de la emoción. El trámite era importante.
Casi a medio día, nuestra madre llama a las tres hermanas: nos dice que “Coquito” no respiraba bien, que tendría fiebre. Y a pleno sol (casi 50° de temperatura) con su preciosa carga cubierta con un trapito blanco, emprendió el sendero bordeado de yuyos, que la llevaría al camino hacia algún hospital que estaba a kilómetros de nuestra casita (que parecía perdida en los cañaverales).
Claro, sabíamos que algún alma caritativa podría invitarla para acercarla en un sulky o carro. Para que eso se cumpla juntamos nuestras cabecitas y rezamos, así sin saberlo, sólo porque el instinto lo lleva.
Ni terminamos nuestro rezo, y veíamos y escuchábamos a nuestra madre volver con su muriente carga. Casi corriendo como loca entre los pastos calientes, salimos a encontrarla. Ella sólo lloraba, y como es contagioso también lo hicimos nosotras. Entre llantos nos decía que había escuchado el último suspiro, ya no está…
Mecánicamente le acerqué un jarro de agua fresca. Esa madre retomó su conciencia, y logró serenarse. Nos dijo:
- Dios se llevó el almita del chiquito.
No entendíamos eso de almita; abrimos entre sus brazos retiramos el humilde manto, tocamos el cuerpito casi inerte. No obstante, ella pidió lo sopláramos, mientras con una pantallita vegetal trataba de darle aire. Mojaba con agua fresca el cuerpito, pero no veíamos ningún movimiento, ni un llorisqueo del bebé.
No sé si la noche se vino encima, porque el cielo no podía mirar ese cruel dolor. Pero en determinado momento ella nos dijo:
- Debemos entender que Dios sabe por qué lo hizo, “tal vez cuando grande podría ser una mala persona.”
No supe preguntar: qué es ser mala persona. Pero esas palabras me marcaron la vida.
Sentí que el Dios sabía remendar algunos hechos; cuando pasaron dos años fueron naciendo tres hermanos varones. Aún no termino de comprender la entereza, y la fuerza del amor por Dios, al aprobar su decisión; en medio del dolor.
Todo fue un torbellino, sólo recuerdo que la única pieza en que vivíamos se convirtió en una Romería. Chicas jóvenes llenas de risas, vestidas alegremente. Que canturreaban y armaban flores de muchos colores. Escaleritas para que “la almita suba al cielo”. También arquitos floridos. Todo nuevo para nosotras.
Yo escuchaba ruidos, música, mucha gente riendo en el patio de tierra. Era la mayor, tenía que saberlo todo.
Y encontré a mi padre con un vecino que a luz de candil armaban una cajita con madera de cajones de frutas. Era blanca. Pero no me gustó cuando vi que allí colocaban al bebé. Pude tocarle sus frías y pequeñitas manos. Yo sí podía mirar ese hermoso mundo de colores, que “Coquito” NO. Puede que su almita, que sería liviana, subiría las escalerillas.
Mientras esto ocurría: una vitrola sobre la cual giraban los discos con púas, y le daban cuerdas,se hacía escuchar con pasodobles, tarantelas y tangos. Corrían risas, saludos y aplausos. Era un motivo de encuentros.
Luego fue saliendo la gente de nuestra pieza. Quedó mi madre acurrucada en la silla petisa, arrullaba el sueño de la hijita menor. Mientras la guardiana de tres años le acariciaba el pelo.
La lámpara a querosene fue colgada en el marco de la puerta. Había otras que los vecinos trajeron para el patio.
Preferí apoyarme justo en el marco; así observaba a mi madre y miraba como jóvenes y de todas las edades bailaban y saltaban, según la canción. Sonriendo felices…
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