Bloque 2/18 Consigna 3: Elaborar una narración, poema, guión teatral que puede ser tanto en primera como en tercera persona que incluya algún tipo de intérprete o intérpretes en relación a un soñador o semi-soñador de avanzada edad que ya no tiene obligaciones con el exterior. Los intérpretes pueden ser de cualquier edad, incluso niños. El o los sueños tienen que tener relación con el sentido de la vida.

Material de referencia:
-El corazón de la piedra verde. Salvador de Madariaga (fragmento)
-Los días de la sombra. Liliana Bodoc (fragmento)
-La pesca del atún. Dalí
-Guernica. Picasso


Producción de los participantes:
La edad de la sabiduría - Adriana M. Otheguy
Víctimas - Marisa Pachioli



El corazón de la piedra verde. Salvador de Madariaga

Quiso dormir y no pudo. Le vibraba dentro demasiada cólera y le angustiaba el miedo. De cuando en cuando echaba la vista sobre el cenicero de oro y luego miraba a otra parte y luego volvía a mirar. Era una obra maestra de orfebrería en forma de círculo, con una copa central para las cenizas un brocal muy ancho sobre el cual brillaban cuatro gemas en cruz: un chalchivitl, una turquesa, un rubí y un ópalo. Aquel ópalo era como un imán que ya atraía, ya repelía los ojos de Moctezuma, hasta que al fin lo oprimió con un dedo y tiró de la piedra lateralmente. Descorrió así una tapa que reveló en el fondo del brocal del cenicero un hueco en el que metió los dedos extrayendo un polvo que mezcló con el tabaco de su acayetl. Cerró entonces el secreto del ópalo y siguió fumando.
Poco después se le cayó de las manos el acayetl y se quedó profundamente dormido. Había una rueda de oro que daba vueltas vertiginosamente. Se le fue acercando hasta que lo alcanzó haciéndole girar cada vez más rápidamente hasta transformarlo en la rueda misma, y aun siendo toda la rueda, se había quedado además tieso en el vacío en posición vertical, con los pies en lo alto y la cabeza hacia abajo, mientras Xuchitl estaba rígida de derecha a izquierda formando una cruz con él. Y más abajo millares de seres humanos lanzaban gritos amarillos que salían de sus cuerpos por las cabezas respectivas mientras la rueda amarilla, que era él mismo, rugía un rugido de oro inmenso que salía acribillado de gritos encarnados, de lamentos morados, de cataratas de carcajadas escarlatas, ríos azules de olor de tabaco, redobles atronadores de furia negra y rápidos relámpagos de terror lívido que se derretían en olas verdes de olor de peyotl…El águila que se ocultaba bajo el olor súbitamente se arrojó al espacio llenando la rueda entera con un torbellino de plumas en desorden, unas ardientes, otras húmedas, otras áridas como arena o suaves como seda, que daban vueltas y más vueltas con la rueda levantando un estruendo de oro, mientras que las garras del águila desgarraban la piel de venado del tambor en que por lo visto se había transfigurado la cruz, haciéndolo estallar en un torrente de rugidos rojos, amarillos y azules que iban redoblando truenos cada vez más amplios hasta ahogar todas aquellas plumas estrepitosas en la laguna. Y la laguna se ponía derecha, colgando al cielo como un telón de agua, y veía Moctezuma el cielo entre el agua a la derecha y los arcos de puente a la izquierda, pero de súbito cerró el hueco una enorme bola azul de olor de tabaco que se precipitó en el aire chocando violentamente con una rueda verde de olor de peyotl que a su encuentro venía. Tan terrible fue el choque que se quebró el telón de agua de la laguna y la rueda de ruido se dispersó en todas las direcciones del espacio llenándolo de colores que no había visto nunca antes y de un estruendo nuevo que hacían los rayos del sol redoblando con luz furiosa contra un teponaztli hecho de siete colores que, al ruido de aquel olor, se transformó en una gigantesca imagen de Xuchitl que avanzaba de la mano con un gigante color de rosa y oro. ”¿Cómo es -preguntó el emperador- que tenéis el pelo de oro y sin embargo no hace ruido?” Y cuando el gigante iba a abrir la boca, Moctezuma se despertó.
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Los días de la sombra. Liliana Bodoc

El primer sueño de premonición le llegó al anciano la noche de un día en que Kayún-Piel-de-Marlo lo había deslumbrado más de lo habitual con una severa relación sobre los métodos para acomodar las irregularidades de los calendarios al movimiento de los astros.
En ese primer sueño, en anciano Astrónomo vio a Hoh-Quiú atrapado en un círculo de fuego. De pronto, algo semejante a un pájaro de enorme tamaño aparecía a sus espaldas. Hoh-Quiú no percibía la presencia del ave ni el calor del fuego porque estaba distraído buscando sus ojos. Los había perdido y no podía encontrarlos. El príncipe Hoh-Quiú pensó que debía llorar. Si lloraba, el sonido de las lágrimas lo guiaría hasta sus ojos. Pero Zabralkán, que sí veía con claridad, comprendió que el ave iba a ensartar su pico en la nuca del príncipe. Quiso gritar y no pudo, quiso avanzar y tampoco lo consiguió. Finalmente se despertó para salvarlo.
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La pesca del atún. Dalí


Guernica. Picasso



La edad de la sabiduría - Adriana M. Otheguy

A las primeras horas de la tarde, comenzaba a sentir el cansancio de los huesos débiles. Una mirada tardía pero vital aun y un caminar lento la caracterizaban. Mucho chocolate y poco calcio. Una mañanita tejida al crochet sobre sus angostos y redondeados hombros, un poco vencidos por los años, la protegían de los intensos fríos de ese invierno tan crudo, casi único, por un intento de preservarla de gérmenes y virus de moda. Las uvas remojadas en grapa brillaban por su ausencia adentro del inmenso tazón de porcelana inglesa- recuerdo de familia- Es que ya habían sido devoradas por Antonieta, que se la veía demasiado contenta y feliz, a juzgar por la delicada sonrisa llena de placer, de su pequeña y apretada boca, por dientes ausentes, descansando, despatarrada, sobre el antiguo sillón, forrado en gobelino amarronado. La pantalla de televisión quedó como detenida en el capitulo 22 de la telenovela del 13, que seguía con especial entusiasmo los martes. La tenía atrapada entre historias de amor frustrado, asignaturas pendientes y otros logros personales insatisfechos. Pero al fin, la victoria. Antonieta yacía en un profundo sopor. No estaba ni demasiado dormida ni demasiado despierta. Pero se la veía feliz en este estado casi ausente y bastante borrachita. Desde el edificio lindero, Albertito la espiaba con largavistas a ver que era lo que esta abuela estaba haciendo. Y con el control remoto jugaba a cambiarle de canal a ver si lograba despertarla. Pero sus travesuras no lograban tener éxito como para ser contadas. Albertito se ligaba a diario varios coscorrones ensañados, por parte de sus padres, cuando notaban la cizaña de sus actos para con esta pobre anciana. Tito, parecía poseído por una fuerza demoníaca escapada de alguna película de terror, más que el comportamiento propio de un niño de nueve años. A Tito , le intrigaba sobremanera, saber en qué pensaría esa abuelita de cuento, ante un estado de letargo tan profundo que hasta pensaba que podría estar agonizando al borde de la muerte. Es que se acordaba de su abuela materna. Cuando apenas traspasaba el umbral de su puerta, era asaltado su bolso de manijas de madera en un intento por secuestrarle los caramelos de leche gigantes, que se pegaban a los dientes. Le hubiera gustado tener a Antonieta como a una nueva abuela, ya que la suya murió de pronto, hace un par de años, víctima de un paro cardíaco al recibir su jubilación al momento de suponerla más portentosa.
Antonieta roncaba a pulmón lleno. No obstante se la podía oír como hablar entre dientes de vez en cuando, Balbuceaba palabras deshilvanadas con poco sentido para alguien con poca experiencia en cuestiones de vejez. Pero Tito se había vuelto casi un erudito de tanto espiar a través de la ventana. Y se puso a soñar ilusoriamente junto a aquel sueño. A imaginar sus pensamientos. Sus emociones. Quería adelantarse en el tiempo y vivir una vida de prestado. Quería investigar sobre un mandato familiar sobre el profundo respeto hacia la vejez, si en realidad era la edad de la sabiduría como al menos opinan los chinos.
Una gran faja elástica sujetaba un pilón de libros impecablemente forrados con papel araña a lunares verdes. Varias carpetas de ganchos tamaño oficio con hojas cuadriculadas y una cartuchera de la Mujer Maravilla con varios bolígrafos de punta retráctil. Lápices de colores y dos resaltadores indelebles. Unas cuantas fotocopias se dejaron deslizar por fuera del portafolio cayendo al piso. Se leía Tratado de Derecho Internacional. Una melenita dorada apenas peinada con el viento, coronaba una mente por demás lúcida, que se destacaba por su brillantez entre sus demás compañeros. De seguir así con tan buenas calificaciones se convertiría en la mejor alumna del año. Y, naturalmente, sin ningún favoritismo de por medio, bien podría lucir la banda celeste y blanca ceñida a su cintura. Muchos recuerdos, un tanto confusos, de su pasado, la condicionaban e invadían. Su ahora blanca cabeza deseosa de resolver problemas se mantenía muy activa . Y preparada para triunfar sobre los obstáculos. Sueños recurrentes de libertad. Deseos de ser y de llegar a ser. Realizar metas complicadas. Victorias difíciles. Tanto, tal vez, como reconstituir aquella bonita relación con Pedro, su compañero de estudios en la secundaria que se amaban profundamente con el amor primero, y que terminaron presionados por sus padres volviéndose como enemigos. Pero estaba ahora transitando la edad de la sabiduría. Una segunda oportunidad. Y un futuro, aunque breve, realizable, sin pensar tan siquiera un instante, en un triste final .La experiencia adquirida era su mayor tesoro con un corazón henchido de sana sabiduría dispuesto a hacer. A proyectar. A cumplir. Así como la imagen femenina que representa a la justicia es con los ojos vendados. Y así es la vida, donde no siempre sabemos hacia donde nos dirigimos. Topando, cayendo y parando. Proyectando el futuro ideal sobre un presente incierto. Lleno de dudas y temores. Pero ¿Qué hay cuando el futuro se viene encima y no queda demasiado tiempo por delante? A este personaje de telenovelas mexicanas, no se le ocurre jamás soñar con la muerte porque no tiene tiempo para eso. Porque está demasiado viva. Toca el violín. Va al aqua gym. Pinta cuadros surrealistas. Canta tangos en un show .Asiste a un taller literario. Y hasta usa jean rotos porque aun desafía a las miradas indiscretas. Se siente útil. Ama a su familia y está en buena paz con el mundo. Y con Dios. Y a pesar de poder prescindir de las uvas engrapadas, puede aún soñar profundamente. Libremente. Sueña ahora con ver a sus nietos triunfando en lo que ellos decidan llegar a ser, en un país libre, justo y soberano.
Antonieta está ahora saliendo de su letargo cotidiano. Se quita su pañoleta al crochet , desentendiéndose de la baja temperatura, y la revolea por el aire. Pone música de Queen porque los ochenta fueron sus mejores años y canta. Nosotros somos los campeones. Los que llegamos a viejos con ideas. Con proyectos. Con sueños por cumplir. Con ilusiones realizables. Tito la mira desde el edificio de enfrente como adivinando sus pensamientos. Los motivos de su euforia. Se la ve ahora, totalmente renovada. Transformada, sin el auxilio de ningún elixir espirituoso. Tito tiene escasos nueve años, pero llega a comprender el comportamiento un tanto raro de Antonieta. Comprende casi perfectamente que ella es muy sabia. Se le refleja a simple vista aun sin catalejos. Antonieta usa crema antiarrugas y hace gimnasia facial, que vio por la tv, todos los días. Aunque su peor preocupación no es su apariencia física, sino dejar un legado generoso. Demostrando que nunca es demasiado tarde para poder cumplir los sueños. Esos sueños que muchas veces quedan atrapados entre el elástico que sujeta los libros, dispuesto a reventar por la presión que ejerce la fuerza de la voluntad. El querer ser y el llegar a ser, contra viento y marea, a pesar que el dólar sube y la jubilación no alcanza para nada.


Víctimas - Marisa Pachioli

Después de atravesar los jardines del establecimiento había un coqueto recibidor y luego, la sala general con sillas, mesitas, sillones y un televisor bastante grande. Allí, viendo algún programa de esos que suele haber a las tardes en los canales de aire, se encontraban unas diez o doce personas mayores. El anciano octogenario al que iba a entrevistar estaba más alejado, casi en un rincón, mirando por el ventanal el amplio jardín que rodeaba al antiguo caserón.

Estela, una de las enfermeras asignada a la atención de este anciano me había avisado que era muy parco, jamás lo vio conversar con los otros. Era un hombre solo que nunca tenía visitas, que probablemente no tuviera familia, y que por las pocas cosas que le había contado, me serviría para el documental que estoy haciendo sobre historias nunca contadas de víctimas de la dictadura.

El anciano me miró aterrorizado al acercarme. Intercedió Estela diciéndole que yo era el amigo interesado en conocer algo de su vida. Se calmó. No sé si comprendió o no, pero, permitió que me sentara a su lado aunque no contestó ninguna de mis preguntas. Solo miraba el jardín. Le hablé de lo lindo que era y del buen trabajo que hacían los jardineros, para tratar de intercambiar algunas palabras. Cerró sus ojos, creo que dormitaba o dormía. Estela me contó que era un hombre culto, que tenía estudios de medicina muy avanzados pero no sabía por qué motivo no había alcanzado a obtener el título. Siempre estaba a la defensiva, muy asustadizo y escasamente comunicativo.

Para las siguientes entrevistas pensé en la estrategia de llevar algún libro de regalo y tratar de sacar un tema de conversación, lo recibió y no dijo nada. Operación Masacre.
Se quedó mirando el jardín y con los ojos cerrados balbuceó: -¡Que apaguen esos focos, me enceguecen! Sobresaltado se quedó nuevamente con la mirada perdida en el verdor.
En la siguiente entrevista le llevé el Nunca más, se le resbaló de las manos cuando se lo di, lo recogió Estela. Y en la siguiente, llevé La razón de mi vida. Tampoco habló, ni siquiera me dio las gracias. La que hablaba era Estela: siempre menciona los focos enceguecedores, el calor ardiente, los ruidos de metales, gritos, olores nauseabundos, el encierro en un sótano húmedo. Le había dicho muchas veces que eso era la muerte, que la vida era el jardín.

No hubo un cuarto encuentro, esa noche hizo una pira con alcohol y los libros y quemó todo. Murió asfixiado. Nunca pude llegar a saber quién o quiénes pagaban los gastos del lujoso alojamiento, había un fideicomiso que venía del exterior. No lo pude incluir en el documental sobre historias de víctimas…



Comentarios

  1. El crecimiento del taller es muy estimulante, agradezco al Museo LUIS PERLOTTI,la oportunidad que nos brinda al abrir sus puertas. El contagio del entusiasmo, lo construimos entre todos. Y la generosidad sin medida de la Profesora Yolanda Arellano hace posible
    aquello que era impensado.

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