Bloque 3/16 Consigna 1: Memoria a largo plazo que condiciona la memoria a corto plazo y me va a alterar emociones y percepciones. Yo narrador que cuenta una historia que tiene que ver con un pasado familiar doloroso y tal vez con una mirada colectiva dolorosa.

Material de referencia:
Funes El Memorioso. Borges
Facundo. El rastreador. Sarmiento
La desmemoria/1. Galeano
Cien años de soledad. Garcia Márquez

Producción de los participantes:
Operación Garibaldi -Nicolás Wolf
La nausea -Marcela Ruz


Operación Garibaldi -Nicolás Wolf
 

Iba sentado junto a la ventanilla del avión. Iba distendido, sin preocupaciones. Un arado de nubes acompañaba el vuelo. Más abajo todo era tan pequeño que parecía irreal. Una gran chimenea sobresalía de la chatura de las  construcciones del arrabal y el campo eterno. Arriba, mis dos juntas manos posaban sobre las rodillas. A mi lado, se hallaba sentado un hombre de gesto severo.

Una cavilación desbarató mi estado de tranquilidad: ¿Hacia adónde me estaba dirigiendo?. Intenté recordar en vano. Sin temor a pasar por débil mental consulté a mi compañero de asiento. Me miró de soslayo, negó con la cabeza y se mantuvo callado.

A veces olvidaba cosas como nombres de personas, ciudades o el lugar donde había dejado los lentes. Nunca había olvidado algo tan rutilante como el el destino de un viaje en pleno vuelo.

Procuré mantener la calma. Estaba en eso, relajando la respiración, cuando un olor rancio y pestilente invadió el ambiente y se me metió, visceral, bien adentro.

Mi alarma fue mayor cuando comprendí que no recordaba tampoco el lugar de origen del vuelo, tal vez mi patria. Huelo humo denso, como de carne mal asada.

Junto a un vértigo de doloroso mareo sobrevino la peor de las dudas: no saber ni mi nombre ni que fue de mi vida. Cual sería mi religión, mis anhelos, mis temores, el olor de mi madre.

Sentí el aterrizar del avión bajo mis pies. Mi acompañante de asiento me tomó del brazo y sentenció:

-Hemos llegado señor Adolf Eichmann.





La nausea -Marcela Ruz

Vos no querés entrar al free shop, los demás sonríen y esta vez no insisten.  No tolerás los perfumes de mujer. Te dijeron que debía ser una alergia a alguna esencia lo que te provoca arcadas y no te llamó la atención que nunca te llevaran al  especialista. Algo deberías haber sospechado, si desde que te acordás te tienen entre algodones, te sofocan con tantos cuidados.


Nunca te cuestionaste tampoco por qué desde sala de tres buscás para jugar a los varones. Ni la frecuente mirada perdida de tus padres, ni la tristeza infinita de tu abuela.  Muchas noches te despertás llorando, pero no te acordás qué soñaste. Tampoco sabés por qué tenés esa sensación de vacío, de que te falta algo, pero ¿qué? Si tenés todo lo que cualquier chica quisiera y te basta con sugerir que te gusta algo  -ni siquiera te hace falta pedir- para tenerlo.

Esto va a cambiar pronto, no te preocupes. O tal vez deberías preocuparte, no sé. Cuando llegues a la casa de esa tía vieja, la que vive en París, vas a encontrar la foto.  La foto donde estás con él, y te vas a acordar.  Te vas a acordar de cuando fueron al placard de la abuela y se treparon al estante y abrieron todos sus perfumes. Todos olían tan bien... Te vas a acordar de que abrieron todos los frascos con pastillas de colores, seguro que eran muy, muy ricas. Y que después aparecieron los monstruos, las arañas que caminaban por las paredes, por el techo. Te parece escuchar los gritos de tu mamá desde muy, muy lejos. Vos te salvaste, Javier no. Javier, él es Javier, él era Javier.

Y vendrán las preguntas, las explicaciones, el creímos que era mejor así, eras tan chiquita, vos no te acordabas, eran mellizos, fue culpa nuestra, nos descuidamos un segundo…Vieja estúpida, ¿cómo fue a dejar la foto ahí, a la vista? Perdón, fue sin querer, nunca pensé, no me di cuenta, no sabía…Y entre los llantos, los reproches, las disculpas, vendrá el vómito.



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