Consigna 8: Contar una fiesta en primera persona en la que usted participa apasionadamente y se deja llevar. En algún momento la fiesta se convierte en otra cosa. El final puede ser abierto o cerrado. Es importante la contrastación con alguien a quien usted le cuenta la fiesta, quien intenta entenderla.

Material de referencia:
"Las invitadas", Silvina Ocampo
"Las fotografías" Silvina Ocampo

Producción de los participantes:
LUNA LLENA- Marcela Ruz
El casamiento - Julia Zelarrayan
¡Acá estamos carajo! -Marta Imbriale


LUNA LLENA- Marcela Ruz

Mara me pasó a buscar como siempre.  Nos dimos el fuerte abrazo que corresponde, escuché su “te extrañé mucho” y evité mirarla a los ojos. Me despedí con un gesto de algunos compañeros y del gerente, ella les sonrió y ladeó la cabeza con ese gesto que le sale tan bien.  Fuimos hasta el auto, puse la valija en el baúl y salimos del aeropuerto.  Casi no hablamos hasta llegar a casa, nunca hablamos mucho cuando ella va manejando, dice que la distrae.  La escuché protestar por el tránsito, porque la Ricchieri ya quedó chica, porque un tarado le cruzó el auto. 
Llegamos bastante rápido y, mientras me daba una ducha, pensaba cómo le iba a contar lo que pasó.  Ella preparó café, lo sirvió en el living y empezó a revisar las bolsas del free shop recostada sobre el sillón.  Me senté a sus pies, en la alfombra.  Respiré hondo y empecé a contarle lo que creo que pasó hace dos noches, en la fiesta en la playa.  
Hice una introducción anodina relatándole las actividades que teníamos durante el día, las conferencias, los juegos grupales, las comidas.  Ella ordenaba sobre la mesa ratona los chocolates, los perfumes, las botellas de ron y los puros.  No estaba seguro si me estaba prestando mucha atención, pero seguí hablando.  A medida que la historia se acercaba a esa noche, a la noche de luna llena, empecé a hablar cada vez más rápido; estaba seguro de que si pensaba mucho cómo y qué decir no iba a poder terminar.  
Le conté que hubo una fiesta de disfraces en la playa, había luna llena y aunque hacía calor hicimos una fogata.  En una mesa nos habían preparado bandejas con frutas, jarras con jugos y varias botellas de ron. Algunos ya estaban bastante borrachos como de costumbre, haciendo papelones, pero siguieron tomando hasta quedar despatarrados en la arena. Los pocos que estábamos sobrios seguíamos cantando, más bien gritando como salvajes mientras bailábamos alrededor del fuego. ¡Qué bien que se sentía! Era un estado casi animal, atávico.  Espiaba su cara cada tanto, estaba seguro de que ahora sí me escuchaba.  Quiso saber de qué me había disfrazado, de qué se habían disfrazado los otros.  Con los recursos que teníamos, nada más que la ropa que habíamos llevado, no habíamos podido hacer mucho.  Yo me había puesto una corbata como vincha, unos collares que me había prestado la de compras, me había pintado bigotes y barba con el delineador de la de recursos humanos, y en malla y ojotas era un hippie bastante decente. Otros eran hombres rana, o bañeros o romanos envueltos en sábanas con coronas de enredadera, una se había animado a improvisar un ángel con una tela blanca y alas de papel de la impresora, otras habían preferido ser simples turistas o corredoras de maratón, no faltaron las hippies tampoco, los pareos eran muy útiles, ni una que se había disfrazado de hombre ni otro que se había disfrazado de mujer.  Le pareció divertido, exigía ver fotos.  Le pasé el celular, había un par de imágenes y un video cortito.  
Retomé la historia, la parte de la historia que me tenía mal.  En medio del baile y de los gritos y de las chispas de la fogata, me pareció ver algo en el mar.  Me separé del grupo y me acerqué, a pesar de que la noche estaba bastante clara mis ojos tuvieron que acostumbrarse a la penumbra.  Me fui metiendo en el agua tibia y quieta, llamé al resto pero nadie me acompañó.  Cuando ya creía que en realidad no había visto nada, que habría sido el reflejo de la luna en las pequeñas olas que me habían hecho creer que había algo y ya me estaba volviendo para la orilla, la vi salir del agua a unos diez o veinte metros de donde estaba yo. Supuse que era alguna de las chicas del grupo o alguna empleada del hotel, pero no.  Nunca había visto a una mujer así.  Levanté apenas la cabeza y vi que Mara se había incorporado en el sillón y me miraba muy, muy fijo. Me costó seguir, pero saqué valor no sé de dónde.  Le dije lo que me acordaba, le conté el asco que me dio cuando me tocó la cara y con cuidado me fue sacando los restos de delineador, que pasó sus dedos por mi pelo y se quedó con la corbata y después con los collares.  No me habló, nada más fue tocándome y frotándose contra mi cuerpo, su piel era fría, pegajosa y húmeda, su aliento a iodo me hizo vomitar.  No sé qué más pasó si es que algo de esto en realidad sucedió, me desperté en la playa al amanecer. Cuando les pregunté a algunos de mis compañeros me dijeron que Gómez y Pedro me vieron volver del mar y caer dormido en la arena, pensaron que estaba borracho y ahí me dejaron.
Mara ya se había parado al lado de la mesita ratona, había prendido un puro y sólo me dijo que acá, en casa, también había habido luna llena.



El casamiento - Julia Zelarrayan

-Lucy estoy tan contenta de que hayas llegado, el verte y poder comentar el casamiento de nuestro hermano Tito me pone feliz (un lago flota en mi memoria, …).
- Claro, sino hubieras perdido el vuelo desde Canadá y ese otro lío que tuviste por el pasaporte, podrías haberlo vivido más intensamente que yo. Con eso alcanza.
- Estás segura de que te ayudará en algo. Creo que ciertos retrasos en nuestras vidas nos alivian de algunas cruentas realidades.
  Recuerdo los días previos a la fiesta, me resultaron extraños, diría tensos. Percibí que entre la parejita de novios no existía la alegría que suponía yo iban a expresar (bueno son cosas mías, tal vez tonteras de mujer madurita ya para el matrimonio, y sin visos de lograrlo).
Lo del templo me preguntas. No, ni locos, los dos estaban convencidos que se casarían en el jardín. Y un amigo de ella los consagró marido y mujer. Sí, el vestido era lindo, color nácar, calzaba en su hermoso cuerpo como una media (de uno de sus brazos pendía una punta de gasa que hacía las veces de un ala, porque salía del costado derecho de la silueta), y un irreverente tajo que dejaba ver sus largas piernas.
Resuenan aún en mis oídos el ruido que produjo Tito al aplastar con una fuerte pisada, la copa envuelta en tela.
Sentí cuan alejados estábamos de las enseñanzas de nuestros padres. Pero hace años que las religiones van dejando de oprimir a los hombres, o viceversa. Me importa que sean felices.
La fiesta fue para reír, comer, criticar y beber, y beber. Y todos lo hicimos. Creo que nos sentíamos felices a pesar de encontrarnos con caras pintadas como puertas, otras apenas lavadas, algunas tristes o enojadas.
 La mixtura económica llevó a la igualdad. Todos borrachos. Y dale con tirar a los novios al aire. Por momento me parecía que no existía la gravedad, dado que sólo los veía flotando en el aire. Qué cosas te hace vivir el alcohol. Y todos aplaudíamos, girando en ronda; sin distingo de géneros ni edades.
El tornado fue muy intenso, desperté ensangrentada bajo un palo del blanco galpón realizado para la fiesta; quise ponerme en pie y todo se me nubló. Sólo escuchaba las sirenas de ambulancias y bomberos.
 Después de quince días de internación me dieron el alta del hospital (el certificado dice traumatismo craneal, y otros menores que ni entiendo).
Dentro de mis posibilidades, investigué entre los integrantes de ambas familias y todos están tan o más desorientados que yo: No existen noticias de los recién casados.
--------------------No Lucy, ya se contactaron con parientes que viven en Israel, allí no están.

¡Acá estamos carajo! - Marta Imbriale
Es numerosa la columna que avanza gritando consignas un tanto antiguas. Se detienen ante una casa. ¿Qué esperan?
Una ventana del piso superior se abre. Un joven se asoma. Cierra la ventana. Baja a la calle y encabeza la gran caravana, sumándose a los reclamos a viva voz, las mejillas enrojecidas, el puño en alto.
Desde muy, pero muy lejos, un hombre no ha perdido detalle de la escena.
-Miralo al Oscarcito. ¡Tan chiquito y tan valiente!
Don Oscar Alende sonríe conmovido. Su biznieto es un bisonte.
Como ya sabemos, los jóvenes bisontes tienen todo el tiempo del mundo para crecer.

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