Bloque 2/18 Consigna 2: Construir una narración o una estructura poética y narrativa o un guión teatral en función de dos sueños. Uno, real, sostenido por un personaje que desea entrar en política. El sueño podría ser oracular, pero no profético. El otro, una serie de sueños confusos y repetidos vividos por otro personaje que depende laboralmente del primero.

Material de referencia:
-El corazón de la piedra verde. Salvador de Madariaga (fragmento)
-Malinche. Laura Esquivel (fragmento)



Producción de los participantes:







El corazón de la piedra verde. Salvador de Madariaga

14

Xuchitl pasó la noche en un mundo de sueños y pesadillas, de hogueras, duendes y dioses. Su alma era un campo de batalla en el que símbolos y creencias luchaban a brazo partido, como en las batallas entre su pueblo y los pueblos vecinos, no para matar, sino a fin de coger vivos prisioneros para el sacrificio. Aunque la lucha era confusa y desordenada, Xuchitl tenía la impresión de que se enfrentaban dos huestes, una oscura y terrible, la otra luminosa y desde luego la que ella prefería. Esta hueste de la vida que se batía contra la hueste de la muerte iba al mando de su padre. La otra, la de los duendes quejumbrosos y los dioses de sonrisa cuadrada, iba al mando de Citlali y de un joven cuyo nombre no sabía. Era este joven hermoso y bravo, y sus rasgos duros expresaban fe y dominio de sí mismo. Xuchitl sabía que su corazón estaba en la hueste de su padre, pero le horrorizaba darse cuenta de que a pesar de ello luchaba en la hueste contraria, adonde la había arrastrado la voz lastimera de la Reina Duende. Pero aun esto no era seguro. Nada era seguro en aquella confusión. Las dos fuerzas enemigas estaban tan entremezcladas, que a veces parecía como si cambiasen de lugar o hasta como si se confundieran en una sola. Xuchitl seguía los movimientos de los combatientes (que se imaginaba en todo detalle al estilo de los pictogramas de las guerras pasadas que su padre le había enseñado), con una sensación desconcertante de hallarse a la vez metida de hoz y de coz en la batalla y observándola desde fuera. Segura estaba, eso sí, aunque no muy claramente tampoco, de que ambas huestes luchaban por conquistar su corazón.
En efecto, de lo que se trataba era de apoderarse del corazón de Xuchitl. Pero no era un corazón vivo como el suyo de verdad, aquella ave que tenía enjaulada en el pecho, sino un corazón inmóvil, verde y brillante -un corazón de jade-.
Los dos ejércitos le cayeron encima, apretándole el cuerpo y la cabeza hacia abajo, tanto, que la espalda se le quebraba de dolor. Xuchitl se despertó. Se había dormido doblada, con el rostro sobre las rodillas. Reinaban en la habitación dos olores, uno acre, del pino, otro dulce, del incienso de copal, que entraban por la ventana con el humo de la hoguera del patio, luchando el uno contra el otro en su olfato, como las dos huestes en su sueño. El patio resplandecía del reflejo rojo de los muros de enfrente, un rojo casi vivo y palpitante, como una vasta herida en el cuerpo de algún inmenso animal. Xuchitl se reclinó durante unos instantes sobre los almohadones nuevos, para descansar. Pero apenas se hubo echado, volvieron sus sueños a ocupar la superficie del ser. Se incorporó otra vez, se puso en pie y se acercó con paso leve hacia la ventana. Ya iba la noche perdiendo color, y su azul sedoso y oscuro se iba volviendo lanoso y gris.
Era la hora que precede al alba, cuando los fantasmas solían arrastrar sus largos velos sobre las aguas dormidas de la laguna. Seguía ardiendo el fuego, pirámide de ascuas que sacudían llamas y explosiones. Xuchitl todavía pasiva de sueño, se dejaba empapar por los colores, formas, aromas y extrañas sugestiones que le entraban en el alma del espacio poblado de fantasmas. Poco a poco había ido recayendo en su ensueño, a tal punto que no le sorprendió nada ver salir de la puerta principal del palacio, precisamente al joven aquel que durante su sueño había estado mandando la hueste negra. Salió de palacio, preocupado, se acercó a la hoguera y se quedó parado,
contemplando llamas y ascuas, tan cerca del fuego que parecía una figura de fuego, un dios tallado en algún bloque de llama por un artista etéreo. ¡Qué hermoso era! -pensó medio despierta, medio en sueños. Y mientras estaba así contemplando su forma perfecta, el joven se soltó el pañete y se quedó desnudo del todo. Xuchitl recordó el cuento de la hija de Huemac y del indio tobeyo, que era en realidad el dios Tetzcatlipuca, disfrazado de hechicero, y clavó los ojos en el sexo, revelado a su vista, como a la hija de Huemac. El joven entretanto se infligía crudelísimo castigo con una aguja de maguey. Ni un músculo de su rostro se movió, pero el dolor se clavó en el cuerpo y en el alma de Xuchitl, cuyos ojos se llenaron de lágrimas. El joven, recogiendo la sangre con los dedos la salpicó sobre el fuego, murmurando palabras que Xuchitl vio
en sus labios sin oírlas, y luego se volvió a cubrir la cintura y desapareció en el alba gris. Xuchitl se quedó de pie, soñando, durmiendo.
Por la mañana, Citlali se la encontró hecha un ovillo junto a la ventana sobre el piso de madera, tan ebria de sueño que se la llevó a la cama sin despertarla.
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Malinche. Laura Esquivel

Malinalli entonces tomó entre sus manos el collar de cuentas de barro que había moldeado junto con la abuela y con la imagen de la Tonantzin entre los dedos pidió que le permitieran recuperar su centro. Dominar el mareo que la volvía loca. Y recuperar la salud. Faltaba poco para llegar al valle del Anáhuac. Quería verlo. Quería sobrevivir.
Después de este deseo, sus ojos se cerraron. Malinalli dejó su cuerpo y se convirtió en pensamiento, en idea, en sueño. En ese estado, nada le impedía ser parte de todo lo que la rodeaba. No tuvo problema para entretejer su pensamiento con el de las demás esclavas y al instante experimentó una libertad inimaginada. Se vio flotando sobre un petate de serpientes entrecruzadas. Sabía que estaba instalada en otra realidad, y que lo que veía era parte de un sueño, pero también sabía que en ese sueño podía encontrar una realidad mejor, más colectiva que individual.
En su sueño se vio como parte de una mente femenina unificada que tenía el mismo sueño. En él, un grupo de mujeres descalzas caminaba sobre el hielo de un río que había quedado congelado en el momento en que la luna se había reflejado sobre su superficie. Las plantas de sus pies en contacto con lo helado se cuarteaban, y las heridas formaban mapas estelares. La luz de la luna llena se proyectó con fuerza sobre todas ellas y entonces fueron una sola mujer que se sostenía en el viento y que se alimentaba de la fe de todas las que querían liberarse de la pesadilla de sentir, de tocar, de llorar, de amar, de sangrar, de morir, de tener y dejar de tener. Malinalli, en cuerpo de esa mujer unificada, se vio rodeada por doce lunas y sostenida por los cuernos de la treceava. Con sus manos recogía plegarias y pedazos de dolor que convertía en rosas. Luego sintió
que la luna bajo sus pies se incendiaba toda y el fuego devoraba sus pensamientos. Su mente era lumbre que creaba imágenes que se clavaban en el corazón de los hombres como cuchillos de luz, mientras les hablaban del verdadero significado del lenguaje.
Cuando Malinalli sintió que la luna, junto con ella, se incendiaba toda, abrió los ojos.
En sus ojos había lágrimas y en su corazón, un presagio de flores.
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