EL SEGUNDO VIAJE- SIMBAD
Anónimo
Pronto me cansé de esa pacífica existencia en Basora. Entonces, compré más mercaderías y me hice de nuevo a la mar con varios comerciantes. Después de haber tocado muchos puertos, desembarcamos un día en una isla solitaria, donde yo, que había comido y bebido bastante, me acosté y me quedé dormido.
Al despertar, me encontré con que mis amigos se habían marchado y el
barco se había hecho a la vela. Al comienzo me sentí completamente
abrumado y muy asustado; pero pronto empecé a conformarme y a perder el miedo.
Trepé a la copa de un árbol y, a la distancia, vi algo muy
voluminoso y blanco. Bajé a tierra y corrí hacia ese objeto de extraña
apariencia. Cuando estuve cerca de él, descubrí que era una gran bola de cerca
de un metro y cuarto de circunferencia, suave como el marfil, pero sin
ningún tipo de abertura. Era casi la hora de la puesta del sol, cuando
repentinamente el cielo empezó a oscurecerse. Miré hacia arriba y vi un pájaro
de gran tamaño, que avanzaba como una enorme nube hacia mí.
Recordé que había oído hablar de un ave llamada Roc, tan inmensa que podría
llevarse elefantes pequeños. Entonces me di cuenta de que ese enorme objeto que
estaba mirando era un huevo de este pájaro.
A medida que él descendía, me estreché contra el huevo de manera que una de
las extremidades de este animal alado quedó delante de mí. Su enorme
pata era tan gruesa como el tronco de un árbol y me até firmemente a ella con
la tela de mi turbante. Al amanecer, el pájaro se echó a volar y me
sacó de la isla desierta. Tomó tanta altura que yo no podía ver la tierra y
luego descendió tan velozmente que me desmayé. Cuando volví en mí, me
encontré sobre suelo firme y con rapidez me desaté del paño que me sujetaba.
Tan pronto como estuve libre, el ave, que había cogido una enorme serpiente,
emprendió de nuevo el vuelo. Me encontré en un valle profundo,
cuyos costados eran demasiado escarpados para escalarlos. A medida que andaba
angustiado de acá para allá, advertí que el valle estaba sembrado de diamantes
de gran tamaño y belleza. Pero pronto contemplé algo más que me causó temor:
serpientes de tamaño gigantesco acechaban desde unos agujeros que había en
todas partes.
Al llegar la noche, me guarecí en una cueva cuya entrada cerré con
las mayores piedras que pude recoger. Pero el silbido de las
serpientes me mantuvo despierto toda la noche. Cuando retornó el día, las
serpientes se metieron en sus agujeros y yo, con gran temor, salí de mi cueva.
Caminé y caminé alejándome de las serpientes hasta sentirme seguro, y
me eché a dormir. Fui despertado por algo que cayó cerca de mi. Era un inmenso
trozo de carne fresca y, poco después, vi muchos otros pedazos.
Tuve la certidumbre de que me encontraba en el Valle de los
Diamantes, al cual los mercaderes arrojaban trozos de carne. Según
ellos pensaban, las águilas acudirían a llevarse la carne en sus garras,
de seguro con diamantes adheridos a ella. Me apresuré a recoger la
mayor cantidad de diamantes que pude encontrar, los que introduje en una bolsa
pequeña que amarré a mi cinturón. Luego busqué el mayor pedazo de carne que
había caído sobre el valle. Lo amarré a mi cintura con la tela de mi
turbante y me tendí boca abajo, en espera de las águilas.
Muy pronto, una de las más vigorosas hizo presa de la carne a mis espaldas y
voló conmigo a su nido en la cumbre de la montaña. Los comerciantes empezaron a
gritar para asustar a las águilas y cuando consiguieron que las aves
abandonaran su presa, uno de ellos vino al nido donde yo estaba.
Al comienzo el hombre se asustó de verme ahí, pero, recobrándose, me preguntó
por qué estaba en ese lugar. Pronto les conté a él y a los demás mi historia.
Quedaron muy sorprendidos de mi habilidad y valentía. Después abrí mi
bolsa y les mostré su contenido. Me dijeron que jamás habían contemplado
diamantes de tanto brillo y tanto tamaño como los míos.
Los mercaderes y yo juntamos el total de nuestros diamantes. A la mañana
siguiente abandonamos el lugar y atravesamos las montañas hasta llegar a un
puerto. Tomamos un barco y navegamos hacia la isla de Roha,
donde vendí algunos de mis diamantes y compré otras mercaderías. Regresé a
Basora y después vine a Bagdad, mi ciudad natal, en la que viví en la
abundancia a causa de las grandes ganancias que obtuve.
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