Bloque 1/17 Consigna 1:
1. Escribir en primera persona (en lo posible) una narración en la cual en una sociedad muy dividida aparecen dos figuras que despiertan atracción o rechazo. 2. Introducirse en uno de los seguidores de cualquiera de las dos figuras y señalar por qué (desde el seguidor) rechaza tan profundamente a la otra. 3. La otra figura ha pertenecido, en algún momento, al grupo al que ahora se opone. Dejar el final abierto.

Referencias:
Papá (fragmento) Federico Jeanmaire
Historia del guerrero y la cautiva - Jorge Luis Borges

Producción:
LA ESTACIÓN  -   Marcela Ruz (04/2017)
INFIERNO   - HAYDEE  ORTONE     (04/2017)
EL TRAIDOR JOSÉ - César Varela (04/2017)
A LA SOMBRA - Nicolás Wolf  (04/2017)
"GÜERNICA" 26/04/1937 - M. Gabriela Capro (05/2017)


LA ESTACIÓN  -   Marcela Ruz (04/2017)

Todo empezó con una estupidez, como tantas otras veces la estupidez ha generado cosas trascendentes. Trascendentemente estúpidas me dirá usted, puede ser. Pero trascendentes al fin.

La estación de tren  estaba ahí, cerrada, viniéndose abajo, desde la época de “ramal que para, ramal que cierra” (soy supersticioso, así que me perdonará que no lo nombre). Por eso, cuando las Damas de la Piedad propusieron su empleo para actividades parroquiales prometiendo hacerse cargo de su restauración no pensé que habría ningún problema. ¡Cómo me equivoqué!

A la semana, ya había varios bandos en el pueblo.  Estaban los que apoyaban incondicionalmente a las Damas de la Piedad y su trabajo social (les daban de comer a los necesitados, ayudaban con las tareas de la escuela a los chicos,  dictaban los consabidos talleres de cocina y corte y confección, en fin, lo que estas Damas suelen hacer). A este grupo, el resto los llamaba despectivamente Los Chupacirios, aunque usaran a sus integrantes para que les hagan las tareas a los pibes y les enseñaran a cocinar y a coser a sus hijas. Y a más de uno le matara el hambre. Estaba liderado por la señora García, señora de carácter (podrido, muy podrido)  y modelo a seguir para el resto de las mujeres decentes del lugar, o al menos de las que querían parecerlo.

Otra parte de los habitantes se había unido a don Joaquín, el gallego del boliche y a Mario, el bombero voluntario. Proponían hacer un salón de usos múltiples para reuniones, peñas, bailes, como había en otras localidades de la zona y dejar de tener que depender del clima para armar parrandas en la plaza. Este grupo proponía adelantar dinero para remozarlo y luego, irlo recuperando con el dinero que podría obtenerse al alquilarlo para fiestas de quince, cumpleaños, bautismos y casamientos. Una vez recuperada la inversión inicial, se usaría la recaudación para mantener  y mejorar las instalaciones y, eventualmente, para obras de bien público, como poner juegos en la plaza. Este grupo recibió el mote de Los Pachanga.

Había otros grupos menores. Unos proponían que la Intendencia se hiciera cargo de arreglar el lugar para instalar  una biblioteca y computadoras, otros querían poner ahí la sala velatoria porque no querían seguir velando a los muertos en la casa, otros querían armar un emprendimiento de turismo rural, con pulpería y todo.  Con el tiempo, sólo seguían en pie las propuestas de Los Chupacirios y de los Pachanga. Los primeros habían cooptado no sólo a los que querían la biblioteca  -prometiendo que no habría censura de ningún tipo con el material que poblaría las estanterías ni con el uso de internet, salvo en el caso de menores de edad- sino a los que querían la sala velatoria. Los liderados por don Joaquín y Mario acordaron con los que querían el emprendimiento de turismo rural, los fines de semana que no hubiera fiesta al mediodía (o sea, la mayoría) se podría explotar como restaurant de campo.

Así estaba la cosa. Había peleas en el almacén, en la farmacia, en las familias. En mi familia. Yo no tenía una postura firme, la verdad me daba igual. Hace ya mucho tiempo que todo me da igual. Pero mi mujer y uno de mis hijos eran de Los Chupacirios. Ella, por su devoción  a la señora García, ciega como toda devoción. Él, por la biblioteca y las computadoras y  el desarrollo cultural que se lograría en los animalitos del señor que eran la mayoría de nuestros vecinos. ¿Cómo iba a mejor el pueblo con una población tan ignorante y atrasada tecnológicamente?  Mi otro hijo y la mujer eran de Los Pachanga;  los entusiasmaba la idea del restaurant de campo y los puestos de trabajo, el crecimiento económico después de tanto parate, el volver a estar en el mapa.

Una de las tardes en que ni bien terminé de almorzar me fui a la plaza, porque no se podía estar de sobremesa ni hacer la siesta con las peloteras que se armaban, me encontré con José García, el marido Chupacirio. Estaba sentado bajo el sauce, leyendo el diario. De aburrido que estaba le busqué conversación, y después de los consabidos comentarios acerca del tiempo y de cómo se encontraban cada uno de los integrantes de las respectivas familias, la charla giró derechito al tema que los tenía a todos obsesionados.

-Pero dígame, García, ¿no hay una forma en la que se pueda llegar a un acuerdo?
-Mire, no creo. Son cosas muy distintas, muy distintas. Y no porque mi señora esté tan involucrada se lo digo, eh. Pero comparar obras de bien, proyectos culturales, con un burdel…
-Bueno, tampoco es que vaya a ser un burdel…
-Sí, claro, justo con el gallego. ¿Quién en su sano juicio puede creer que no se va a quedar con toda la plata que se junte, una vez que haya “recuperado” su inversión? Juegos para la plaza ¡por favor! Se cree que somos idiotas como esos que están con él. Y conociéndolo como lo conocemos, ya nos podemos imaginar la clase de fiestas que van a hacer, se va a llenar el pueblo de borrachos, de mujeres de mala vida. Vamos a tener más problemas de seguridad, de vandalismo, estoy seguro.
-Me parece que está exagerando un poco, con respeto se lo digo.
-¡Ja! Otro incauto que cayó con los cantos de sirena de ese delincuente. Disculpemé, pero prefiero no hablar más del tema, sabe que le tengo aprecio y no quiero discutir.
-No, por favor, faltaba más. Yo igual ya me tengo que ir, buenas tardes García, que siga bien.

Agarré por la avenida hasta  la dichosa estación. Para mi sorpresa, lo vi a Mario colgando un pasacalles a favor de los Chupacirios.

-Hola Mario, ¿qué hacés? Estás mamado o te equivocaste de pancarta, che.
-Mamado tu abuela. Yo lo pensé mejor y…Mi mujer no me habla desde hace una semana…Y bueno, acá estoy. No soy de fierro ¿sabés?
-¿Y todo lo que dijiste de lo importante que era para el pueblo el SUM? ¿Qué los Chupacirios  eran unos pacatos de tal por cual, y que no querían que entre un mango al pueblo para que todo siguiera igual y así seguían con ese asistencialismo de porquería?
-Ya te dije, lo pensé mejor. Y vos decidí de qué lado estás, en lugar de juzgarme a mí. No es tiempo para tibios.

Despacito, me fui para casa. Hoy por hoy, no se puede hablar con nadie.
                  

INFIERNO   - HAYDEE  ORTONE     (04/2017)

La tarde en que Gisella desapareció sin dejar rastros era fría y tormentosa. A las  5 y ½ salió del colegio de las monjas con una amiga y juntas recorrieron tres cuadras, allí se despidieron y cada una siguió su camino.
A partir de ese momento a Gisella se la tragó la tierra. Sólo cinco cuadras la separaban de casa, cinco cuadras que habitualmente recorría sola, pero ese día nefasto mi hermana no volvió más.
Apenas tenía quince años, nadie le conoció ningún novio, no tenía conflictos, muy querida por sus profesoras y sus compañeras, era dulce y solidaria. No concurría a boliches ni se conectaba a través de las redes con desconocidos.
Al notar su tardanza mis padres hicieron la denuncia y a partir de ese instante comenzó una búsqueda desesperada; hubo infinidad de marchas, se multiplicaron los rastrillajes y sin embargo nadie jamás aportó un dato, nadie proporcionó una pista.
Todo se olvida y el caso de mi hermana no fue la excepción. La policía nos comunicó que habiendo transcurrido más de un año de su desaparición era casi imposible encontrarla con vida y por su parte la justicia consideró que era un caso cerrado, que lo más probable era que se hubiera ido por su propia voluntad.
Con el tiempo, sólo la familia y algunos amigos manteníamos la esperanza.
Mi padre, con una entereza impresionante nos apuntalaba a todos, pero su salud era muy endeble y un día su corazón dijo basta y nos quedamos solos  luchando una batalla que todos creían perdida de antemano. Frente a su cadáver yo le juré y me juré que movería cielo y tierra buscando a Gisella y que si en esa búsqueda lograba encontrar al que se la había llevado no me iba a  temblar el pulso para acabar con ese miserable.
A partir de ese momento me apoyé mucho en mi primo Sebastián; con él durante muchos meses no dejamos de investigar. Acudimos a lugares insospechados, nunca desoímos los mensajes de la gente que creía haberla visto, ofrecimos recompensas y hasta nos trasladamos a la Triple Frontera tras los rumores de que podía haber pasado por allí, pero todo fue en vano.
Ayer se presentó un hombre en casa -otro más- diciendo que traía noticias de Gisella. Mi madre y yo nos dispusimos a escucharlo aunque sin muchas expectativas, por las dudas … uno nunca sabe….ya otras veces habíamos vivido situaciones similares.
El desconocido aclaró que sólo hablaría conmigo. Mamá protestó pero con tal de saber algo terminó retirándose. Más tarde entendí por qué el individuo no quiso hablar delante de ella.
Ya a solas me dijo: -yo soy camionero; transporto mercaderías desde el puerto de Rosario hasta el sur de Chile. Imagínese son viajes larguísimos; uno se siente muy solo, lejos de la familia, de los amigos… La semana  pasada me detuve para hacer noche  en un boliche que está al costado de la ruta llegando a Río Negro.  De entre el grupo de muchachas que trabajan allí me llamó la atención una chica, ¡era tan joven y había tanta tristeza en sus ojos!.  Cuando estuvimos los dos solos le pregunté cómo había llegado hasta allí, entonces entre sollozos me contó que hacía más de un año que la tenían secuestrada, que la amenazaron con matarla si intentaba escapar, que extrañaba mucho a su familia y que sólo deseaba morir.
Era casi una nena, yo la vi tan desamparada que le prometí que  iba a hacer algo para sacarla de ese lugar, entonces decidimos que ella escribiera una carta y yo me comprometí a traérsela a ustedes.-
El hombre extrajo un papel de su bolsillo y me lo dio, yo inmediatamente reconocí la inconfundible letra de mi hermana, la carta decía así:
Queridos papás:
 espero que este señor pueda  llegar hasta ustedes. No saben cuánto los  extraño.
Aquel día negro salí del colegio y se largó la tormenta, Yo empecé a correr para no mojarme y en ese momento me encontré con Sebastián que me cobijó bajo su paraguas. De pronto paró un auto a nuestro lado y un tipo nos invitó a llevarnos. -Subí, es mi amigo- dijo Sebastián. ¿Cómo iba a dudar de mi querido primo?.
De repente me di cuenta de que no íbamos para casa, quise gritar pero  me tapó la boca, intenté escapar pero todo fue inútil. Al rato llegamos hasta un lugar donde nos esperaba una camioneta, allí unos tipos me ataron y me amordazaron. Yo alcancé a ver cuando le entregaron plata a Sebastián. –acá está lo convenido y un poco más porque te portaste como un campeón- . Fue la última vez que lo vi.
Emprendimos un viaje muy largo. Después me enteraría que estoy en Río Negro, yo creo que en realidad estoy en el infierno.
Los quiero, los extraño y espero verlos pronto.
Gisella.

EL TRAIDOR JOSÉ - César Varela (04/2017)


Ese día no fui a la escuela, una eruptiva me dejo en la pieza por esa semana inolvidable, habrá sido a media mañana, Aurora aun arreglaba el cuarto, cuando escuche aplaudir en el patio, y una voz inconfundible, el Traidor dijo mi madre, era él , el encargado, hijo de doña María que aun sobrevivía en la pieza del fondo, pero él se había ido hacia tiempo, hizo migas con el propietario y ahora vestido como un cafisio era el encargado de este y varios conventillos mas , de propiedad de Marcelino.
Aurora, mi mamá, se acomodo el delantal, se echo sobre los hombros una mañanita, el otoño traía los primeros fríos, tomo su escoba, necesitaba tener algo en sus manos y salió al patio, las otras mujeres ya estaban afuera, no había ningún hombre ya habían partido a trabajar o a buscar alguna changa, el Traidor, lo voy a llamar así porque todos lo llamabas así, por más que supieran que se llamaba José, con voz firme y altanera comenzó hablando de zonceras para llegar al punto crucial, el aumento del alquiler, las mujeres se miraron, apenas podían pagar ahora, imposible pagar el aumento, calladas, con la mirada baja no salían de su asombro, el estomago se les apretujaba en una mezcla de miedo y dolor, de atrás, del fondo, Manuela si saber porque empezó a barrer con la escoba que ella también tenia en sus manos y a avanzar, la imitaron, tal vez para hacer algo, para no seguir estáticas y perdidas,  sin rumbo, pero hacia José ,fueron avanzando y José El Traidor empezó a retroceder, a sentir miedo y fue en ese momento que vi, escondido tras los visillos, que  Manuela ya estaba  al frente que casi le barría los pies a José y este, lo vi en sus ojos, sintió miedo, dio un paso atrás, otro y otro levanto la mirada y vio a ese grupo de mujeres defender su guarida, como animal amenazado que defiende la madriguera y su cría, dio media vuelta y se fue a paso rápido. Las mujeres se abrazaron a Manuela, de ahí en mas hay que salir con la escoba se prometieron y vivaron a su Heroína, Manuela, que ni sabia que había hecho, que su miedo la puso en marcha y esa marcha se llevo a las otras con ella y habían conseguido un triunfo, Manuela miro al frente y se sintió digna, y saboreo las mieles de ser la Heroína de la jornada.
Ya no vivía mas en esa pieza de aquel conventillo, vivía en otra pieza en otro conventillo, cuando me entere que ahora Manuela era La Traidora, sucedió tiempo después de la muerte de su esposo, bastante después que había pasado el tiempo del luto y una tarde gris de invierno la vieron cruzar el patio con una valijita y un ato de ropa y ya en la calle tomar del brazo e irse con José, el Traidor, a Aurora, mi madre nunca la oí llamarla así, para ella Manuela siempre fue la Heroína, lo otro decía, lo otro son cosas de la vida.                    


A LA SOMBRA - Nicolás Wolf  (04/2017)

Llegué un verano de calor insano. Enseguida noté que al salir al jardín, que circundaba los pabellones, había dos árboles. Uno era un gomero y enfrente, a unos metros, había un torpe álamo. En torno a ellos, de forma diferenciada, se agrupaba la multitud. 
Alrededor del gomero resaltaba un hombre con chaqueta azul y roja. Hacía gestos y ademanes que imantaban la vista. Me dirigí hacia él, hacia el grupo del gomero. Lo admiré desde el primer día y no fui el único. Comprendí que era el líder del grupo autodenominado gomas. Allí fui reconociendo las bondades de la sombra ancha del gomero.
Enseguida crucé la mirada contra el álamo y su gente, los que se ponían bajo su sombra. No dejábamos de criticarlos por la elección errónea de los alitas, así los nombrábamos. También tenían un líder. Se trataba de Julio César. Como todos ellos, iba vestido ligero. En cambio nosotros lucíamos ropas más pesadas merced a la espesa sombra de nuestro árbol. No pasó mucho tiempo para que sintiera odio visceral. Fue de sólo ver a los alitas con sus ropas ligeras y el líder portando un trapito inmundo que le atravesaba su torso lampiño. Todo eso apoyado sobre precarias sandalias.
Que placer era verlo de pie junto al gomero, con una mano dentro de la chaqueta, a la altura del abdomen. Fue tal mi devoción que si ordenaba podar el follaje más alto, enseguida agarraba fervoroso la tijera y comenzaba a trepar. Yo me sentí muy pronto su hijo. Pocas veces me dirigía la palabra. Más bien me chistaba de lejos.
No fueron muchos los enfrentamientos físicos contra los alitas. Más bien era común que volasen ramas, frutos e insultos. Cada grupo respetaba el perímetro de su sombra. Napoleón reía como loco cuando era yo el portador de graciosas groserías. Mitad por el odio que me generaban y mitad por hacer feliz a mí súper hombre. Me sentía completo. 
En ocasiones Julio César se propasaba en burlas hacia nosotros, los gomas. El odio hacia ese apóstata crecía dentro de mí. Prometí asesinarlo si lo encontraba solo pero siempre estaba rodeado de un séquito de seguidores. En cambio le grité que le iba a quemar el laurel que portaba en su cabeza. Busqué la mirada de aprobación de mi líder… no lo hallé. Lamenté que no haya sido testigo de mi bravuconada.
Una tarde lo seguí a Napoleón sin que lo notara. Era tal mi admiración que llegaba a hacer acciones ominosas como esa. Fue tal mi turbación cuando descubrí, tras unos arbustos, que Napoleón se deshacía de sus ropas y botas para calzarse unas sandalias y una sábana sobre el torso. Apareció pronto el laurel...

Quedé frente a Julio César, solo, solo como lo había esperado con ansias. Le introduje con fuerza las hojas de la tijera de poda. Con tanta fuerza como se reiría Napoleón cuando se enterase que había ultimado al traidor.


"GÜERNICA" 26/04/1937 - M. Gabriela Capro (05/2017)

Estoy en Güernica, un pueblo de una España rota en mil pedazos, mi prójimo vecino puede ser, según su ideología, mi amigo o enemigo, pensar que hasta ayer compartíamos charlas de fútbol o nuestros niños jugaban todos en la plaza del pueblo...ayer nomás...hoy todo es distinto, tengo miedo, nos han enfrentado a una guerra civil y Dios sabe lo que sucederá...Rafael, mi vecino, es un héroe para mi, ya que lucha junto a los camaradas que combaten al dictador Franco y todos sus aliados...sin embargo, hoy siento que algo va a cambiar para siempre nuestras vidas, lo intuyo, lo presiento, puedo oír el llanto de las madres y sus hijos, la desesperación de los hombres buscando refugio, todo es confuso, todo es...de de pronto lo veo, es Rafael y no comprendo más nada, lo veo luchando junto a nuestro enemigo, él, que representaba la libertad de mis sueños adolescentes, estaba en la otra orilla y ya no era mi héroe, era "el otro", el que con un simple gatillazo podía hacernos desaparecer...
Dios, ¿dónde estás? ¿por qué nos has abandonado...?


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