Consigna 4: Construir una estructura narrativa en primera persona en la que una institución aparentemente ordenada y en la que se sostienen determinados valores oculta a través de diferentes personajes y de diferentes acciones un mundo oscuro que trastoca todos esos valores. Deben expresarse las emociones sucesivas del narrador.

Material de referencia:
"La escuela de Noche", Julio Cortázar

Producción de los participantes:
DORA - Marcela Ruz
LA NOVELA - Haydée Ortone
SÉ BUENA, DIOS TE MIRA - Mabel Jokmanovich Derka

DORA - Marcela Ruz

Como todos los días paso a buscar a los cinco perros que paseo: Dante, Oto, Lady, Juno y Mujik.  Es el único trabajo que pude conseguir y no es desagradable una vez que una se acostumbra; además me queda tiempo para estudiar.  Como todos los días ella me saluda desde el banco que está frente a la entrada del canil de la plaza. Hoy hace frío, así que tiene puesta la campera que alguna vez fue azul, la bufanda y el gorro de lana gris que tejió cuando sus manos todavía se movían como mariposas, como me dijo el día que supe que su nombre era Dora.

Ato a Dante y a Oto a dos postes y a los otros los dejo sueltos, son más tranquilos.  Me siento en el banco que está dentro del canil e intento leer los apuntes. Sé que no voy a poder, ella me mira, me sonríe y saca de una bolsa el paquete de bizcochitos, mueve su brazo hacia arriba y hacia abajo con el paquete sujetado apenas por los dedos índice y pulgar de la mano derecha, los balancea para convidarme, es su forma de pedir que me acerque.  Ella quiere hablar, siempre quiere hablar. ¿Qué hará los días de lluvia? La imagino sentada en el mismo banco, debajo de un paraguas con alguna varilla doblada, hablando con los árboles, con el banco, hablando sola. Aunque tal vez no venga los días lluviosos ni los fines de semana, a veces creo que la plaza para Dora somos ella, el canil y yo. Me resigno, le devuelvo la sonrisa y me acerco al alambrado.  No quiere entrar al canil, hace un tiempo me contó que de chica la mordió un perro y que nunca les perdió totalmente el miedo.

Se para despacio y con la mano libre se encasqueta más el gorro.  Dice que tiene que taparse los oídos, que cuando hace frío le entran letras íes en tono de Si bemol y se balancean amontonadas sobre una soguita y pasan de un tímpano al otro, que eso le hace cerrar fuerte los párpados y entonces oye truenos en Do o tal vez en Re detrás de los ojos y ve pequeños relámpagos amarillos que bailan en Sol.  Le digo que vaya al hospital, casi todos los días le digo lo mismo. En verano porque se le hinchan los pies y las piernas, en primavera por las alergias, durante todo el año por los pequeños terremotos que la hacen vacilar al caminar… Ni siquiera me contesta. Lo de Dora son monólogos, declaraciones. Entre frase y frase hace una pausa, ahí puedo meter una palabra, una mueca, una oración en el mejor de los casos.  Estoy segura de que no escucha nada de lo que le digo, al principio creí que estaba sorda. Pero no, sorda no está. ¿Por qué y para qué me cuenta tantas cosas si nada de lo que yo le digo le interesa? Hoy la noto más rara, si es que eso es posible. Los sonidos que se le meten en la cabeza deben haberla aturdido, o por ahí le despiertan recuerdos o sensaciones que se le aparecen sólo en invierno, sólo con el frío.  

Dora pasa su mano de bizcochitos a través del alambrado.  Oto empieza a ladrar y yo me doy vuelta, se quiere soltar del poste, es raro que haga eso.  Automáticamente se calma y yo vuelvo a mirar a Dora. No sé cómo hace tan rápido: suelta la bolsa y me agarra la mano mientras me clava los ojos.  En un segundo siento su vida entrando por mis venas. La veo nacer, amamantarse, pararse y caminar. La veo en la primaria, andando en bicicleta, comiendo helado, vomitando y con fiebre cuando tuvo paperas.  Veo que le duele cuando está menstruando, veo que la abusan y que no se lo dice a nadie. Tiro y me suelto, no quiero más Dora. Ella sonríe como pidiendo disculpas y se vuelve al banco. Los perros están inquietos, ladran y hasta Lady, tan viejita y enferma, me parece una leona que va a saltarme al cuello.  El miedo hace que agarre la mochila y me vaya, dejando a las fieras a su suerte. Corro una o dos cuadras, la mercería está abierta. Quiero comprar lana, tengo que tejer aunque no sepa, pero si ahora sé, veo las agujas, los puntos que bailan subiendo y bajando. Detrás del mostrador el viejo pega un salto.
—Dora, estás tan hermosa como siempre.
—Creo que me confunde con alguien más. Necesito lana gris y agujas, por favor.

Después de examinar cuidadosamente la lana y las agujas, pago.  Aunque baja la cabeza las agujas atraviesan limpiamente su cuello.


LA NOVELA - Haydée Ortone

Muy de tarde viene a verme. La primera vez me sorprendió su llegada… hacía tanto tiempo que no estábamos juntas… Por más que lo intento no logro recordar con precisión cuándo comenzamos a separarnos y menos aún el cómo y el por qué, pero ahora lo que importa es el reencuentro…

…“el reencuentro”… hacía tanto tiempo que esa idea me estaba dando vueltas, después de todo, a estas alturas creo que deberíamos dejar de lado los viejos rencores…

…esa tarde de otoño yo estaba sola, sentada cerca de la ventana de mi escritorio. Los rayos del sol se enfriaban por la fuerza del viento que soplaba del sur. Sobre la mesa, abierto, me esperaba un cuaderno (soy de las que primero utilizan un borrador y luego pasan lo escrito a la computadora). Hacía tiempo que venía pensando en escribir “la novela”, pero seguía sin decidirme ni a tomar la birome. Recuerdo que era domingo y de pronto apareció frente a mí.
En el primer instante no la reconocí, tal vez porque minutos antes me había sacado los anteojos, se puso a revolver el cajón del placard al tiempo que protestaba porque no aparecían los aros de perlas, no tuve dudas, me levanté rápidamente y quise abrazarla pero me rechazó con un gesto mientras me decía: no hagas teatro, ¿no ves que estoy apurada?... y desapareció como un torbellino…

…esa tarde de otoño por fin me decidí. Me acerqué sin hacer ruido, no quería perturbarla. Estaba sentada frente al escritorio y un rayo de sol jugaba con su pelo. Su mirada plácida estaba fija en una página en blanco pero como sigo siendo la misma atolondrada de siempre sin querer tropecé con un mueble. Entonces se sobresaltó y luego, al reconocerme, intentó un saludo; no supe qué hacer, busqué una excusa y me alejé rápidamente. Yo no estaba preparada para un diálogo franco, quizás más adelante hubiera una segunda vez…

…la segunda vez fue durante las vacaciones de invierno. Por la radio anunciaban alerta meteorológico y había comenzado a llover. Encendí la estufa y mientras me hamacaba en la    mecedora de esterilla, me quedé adormecida. El ruido de sus pasos me sobresaltó. Entró taconeando fuerte como si quisiera llevarse el mundo por delante, ¿qué pretendía? ¿restregarme por la cara su firmeza, su energía?... no lo sé, pero sentí que la odiaba y descubrí que ese sentimiento no era nuevo para mí, yacía en mi subconsciente desde hacía mucho tiempo, más precisamente, desde aquella tarde que regresaba del colegio feliz por el ramo de jazmines que me habían regalado y cuando entré a la casa me encontré con mucha gente que me miraba con pena, vi movimientos extraños, oí rumores apagados y entonces, presintiendo lo peor, me precipité escaleras arriba y allí me encontré con papá que desde su cama me esperaba para despedirse.
Me abracé a él con desesperación e intenté transfundirle mi fuerza, mis ansias de vivir, pero todo eso no fue suficiente para que se quedara conmigo.
No recuerdo muchas cosas, sólo sé que el dolor ante lo irremediable me llenó de rabia. No sé tampoco cuánto tiempo permanecí a su lado pero de lo que estoy segura es que de pronto levanté la vista y mi rostro surcado por las lágrimas se reflejó en el espejo junto al de ella, que, hermosa como siempre, dio media vuelta y abandonó la habitación….

… estaba en su habitación meciéndose frente a la estufa cuando la visité por segunda vez. Me había hecho el firme propósito de acallar mis emociones y sofrenar mis impulsos, pero el hombre propone y Dios dispone. Afuera llovía copiosamente, yo estaba empapada y entonces restregué con fuerza los pies en el felpudo, no quería mojar nada. Al oírme levantó la cabeza y en su rostro, como siempre, adiviné una mirada de desaprobación.
La odié con toda mi alma… ¿qué se habrá creído?... estoy harta de su aplomo, de su serenidad… acaso a ella esas actitudes le sirvieron para algo?... no puedo olvidarme de que cuando murió papá se tomó tan a pecho el papel de salvadora de la familia y cuando yo intentaba rebelarme me hacía sentir como una basura olvidándose de que yo simplemente tenía diecisiete años y no estaba preparaba para soportar semejante carga.
Recuerdo que esa tarde yo regresaba del colegio con el ramo de jazmines que un rato antes me había regalado Juan Carlos cuando de pronto, al abrir la puerta, un montón de parientes apareció ante mis ojos, ¿qué hacen éstos aquí? me pregunté intrigada, entonces subí los escalones de dos en dos en dirección a mi dormitorio; al pasar frente a la puerta del de papá vi que estaba abierta, miré hacia adentro y de golpe me di cuenta de todo. Me acerqué y desesperada lo abracé con fuerza. -No me dejes- grité una y otra vez pero fue inútil, no aguanté más y salí corriendo de la habitación.

…pasaron varios años, tomamos caminos distintos aunque a veces convergían como ocurrió el día de mi casamiento. Yo estaba radiante, llegué a la iglesia y mientras esperaba con ansiedad que se abriera la puerta la vi reflejada en el vidrio, me sonrió y yo supe que implícitamente   aprobaba mi unión con Esteban…

…desde la muerte de papá nos fuimos separando paulatinamente hasta que apareció Esteban y junto a él, por lo menos por un tiempo, recuperó la pasión y la alegría…

…sus visitas son cada vez más frecuentes; no sé qué viene a buscar. Cuando la veo siento celos, quisiera gritarle, defenderme. ¿Defenderme o justificarme? Deseo que se vaya rápido, pero cuando lo hace comienzo a añorar nuestro próximo encuentro y entretanto me quedo sola con mis recuerdos: mi casamiento no resultó como lo había soñado y al romperse mis ilusiones, la rutina y el hastío me fueron invadiendo poco a poco. Perdí las ganas de luchar y empecé a envidiarla, mejor dicho, empecé a envidiar su fuerza, sus garras, la polenta que pone para combatir la adversidad…

…pero la adversidad signó nuestro destino, el matrimonio fue un fracaso, yo siempre me rebelé pero ella aceptaba el sufrimiento con una resignación incomprensible. Yo me impacientaba y ella ponía paños fríos, mientras con calma, buscaba el lado positivo de las cosas. Entonces comencé a admirarla, pero a la vez empecé a sentir celos por su aplomo; yo, tan arrebatada, siempre estaba envuelta en algún lío, en cambio ella tan sumisa terminaba capeando las más fuertes tormentas…

…de tarde en tarde viene a verme. Si supiera con cuánto entusiasmo la estoy esperando. Por ella he vuelto a arreglarme el pelo, regresó el color a mis mejillas; salgo a la calle y hasta hablo con la gente. Me ha contagiado sus ganas de vivir. Cómo será que me decidí y empecé ha escribir “la novela”.

…de tarde en tarde voy a visitarla. Estoy aprendiendo mucho de ella, ahora reflexiono más, pienso antes de hablar, estoy como más madura, más serena, más sabia, más paciente.
Creo que me está contagiando su tranquilidad, tanto es así que muchas veces soy yo la que usa la mecedora de esterilla...

SÉ BUENA, DIOS TE MIRA - Mabel Jokmanovich Derka

Los que me conocen dicen que desde chiquita me caractericé por un fuerte espíritu justiciero. Era muy sensible, me comentan, para detectar cualquier situación de inequidad o infamia en mi entorno cercano, y habitualmente reaccionaba con dolor, rabia o rebeldía.
Quizás por eso, aunque pasaron como 50 años, sigo recordando con indignación lo acontecido en aquel Sagrado Templo del Saber de mi provincia natal.
Recuerdo como si fuera ayer aquella mañana de marzo en que mis padres, un poco ansiosos,  me llevaron al establecimiento donde habría de pasar gran parte de mi adolescencia: un edificio color gris cemento, enorme, pesado y pretensioso, levantado a un costado del pueblo más pujante de la región. Sobre el enorme portón de hierro la institución se presentaba como “Colegio Nuestra Señora de la Misericordia”, y más abajo. ”Sé buena, Dios te mira”.
Era habitual en la época que muchas familias rurales, al no disponer de escuelas secundarias cercanas a sus viviendas en el campo, y a pesar de sus enormes dificultades económicas, llevaran sus hijos como pupilos a alguna entidad  educativa del poblado próximo. Estos establecimientos dependían generalmente de alguna congregación religiosa y tenían el fin de impartir a los jóvenes instrucción y buenos valores.
 A algunos alumnos los padres los dejaban en marzo y los recogían en noviembre; otros, con más suerte, podían gozar de las vacaciones de invierno en su casa, y solo algunos elegidos veían a su familia los fines de semana. Así es que el internado era para nosotras un real Segundo Hogar, del que dependíamos en el afecto, los valores y la contención. ¡Menos mal que estaban Palmira, Hortensia y Angelita, las dulces monjitas encargadas de recibirnos, calmarnos, darnos buenos ejemplos y tratar de que no lo pasemos mal lejos de casa! Cualquier ansiedad o inconveniente acudíamos a ellas con cariño y confianza.
Con las compañeras de cuarto hicimos rápida amistad, también con las chicas de los otros cuartos; todas veníamos de parajes diferentes y compartíamos la añoranza del hogar lejano. Al principio en el Cole el tiempo transcurría apacible: clases por la mañana, algún deporte o estudio por la tarde, charlas interminables después de la cena… Como “Dios nos miraba”, todas nos portábamos bien y nos sentíamos contentas y confiadas en ese Templo del Saber.
Fue después de las vacaciones de invierno cuando, lentamente, se fueron corriendo algunos velos en la cotidianeidad de la institución, dejando ver zonas inquietantes y perturbadoras. No era algo de todas las noches, pero de tanto en tanto aparecían en nuestro dormitorio la Hermana Angelita o la Hermana Hortensia  y, con la excusa de darnos las buenas noches, nos arropaban, acariciaban y tocaban con malicia. 
Las primeras veces no lo comentamos con las compañeras por vergüenza, pero cuando se hizo más denso y frecuente el hecho, no pudimos obviar las confidencias.
Otras noches, como ya teníamos las orejas en alerta, escuchábamos ruidos extraños en los cuartos vecinos, y también pasos por los pasillos que conducían al dormitorio de las monjas, lo que nos provocaba zozobra y también curiosidad. En una de esas noches, decididas a saber lo que pasaba, abrimos de golpe la puerta y grande fue nuestra sorpresa al ver a la Superiora Palmira abrazar libidinosa a Inesita, nuestra compañera del cuarto vecino, quien temblaba de miedo y desamparo.
Creo que fue en esa oportunidad que la Superiora, sorprendida infraganti, susurró suavecito pero amenazante un:”les conviene hacer de cuenta que no han visto nada… les aseguro que corren un serio riesgo de perder el año, además de otras desgracias”… 
Yo era muy joven en aquel tiempo, además de inexperta e inocente, pero comprendí rápidamente que algo muy delicado estaba ocurriendo dentro de los muros de ese santuario idealizado. Y juntando coraje decidí contárselo todo a mis padres en la próxima visita a casa.
Me tocó volver a fines de noviembre, después de los exámenes y un poco antes de las Fiestas. Ingresé a mi hogar pisando fuerte y decidida a todo para poner las cosas en orden, ¡tenía que desenmascarar a esas sinvergüenzas! Pero grande fue mi sorpresa cuando, al entrar al comedor familiar, me encontré con las tres monjas almorzando plácidamente con mis padres.
- Mirá Sofi, qué primor las hermanitas, dijo mi madre contenta. Tan atentas… Enteradas de nuestra asfixiante dificultad económica que nos impide enviarte al Colegio el año próximo, nos vinieron a contar que, “si sos buena”, están dispuestas a darte una beca para que no pierdas el año. ¿No son un amorrr…?


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